Hoy me he levantado con
la noticia del día: el paro vuelve a subir. Lo cierto es que no es
una noticia nueva desde que, hace ya más de una década -que se dice
pronto-, se produjo la gran crisis bancaria de finales del siglo XX
que arrastró a toda la economía productiva. Así como es esperable
por los vientos de tormentas de recesión que se avecinan y cuya fría
brisa de avanzadilla ya podemos sentir en el rostro los mortales de a
pié.
El paro, que se ha
convertido en un fenómeno sociológico endémico de nuestros
tiempos, es un concepto tan cotidiano asociado a la dinámica del
mercado laboral, y por extensión a la salubridad económica y social
del país, que hasta ahora no me había percatado de su fuerte carga
significativa como conjugación verbal: interrupción o cese de un
movimiento, actividad o acción. O como dicta la Real Academia de la
Lengua Española, para ser más rigurosos: detener o impedir el
movimiento o acción de alguien (sic). Lo que los filósofos lo
traducimos en términos aristotélicos, como la imposibilidad de un
acto de realizarse como potencia, proceso para el cuál interviene
irremediablemente en toda la naturaleza el fenómeno físico del
movimiento inexistente en este caso.
Para ser sinceros,
apuntaré que hasta la fecha había afrontado filosóficamente el
paro en términos de desempleado (Ver: El parado, exponente cuántico a escala humana, Reivindico a los parados de más de 40 años:Jóvenes Altamente Cualificados, El viaje del Héroe moderno: el desempleado, 1 de Mayo Fiesta del Trabajador Fallido: el Precariador,
La lacra del siglo XXI: hacerse maduro profesionalmente, El gato que ladra y no pierde su identidad, entre otros). Aunque hoy me apetece
reflexionarlo desde un enfoque más fenomenológico, cuyos apuntes al
avance temático ya desarrollé en su día en “La Recesión, propia de una naturaleza incapaz, accidental y obsoleta”.
Y es que el paro, como
estado de inmovilidad, es mucho más que la imposibilidad de la
realización de un acto en potencia en materia teórica de la
filosofía de la naturaleza (hoy conocida como física), pues su
claras implicaciones sociales equivalen a la imposibilidad de una
persona por realizarse como ser humano con plena dignidad. Pues si
bien es cierto que la dignidad es un valor inherente y consustancial
al ser humano por el simple hecho de serlo, al tratarse de un derecho
natural inviolable e intangible de la persona, no es menos cierto que
a la práctica la dignidad humana es una cualidad que viene
facilitada -por no decir otorgada- por la omnipotencia del Mercado en
una sociedad compleja como la contemporánea (No nos hagamos los
inocentes). Ya que el paro -como inacción obligada contra voluntad
por fuerza mayor- representa la imposibilidad de una persona de poder
ganarse el sustento vital. ¿O a caso no se priva de dignidad a una
persona a quien se le impide trabajar para poder ganarse la vida y
por tanto autorealizarse tanto profesional como familiarmente?. En
este sentido, todo sujeto como acto requiere de medios vitales para
obtener la realización de su dignidad humana como potencia, siendo ésta compuesta tanto por elementos objetivos como son los propios
para el sustento y desarrollo de una economía doméstica (vivienda,
alimentación, transporte, salud, mantenimiento de los hijos, etc),
como por el elemento subjetivo de la felicidad derivado por aquellos.
Lo contrario, como es la realidad paralizante del paro, es atar de
pies y de manos a una persona y dejarla a su suerte -y/o a la de su
posible familia más próxima, a falta de un Estado del Bienestar
Social como garante- para que pueda subsistir.
El paro, por tanto, desde
un enfoque fenomenológico representa un error funcional en la
dinámica mecanicista del sistema tanto privado como público. En el
ámbito del sector privado, el paro equivale a un fallo estructural
en el modelo económico del Mercado, el cual no tiene capacidad de
generar movimiento laboral suficiente para el conjunto de estratos
productivos de una sociedad. Mientras que en el ámbito del sector
público, el paro equivale a una brecha social en el desarrollo
orgánico de los Estados, los cuales se muestran incapaces de
garantizar los derechos básicos democráticos a todos sus ciudadanos
con el fin primero y último de asegurar una vida digna. Una
disfunción social, en este caso, que encuentra su causa principal en
la carencia de una gestión óptima de equilibrio entre derechos
civiles y sociales (beneficio público) y tutelaje de los intereses
partidistas del Mercado (beneficio privado).
Sí, a todas luces
nuestro sistema económico da error, y su alarma de fallo de
funcionamiento se denomina paro. O dicho en otras palabras, el paro
es el síntoma de un sistema económico y social en quiebra técnica.
Pues una parte de la maquinaria social queda inservible por inactiva
e inmovilizada. En este sentido, los efectos de detener el flujo de
movimiento productivo social son por todos conocidos: precariedad y
pobreza con inercia dominó en términos generales, tal y como si de
una bomba de agua de estanque que deja de funcionar se tratase con el
previsible resultado del deterioro progresivo e irremediable del
ecosistema que ayudaba a regenerar y crecer. Es por ello que el paro,
más allá de ser un efecto colateral de una mecánica económica que
no funciona, es una responsabilidad política por su trascendencia
social. Pues es la política la que se encarga del buen
funcionamiento de la organización de las sociedades humanas,
incluyendo la economía, y no ésta la que se debe de encargar de la
capacidad y directrices de la gestión política como instrumento de
reorganización social no democrática y partidista sobre el
conjunto de ciudadanos.
El paro, por tanto, es la
antítesis del movimiento como fuerza motor social y, por extensión,
de la preservación de la dignidad humana de los individuos. Así
pues, la reflexión obligada por consciencia no puede ser otra que
plantearnos el ¿cómo podemos generar de nuevo la fuerza cinética
social suficiente allí donde la fuerza de trabajo productivo se
encuentra paralizada de manera obligada?. Es decir, ¿cómo
desbloqueamos como sociedad la inmovilidad laboral forzada que genera
sufrimiento en millones de familias?. Una reflexión colectiva
inaplazable que debe ayudar a redefinir, sin lugar a dudas, una
sociedad de futuro bajo nuevos paradigmas de gestión pública y
privada más equitativos y humanistas.
Mientras tanto, paro
mediante, vivimos en la consolidación de una sociedad en la que la
riqueza acaba acumulándose en manos de unos pocos ciudadanos cuya
opulencia les permite comprar a precio de saldo a los ciudadanos más
pobres, y donde éstos, justamente por la desigualdad social
existente, se ven obligados a venderse a los primeros. Y es que como
reza el refranero: en río revuelto ganancia de pescadores. Quizás
sea hora que desempolvemos de las librerías, como punto de partida
reflexivo colectivo, “El Contrato Social” de Rousseau. Que la
libertad e igualdad de los ciudadanos de un Estado vuelva a ser
objeto inalienable de un contrato social vinculante, pues el paro
requiere para su resolución positiva, antes que medidas económicas,
de medidas combativas por fundamentales en materia de filosofía
política. Sin ideas filosóficas no es posible la convicción
social, y sin ésta no hay acción política viable capaz de
transformar a mejor la realidad existente. La fuerza de erradicación
contra el paro no se encuentra en la búsqueda de medidas viciadas
del Mercado, sino en la búsqueda de la idea filosófica de una nueva
sociedad carente de paro. Al pan, pan; al vino, vino; y al Mercado,
situémosle en su justa posición: detrás del contrato social contra
el paro.