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Peebles, Mayor y Queloz, Premios Nobel de Física 2019 |
El estudio de los
planetas, o más concretamente de los exoplanetas y la evolución del
universo, ha resultado ser el astro más brillante en el firmamento
de los Premios Nobel de este año, perteneciente al galardón de la
Física. Con este evento, una vez más, la comunidad científica hace
recordatorio colectivo -aun sin intención premeditada- sobre la ciertamente insignificancia de
nuestra pretenciosa especie dentro del Universo (Ver: En una era postgeocéntrica, la noción del Universo es un baño de realidad para el egocentrismo humano). Lo cual ayuda ha resituarnos en nuestra
justa medida, orgullo estéril a parte.
De hecho, la dimensión
referencial de insignificancia -entendida ésta como valor ínfimo
para el conjunto del que forma parte- de la especie humana respecto
al Universo, viene determinado por dos magnitudes físicas de
naturaleza vectorial concretas: la profundidad y la fragilidad.
El vector físico de la
profundidad viene derivado del hecho objetivo que la materia
observable, estrellas y planetas incluidos, representa menos del 5
por ciento del Universo, siendo el 95 por ciento restante materia y
energía oscura por no visible. Es decir, que nuestra presencia como
representantes de la Tierra en un cosmos con más de dos billones de
galaxias (cada una con su conjunto particular de diversos sistemas
solares propios), nos sitúa en una representación de escala
submillonesimal. Un dato ya de por sí de vértigo que, si además
consideramos que el Universo es finito por el tiempo (pues no sabemos
que hay más allá de la distancia recorrida por la luz desde el Big
Bang hasta hoy), nos equipara a una partícula de polvo
prácticamente imperceptible por diminuta en el interior de una gran
caja vacía, al menos en un sistema euclidiano. Ya que en un sistema
cuántico, dicha caja -y con ella nuestra naturaleza- podría ser el
reflejo de un universo multidimensional. En resumidas cuentas, la
magnitud del vector físico de la profundidad, como punto dimensional
referencial de la insignificancia de nuestra especie en el Universo,
resulta insondable por ser asimismo irresoluble la propia naturaleza
del Universo. Y, como bien señala el profesor de Princeton Peebles,
uno de los galardonados con el Premio Nobel de Física, todo apunta a
que nunca llegaremos a comprender completamente el Universo.
Por su lado, el vector
físico de la fragilidad de la naturaleza humana, así como de la
mayoría del conjunto de la vida en el Universo conocido, viene
determinado por el hecho objetivo de que fuera de los planetas no
podemos vivir (extendamos aquí el concepto de planetas incluso a
posibles astros artificiales -definidos como cuerpos celestes-
creados por vida inteligente, como puedan ser estaciones o naves
espaciales). Tanto es así que podemos equiparar los planetas a
pequeñas cápsulas diseminadas en suspensión a lo largo, ancho y
profundo del oscuro Universo, tales como si delicados por
desprotegidos invernaderos se tratase, donde se controla las
condiciones climatológicas básicas óptimas para la creación y
desarrollo de la vida orgánica aprovechando el efecto producido por
la radiación solar.
Sí, los vectores de
profundidad y fragilidad determinan nuestra insignificancia como
especie frente al Universo del que humildemente formamos parte. De
hecho, hace un suspiro que los humanos existimos en la vida del
Universo (y menos aún en la Tierra), y éste ni se inmutará si hoy
mismo desaparecemos de él, arrastrando incluso con nosotros mismos
la vida del bello planeta azul. Pues el Universo no está exento del
principio del ciclo de la vida, y tanto mueren planetas cada día
como por formación nacen de nuevos a partir del gas y el polvo que
gira entorno a las estrellas jóvenes.
Mientras tanto, desde
nuestro pequeño y frágil invernadero al que denominamos Tierra,
estudiamos los exoplanetas -aquellos que están fuera de nuestro
sistema solar- y la evolución del Universo como seres curiosos y
ávidos de conocimiento que somos, en busca de transcendernos como
especie animal, racional y espiritual. Ojalá manifestemos
colectivamente el mismo sentido de trascendencia humana para combatir
nuestra demostrada tendencia autodestructiva. Pues en caso contrario,
nuestro último grito existencial como especie no será más que el
gesto de un chillido insonoro munchiriano en la insondable
vastedad de la caja vacía y oscura del Universo.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano