Nadie puede definir la
Ética más que en términos subjetivos por espacio-temporales
contextuales, ya que ésta se asocia a la moral como materia objeto de
estudio, y ya sabemos que existen tantos tipos de moral como seres
humanos han existido, existen y existirán. Pues la moral es el
conjunto de valores que definen la conducta humana, y como el hombre
es un ser cultural desde el momento incluso anterior a su nacimiento,
la moral por tanto es un concepto profundamente cultural.
A lo largo de la historia
del hombre, la moral ha venido marcada por diversas corrientes de
pensamiento dependiendo de la época. Así pues, y dentro de la
órbita de occidente, en la edad antigua nos encontramos con los
clásicos (Platón, Aristóteles, los estoicos y epicúreos, entre
otros), en la edad media tenemos a los denominados padres de la
Iglesia Católica, en la edad moderna contamos con Descartes,
Rousseau, Kant, Hegel, Shopenhauer y otros tantos a la cabeza,
mientras que en la edad contemporánea hasta mediados del siglo XX
podemos rememorar a Nietzsche, Hartmann, Jaspers, u Ortega y Gasset,
por poner algunos ejemplos. Pero, ¿quién marca los parámetros de
la moral como conducta humana aceptada socialmente en los tiempos
presentes, en un contexto social donde la Filosofía y los filósofos
han sido desterrados al ostracismo?. Sin lugar a dudas, en un mundo
globalizado cuya organización queda sometida a la lógica
productivista del Mercado, en las últimas décadas la moral ha sido
postulada por los señores del Capitalismo (Ver: La exaltación del Egoísmo: el éxito del Capitalismo) con ideólogos como Locke, Smith
y Keynes como máximos inspiradores. Si bien, cabe puntualizar, la
moral de libre mercado ha encontrado su contrapeso -no sin presentar
batalla desde una relación de poder cada vez mayor- en los valores
morales que fundamentan los pilares de los Estados de Bienestar
Social (humanismo versus capitalismo).
No obstante, en los
últimos tiempos, con la inteligencia artificial como motor de
desarrollo social en plena cuarta revolución industrial, el mundo de
los hombres se está viendo organizado conductualmente -en un punto
de inflexión de previsible no retorno- por la lógica algorítmica
de las máquinas, las cuales determinan qué acción o comportamiento
humano es correcto o incorrecto, desde un punto de vista de
eficiencia de resultados. Una sombra moral alargada robótica que
abarca ya ámbitos de la vida cotidiana de las personas tan diversos
como la seguridad pública y privada, la conducción automática, la
educación online, la navegación por internet, los procesos de
selección de personal, la gestión de licencias públicas, o la
defensa militar, por poner algunos ejemplos. [Ver: La Roboética o la falacia de controlar a los robots (Teoría de la Evolución Robótica)].
Así pues, si la moral
viene impuesta al ser humano contemporáneo por el uso dependiente de
las máquinas inteligentes, ¿quién define los parámetros morales
de éstos?. La respuesta es diáfana: los ingenieros informáticos.
Pero éstos, como personas profundamente determinadas culturalmente,
¿qué tipo de moral aplican?. La respuesta es obvia: la propia
cultural. Es decir, si bien la moral es geográfica (por limitación
fronteriza cultural), su influencia resulta global (por simple
ecuación globalizadora de las multinacionales tecnológicas). Por lo
que cada grupo sociocultural de informáticos ofrecerá una solución
previsiblemente diferente frente al clásico dilema del tranvía -un
problema filosófico, dicho de paso, ampliamente explotado en las
películas distópicas de ciencia ficción-, el cual se complica
exponencialmente cuando en la variable a despejar entra en conflicto
el factor del deber a la preservación de la vida humana del más
desprotegido frente al factor de la prioridad de selección por
diferencia de estatus social.
Es por ello que, ante el
hecho evidente que los ingenieros informáticos no son filósofos, y
que sus decisiones éticas afectan a la construcción de una moral
humana global por efecto sociabilizador mediante la cultura del
consumo, especialmente entre las nuevas generaciones nacidas en plena
era de la inteligencia artificial, es necesario establecer a nivel
internacional los parámetros éticos de dicha moral, tanto desde un
enfoque de la Ética normativa (consenso de los principios generales)
como de la Ética aplicada (definición de actuación en cuestiones
morales concretas y especialmente en aquellas de carácter
controvertidas).
Pero, ¿cómo establecer
un marco de Ética normativa global cuando la moral es considerada
subjetiva por cultural?. Ciertamente la moral está determinada
culturalmente, pero no es menos cierto que por encima de dicho
determinismo ambiental la moral humana se nutre de unas ideas
apriorísticas. Es decir, la moral humana -más allá de su contexto
espacio-temporal- encuentra su referencia en conceptos apriorísticos
a la propia naturaleza del hombre (como pueda ser la geometría en el
ámbito de las matemáticas) a los que denominamos valores
universales, que no son otros que valores morales atemporales que
siempre mantienen su propio valor inmutable al margen de cualquiera
que sea la realidad sociológica (axiología). Lo que Platón definía
como el Mundo de las Ideas, al que se accede a través de la razón
pura en términos kantianos.
En este sentido, los
valores universales como ideas apriorísticas del ser humano son,
principalmente: el respeto, la libertad, la bondad, la justicia, la
igualdad, el amor, la responsabilidad, la honradez, la solidaridad,
la verdad, la valentía, la amistad, la belleza y la paz. Valores
universales que las Democracias contemporáneas recogen como
principios rectores propios de su sistema de organización social y
que resumen, por síntesis de conceptos interrelacionados, en un
total de siete: libertad, igualdad, justicia, respeto, participación,
pluralismo y tolerancia. Valores morales que, asimismo, configuran el
cuerpo filosófico de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos aprobado por la práctica mayoría de los Estados miembros de
la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948 reunidos en París,
tres años después del fin de la II Guerra Mundial.
Así pues, podemos
concluir que los valores morales universales recogidos como
principios rectores de las Estados Democráticos, elevados por
simetría a la categoría de Derechos Humanos, nos sirven
perfectamente como marco de la Ética normativa para la moral global
en el nuevo mundo de la inteligencia artificial. Pero que, en el
ámbito de la Ética aplicada, es decir, a cómo las máquinas o
seres inteligentes resuelven una situación moralmente concreta y/o
conflictiva, ésta no podemos dejarla -por responsabilidad con el
bien común- en manos exclusivas de los ingenieros robóticos, pues
sería equiparable a delegar la planificación de nuestra dieta
gastronómica en manos de diseñadores de interiorismo, los cuales
tenderían a planificar el menú por defecto profesional bajo
criterios de decoración en detrimento de las necesidades
alimentarias.
A cada cual lo que le
corresponde, y al César lo que es del César. Dicho lo cual, resulta
de justicia humana reivindicar el papel de la Filosofía y los
filósofos en la era del Pensamiento Computacional como proceso de
lógica algorítmica de los nuevos seres inteligentes (Ver: Conoce la fórmula del Pensamiento Computacional). Pues son los filósofos, por
encima de cualquier otra profesión al servicio de la cultura
productiva del Mercado, los que desde su pensamiento reflexivo sobre
la esencia, propiedades, causas y efectos de la realidad humana,
pueden asegurar al hombre un mundo objetiva y moralmente más justo,
libre y equitativo a nivel humanista.
En caso contrario,
llegará el día no muy lejano en que sean los robots, bajo las
directrices de una oligarquía económica global (ver: El Mercado, el nuevo modelo de Dictadura mundial), los que den clases
de Ética a nuestros hijos mediante una redefinida asignatura dividida en tres
grandes ramas: Ética de la Eficacia (adoctrinamiento sobre la
actitud correcta), Ética de la Efectividad (adoctrinamiento
conductual para hacer bien las cosas correctas), y Ética de la
Eficiencia (adoctrinamiento conductual sobre qué cosas se pueden
hacer y cómo hacerlas de la manera más económica en su relación
entre resultados obtenidos y recursos empleados). Como dijo
Aristóteles, la excelencia moral es el resultado del hábito. A
partir de aquí, ¿qué tipo de moral queremos implementar en la
sociedad como práctica para el hábito?. La moneda aun permanece en
el aire.