Que se sepa, a día de
hoy conviven en el mundo 4.200 religiones de credo tan diverso como
antagónico, sobre todo respecto a las monoteístas que conciben que
solo hay un único dios para toda la humanidad, sin mencionar las
innumerables religiones ya extintas a lo largo de la Historia. Lo que
sociológicamente representa, según fuentes estadísticas, que más
de la mitad de la población mundial se considera religiosa, es decir
que participa activa o pasivamente de una religión.
Todos sabemos, asimismo
de manera más o menos rigurosa, que la religión es un sistema
cultural de referencia conductual que relaciona a las personas como
individuos y colectividad con elementos de naturaleza sobrenatural,
trascendentales y/o espirituales. Pero, ¿cuáles son los factores
comunes a todas las religiones?. A la luz de una observación
comparativa, podemos fácilmente señalar cuatro rasgos
característicos:
1.-La Verdad: Todas las
religiones se consideran en posición de la única verdad existente
respecto al resto de creencias sobre la naturaleza y cosmología
humana. Lo cual suele conducir a postulados claramente
fundamentalistas por intransigentes, cuya influencia social es
directamente proporcional al nivel de poder que una religión en
particular como estructura orgánica posee sobre una sociedad en
concreto.
2.-El Mito: Todas las
religiones sustentan su Verdad mediante el argumento de un mito, ya
sea de tradición oral, pictórica, escultórica o literaria recogida
en los denominados textos sagrados, en el que relatan la realidad
humana como existencia mediante acontecimientos protagonizados por
seres sobrenaturales y fantásticos.
3.-Las Prácticas: Todas
las religiones contemplan prácticas conductivistas individuales y
colectivas (rituales, celebraciones, iniciaciones, oficios,
liturgias, festividades, etc) con el objetivo de modificar los
comportamientos privados y públicos de las personas, en aras de
crear un modelo cultural basado en el arraigo del mito dentro de una
sociedad como sistema de organización humana.
Y, 4.-La Esperanza: Todas
las religiones, en su afán mitológico de explicar la existencia del
hombre y reconciliar bajo su Verdad conceptos opuestos
irreconciliables como son la vida y la muerte, el bien y el mal, la
destrucción y la construcción, la justicia y la injusticia, entre
otros, explotan el sentimiento (que a su vez es una necesidad muy
humana) de una esperanza metafísica como reducto último del
instinto de supervivencia y trascendencia del ser humano frente a las
múltiples vicisitudes de la vida.
Es por ello que los
sacerdotes, como personas que han consagrado su vida a cualquiera de
los miles de credos existentes en el mundo, no son más que relatores
de mitos que buscan la adhesión y fidelización de nuevos miembros a
su sistema de creencias mitológicas mediante la explotación del
sentimiento de la esperanza humana en la consecución de una vida
mejor, aunque sea post mortem.
Ciertamente, por otro
lado, sobra apuntar que cada cual es libre de creer en aquello que ha
decidido creer -y más si su concepción particular sobre el mundo
ha sido objeto de adoctrinamiento ya desde la tierna edad-, por lo
que existen tantas verdades subjetivas como hombres con creencias
dispares existen en el planeta. (Ver: La Verdad: la gran quimera delos mortales con múltiples caras). Y, al fin y al cabo, dentro de
esta poliamalgama de creencias existentes, la identidad del hombre
como ser individual acaba reduciéndose a aquello que uno defiende en
su vida cotidiana. (Ver: Somos lo que defendemos). Pero no es menos
cierto, de igual manera, que por encima de creencias de corte más o
menos mitológicas se impone un valor universal irrefutable: el
Principio de Realidad, que es el faro propio de la verdad objetiva
que ilumina la lógica de la razón humana.
Es por ello que no es de
extrañar que los relatos mitológicos de las religiones suelan
chocar de frente con la lógica aplastante por universal del
Principio de Realidad, llegando a exponerse en un ridículo público
manifiesto por puro reductio ad absurdum. En esta línea, la
última perla que me ha llegado vía vídeo, gracias a mi mujer
Teresa, de un relator de mitos con hábito negro a través de las
redes sociales, es el aviso de denuncia formal por parte de una de
las más grandes religiones monoteístas del planeta, como es el
catolicismo, contra prácticas tan saludables como el yoga o las
técnicas de mindfulness (hoy en día materia de cátedra
universitaria) a las que considera verdaderas puertas de entrada delos demonios -como seres sobrenaturales malignos- en nuestras vidas. Es
tal el absurdo de dicha afirmación categórica a la luz de un
humanismo ilustrado, que no voy más que a echar mano del concepto
romano clásico sobre religión que lo define como escrúpulo
supersticioso. A partir de aquí, sobran las palabras. Y sobre
relatores de mitos, personalmente me decanto por Homero (La Iliada,
La Odisea), Sófocles (Edipo Rey), Platón (Diálogos), Apolonio de
Rodas (El viaje de los argonautas), entre otros tantos mucho más
interesantes y de mejor agüero.