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Foto EFE |
A tres días de las
catorceavas elecciones generales democráticas, y a la espera que
alguno de los bibloquismos políticos tome la iniciativa
gubernamental (aunque parece ser que el bloque de la izquierda ya
adelanta por la derecha), España se encuentra inmersa -aun a pesar
de la ceguera autoinducida de muchos- en una guerra social cada vez
menos silenciosa y más visible.
Una guerra atávica (como
definiría el autor de El capitán Alatriste) que se libra en
dos frentes de batalla bien definidos: aquella que protagonizan el
bando de los vencedores y el bando de los vencidos en la crisis
económica, y aquella protagonizada por los que defienden la unidad
territorial del Estado frente a los que anhelan la segregación de
una parte del mismo. Una guerra social que ha entroncado la realidad
socio-económica y política del país en un laberinto de difícil
resolución (por sus múltiples pasadizos entrecruzados entre sí y
en diferentes direcciones), en cuyo epicentro se haya un minotauro
tan asalvajado como insaciable que posee la singularidad de ser una
bestia de dos caras -a imagen y semejanza del dios romano Jano-: en
uno de sus rostros, cuya boca engulle derechos sociales con gula,
mantiene rasgos faciales característicos del Mercado; mientras que
en su otro rostro, ávido de devorar libertades individuales sin fin,
sus rasgos fisonómicos son más parecidos a los del Totalitarismo.
¡Una imagen de puro terror para cualquier ciudadano de a pie!. No en
vano el minotauro es por esencia un monstruo.
Sí, la España de
finales del 2019 se ha convertido en un laberinto de país inmerso en
una guerra social, que por ser social es substancialmente una guerra
civil (no lo pasemos por alto), aunque la sangre no haya llegado al
río. Por lo que más que un Cid Campeador que emprenda la cruzada de
la política social y constitucionalista para restablecer el orden y
la equidad de la res publica como
pilar central de la Democracia, con independencia del color
del estandarte que se empuñe con mano diestra o mano zurda a merced
de la vox populi jaleada,
se necesita más bien de un Teseo que resuelva el problema del
laberinto para llegar hasta el minotauro -salvando barricadas a su
paso- e, impidiendo ser devorado por el monstruo de dos rostros,
conseguir neutralizarlo sin darle la estocada de gracia (seamos
política y medioambientalmente correctos, a su vez que realistas).
Aunque todo el mundo sabe que no hay Teseo exitoso sin una astuta
(dígase estratega en términos políticos) Ariadna que con su ovillo
de hilo asegure una resolución feliz al problema del laberinto. Es
decir, los retos de la España contemporánea no requieren tanto de
la fuerza y de la contundencia bruta, sino de la claridad de
objetivos, de una adecuada y decidida estrategia, y de una firme
valentía para llevarlos a cabo. Factores socio-políticos todos
ellos incluidos para su correcto despliegue en los instrumentos
orgánicos de la propia naturaleza de un Estado Social y Democrático
de Derecho. No nos llevemos a engaño, el cielo de la Democracia no
se alcanza por asalto, como algunos proclaman (pues deja de ser
Democracia), sino por consenso social; eso sí, bajo el estricto
cumplimiento del imperio de la Ley como garante de la justicia, la
libertad y la igualdad entre ciudadanos. (Ver: Dura lex, sed lex: el garante de la tranquilidad social).
Por lo que para
reconquistar el cielo de la Democracia en la España de nuestros
tiempos, urge afrontar las dos grandes batallas sociales que
protagoniza la sociedad civil y que se retroalimentan como vasos
comunicantes, las cuales no se pueden resolver sin un gran consenso o
acuerdo de Estado. Véase:
1.-Por un lado, España
requiere de un gran pacto social que resuelva la brecha de
desigualdad social entre vencedores y vencidos por una crisis
económica que dura ya más de una década y que se prevé aun de
larga duración sine die (según todos los indicadores
macroeconómicos). Una batalla que solo se puede resolver
enfrentándose al minotauro del Mercado mediante el uso del arma de
Estado del Bienestar Social: Políticas Sociales.
2.-Mientras que, por otro
lado, España requiere de un gran pacto social que resuelva los
conflictos territoriales entre prounionistas o constitucionalistas y
prosecesionistas o anticonstitucionalistas cada vez más tensionados,
cuya tendencia evolutiva -a la vista de los acontecimientos de
rabiosa actualidad- puede acabar haciendo emerger un cisne negro como
punto de inflexión de una quiebra real del Estado en términos
institucionales y generacionales con efecto de no-retorno. Una
batalla que solo se puede resolver enfrentándose al minotauro del
Totalitarismo (conducta propia del nacionalismo regional que atenta
contra las libertades individuales de los que no piensan como ellos)
mediante el uso del arma de Estado de la Democracia de Derecho:
Políticas Constitucionalistas.
En resumidas cuentas,
España requiere de la valentía de un Teseo y de la visión
estratégica de una decidida Ariadna capaces de ofrecer una
alternativa política social y constitucionalista efectiva e
imaginativa, con el objetivo tan diáfano como específico de, sino
finiquitar, al menos acotar a niveles de salubridad social el
empoderamiento progresivo de corte dictatorial de un minotauro de dos
caras que está fagocitando nuestra Democracia (para intranquilidad
de muchos y júbilo de unos pocos).
Dicho lo cual, a tan solo
tres días de las catorceavas elecciones generales democráticas,
reflexionando pipa en boca desde un lugar del noreste de España
bañado por el milenario Mediterráneo en medio de un aire social
cada vez más irrespirable, sólo espero que el augurio de Cayo Julio
César del alea iacta est se cumpla a favor de la reconquista
del añorado cielo de la Democracia. En caso contrario, muchos nos
veremos obligados a buscar otros lares donde el sol caliente más y
mejor, y donde uno no se sienta extraño en casa propia.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano