miércoles, 6 de noviembre de 2019

La Ética mundial no puede estar en manos de los ingenieros informáticos


Nadie puede definir la Ética más que en términos subjetivos por espacio-temporales contextuales, ya que ésta se asocia a la moral como materia objeto de estudio, y ya sabemos que existen tantos tipos de moral como seres humanos han existido, existen y existirán. Pues la moral es el conjunto de valores que definen la conducta humana, y como el hombre es un ser cultural desde el momento incluso anterior a su nacimiento, la moral por tanto es un concepto profundamente cultural.

A lo largo de la historia del hombre, la moral ha venido marcada por diversas corrientes de pensamiento dependiendo de la época. Así pues, y dentro de la órbita de occidente, en la edad antigua nos encontramos con los clásicos (Platón, Aristóteles, los estoicos y epicúreos, entre otros), en la edad media tenemos a los denominados padres de la Iglesia Católica, en la edad moderna contamos con Descartes, Rousseau, Kant, Hegel, Shopenhauer y otros tantos a la cabeza, mientras que en la edad contemporánea hasta mediados del siglo XX podemos rememorar a Nietzsche, Hartmann, Jaspers, u Ortega y Gasset, por poner algunos ejemplos. Pero, ¿quién marca los parámetros de la moral como conducta humana aceptada socialmente en los tiempos presentes, en un contexto social donde la Filosofía y los filósofos han sido desterrados al ostracismo?. Sin lugar a dudas, en un mundo globalizado cuya organización queda sometida a la lógica productivista del Mercado, en las últimas décadas la moral ha sido postulada por los señores del Capitalismo (Ver: La exaltación del Egoísmo: el éxito del Capitalismo) con ideólogos como Locke, Smith y Keynes como máximos inspiradores. Si bien, cabe puntualizar, la moral de libre mercado ha encontrado su contrapeso -no sin presentar batalla desde una relación de poder cada vez mayor- en los valores morales que fundamentan los pilares de los Estados de Bienestar Social (humanismo versus capitalismo).

No obstante, en los últimos tiempos, con la inteligencia artificial como motor de desarrollo social en plena cuarta revolución industrial, el mundo de los hombres se está viendo organizado conductualmente -en un punto de inflexión de previsible no retorno- por la lógica algorítmica de las máquinas, las cuales determinan qué acción o comportamiento humano es correcto o incorrecto, desde un punto de vista de eficiencia de resultados. Una sombra moral alargada robótica que abarca ya ámbitos de la vida cotidiana de las personas tan diversos como la seguridad pública y privada, la conducción automática, la educación online, la navegación por internet, los procesos de selección de personal, la gestión de licencias públicas, o la defensa militar, por poner algunos ejemplos. [Ver: La Roboética o la falacia de controlar a los robots (Teoría de la Evolución Robótica)].

Así pues, si la moral viene impuesta al ser humano contemporáneo por el uso dependiente de las máquinas inteligentes, ¿quién define los parámetros morales de éstos?. La respuesta es diáfana: los ingenieros informáticos. Pero éstos, como personas profundamente determinadas culturalmente, ¿qué tipo de moral aplican?. La respuesta es obvia: la propia cultural. Es decir, si bien la moral es geográfica (por limitación fronteriza cultural), su influencia resulta global (por simple ecuación globalizadora de las multinacionales tecnológicas). Por lo que cada grupo sociocultural de informáticos ofrecerá una solución previsiblemente diferente frente al clásico dilema del tranvía -un problema filosófico, dicho de paso, ampliamente explotado en las películas distópicas de ciencia ficción-, el cual se complica exponencialmente cuando en la variable a despejar entra en conflicto el factor del deber a la preservación de la vida humana del más desprotegido frente al factor de la prioridad de selección por diferencia de estatus social.

Es por ello que, ante el hecho evidente que los ingenieros informáticos no son filósofos, y que sus decisiones éticas afectan a la construcción de una moral humana global por efecto sociabilizador mediante la cultura del consumo, especialmente entre las nuevas generaciones nacidas en plena era de la inteligencia artificial, es necesario establecer a nivel internacional los parámetros éticos de dicha moral, tanto desde un enfoque de la Ética normativa (consenso de los principios generales) como de la Ética aplicada (definición de actuación en cuestiones morales concretas y especialmente en aquellas de carácter controvertidas).

Pero, ¿cómo establecer un marco de Ética normativa global cuando la moral es considerada subjetiva por cultural?. Ciertamente la moral está determinada culturalmente, pero no es menos cierto que por encima de dicho determinismo ambiental la moral humana se nutre de unas ideas apriorísticas. Es decir, la moral humana -más allá de su contexto espacio-temporal- encuentra su referencia en conceptos apriorísticos a la propia naturaleza del hombre (como pueda ser la geometría en el ámbito de las matemáticas) a los que denominamos valores universales, que no son otros que valores morales atemporales que siempre mantienen su propio valor inmutable al margen de cualquiera que sea la realidad sociológica (axiología). Lo que Platón definía como el Mundo de las Ideas, al que se accede a través de la razón pura en términos kantianos.

En este sentido, los valores universales como ideas apriorísticas del ser humano son, principalmente: el respeto, la libertad, la bondad, la justicia, la igualdad, el amor, la responsabilidad, la honradez, la solidaridad, la verdad, la valentía, la amistad, la belleza y la paz. Valores universales que las Democracias contemporáneas recogen como principios rectores propios de su sistema de organización social y que resumen, por síntesis de conceptos interrelacionados, en un total de siete: libertad, igualdad, justicia, respeto, participación, pluralismo y tolerancia. Valores morales que, asimismo, configuran el cuerpo filosófico de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobado por la práctica mayoría de los Estados miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948 reunidos en París, tres años después del fin de la II Guerra Mundial.

Así pues, podemos concluir que los valores morales universales recogidos como principios rectores de las Estados Democráticos, elevados por simetría a la categoría de Derechos Humanos, nos sirven perfectamente como marco de la Ética normativa para la moral global en el nuevo mundo de la inteligencia artificial. Pero que, en el ámbito de la Ética aplicada, es decir, a cómo las máquinas o seres inteligentes resuelven una situación moralmente concreta y/o conflictiva, ésta no podemos dejarla -por responsabilidad con el bien común- en manos exclusivas de los ingenieros robóticos, pues sería equiparable a delegar la planificación de nuestra dieta gastronómica en manos de diseñadores de interiorismo, los cuales tenderían a planificar el menú por defecto profesional bajo criterios de decoración en detrimento de las necesidades alimentarias.

A cada cual lo que le corresponde, y al César lo que es del César. Dicho lo cual, resulta de justicia humana reivindicar el papel de la Filosofía y los filósofos en la era del Pensamiento Computacional como proceso de lógica algorítmica de los nuevos seres inteligentes (Ver: Conoce la fórmula del Pensamiento Computacional). Pues son los filósofos, por encima de cualquier otra profesión al servicio de la cultura productiva del Mercado, los que desde su pensamiento reflexivo sobre la esencia, propiedades, causas y efectos de la realidad humana, pueden asegurar al hombre un mundo objetiva y moralmente más justo, libre y equitativo a nivel humanista.

En caso contrario, llegará el día no muy lejano en que sean los robots, bajo las directrices de una oligarquía económica global (ver: El Mercado, el nuevo modelo de Dictadura mundial), los que den clases de Ética a nuestros hijos mediante una redefinida asignatura dividida en tres grandes ramas: Ética de la Eficacia (adoctrinamiento sobre la actitud correcta), Ética de la Efectividad (adoctrinamiento conductual para hacer bien las cosas correctas), y Ética de la Eficiencia (adoctrinamiento conductual sobre qué cosas se pueden hacer y cómo hacerlas de la manera más económica en su relación entre resultados obtenidos y recursos empleados). Como dijo Aristóteles, la excelencia moral es el resultado del hábito. A partir de aquí, ¿qué tipo de moral queremos implementar en la sociedad como práctica para el hábito?. La moneda aun permanece en el aire.


Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano