miércoles, 9 de octubre de 2019

El estudio de los Planetas: la dimensión insignificante de nuestra especie

Peebles, Mayor y Queloz, Premios Nobel de Física 2019

El estudio de los planetas, o más concretamente de los exoplanetas y la evolución del universo, ha resultado ser el astro más brillante en el firmamento de los Premios Nobel de este año, perteneciente al galardón de la Física. Con este evento, una vez más, la comunidad científica hace recordatorio colectivo -aun sin intención premeditada- sobre la ciertamente insignificancia de nuestra pretenciosa especie dentro del Universo (Ver: En una era postgeocéntrica, la noción del Universo es un baño de realidad para el egocentrismo humano). Lo cual ayuda ha resituarnos en nuestra justa medida, orgullo estéril a parte.

De hecho, la dimensión referencial de insignificancia -entendida ésta como valor ínfimo para el conjunto del que forma parte- de la especie humana respecto al Universo, viene determinado por dos magnitudes físicas de naturaleza vectorial concretas: la profundidad y la fragilidad.

El vector físico de la profundidad viene derivado del hecho objetivo que la materia observable, estrellas y planetas incluidos, representa menos del 5 por ciento del Universo, siendo el 95 por ciento restante materia y energía oscura por no visible. Es decir, que nuestra presencia como representantes de la Tierra en un cosmos con más de dos billones de galaxias (cada una con su conjunto particular de diversos sistemas solares propios), nos sitúa en una representación de escala submillonesimal. Un dato ya de por sí de vértigo que, si además consideramos que el Universo es finito por el tiempo (pues no sabemos que hay más allá de la distancia recorrida por la luz desde el Big Bang hasta hoy), nos equipara a una partícula de polvo prácticamente imperceptible por diminuta en el interior de una gran caja vacía, al menos en un sistema euclidiano. Ya que en un sistema cuántico, dicha caja -y con ella nuestra naturaleza- podría ser el reflejo de un universo multidimensional. En resumidas cuentas, la magnitud del vector físico de la profundidad, como punto dimensional referencial de la insignificancia de nuestra especie en el Universo, resulta insondable por ser asimismo irresoluble la propia naturaleza del Universo. Y, como bien señala el profesor de Princeton Peebles, uno de los galardonados con el Premio Nobel de Física, todo apunta a que nunca llegaremos a comprender completamente el Universo.

Por su lado, el vector físico de la fragilidad de la naturaleza humana, así como de la mayoría del conjunto de la vida en el Universo conocido, viene determinado por el hecho objetivo de que fuera de los planetas no podemos vivir (extendamos aquí el concepto de planetas incluso a posibles astros artificiales -definidos como cuerpos celestes- creados por vida inteligente, como puedan ser estaciones o naves espaciales). Tanto es así que podemos equiparar los planetas a pequeñas cápsulas diseminadas en suspensión a lo largo, ancho y profundo del oscuro Universo, tales como si delicados por desprotegidos invernaderos se tratase, donde se controla las condiciones climatológicas básicas óptimas para la creación y desarrollo de la vida orgánica aprovechando el efecto producido por la radiación solar.

Sí, los vectores de profundidad y fragilidad determinan nuestra insignificancia como especie frente al Universo del que humildemente formamos parte. De hecho, hace un suspiro que los humanos existimos en la vida del Universo (y menos aún en la Tierra), y éste ni se inmutará si hoy mismo desaparecemos de él, arrastrando incluso con nosotros mismos la vida del bello planeta azul. Pues el Universo no está exento del principio del ciclo de la vida, y tanto mueren planetas cada día como por formación nacen de nuevos a partir del gas y el polvo que gira entorno a las estrellas jóvenes.

Mientras tanto, desde nuestro pequeño y frágil invernadero al que denominamos Tierra, estudiamos los exoplanetas -aquellos que están fuera de nuestro sistema solar- y la evolución del Universo como seres curiosos y ávidos de conocimiento que somos, en busca de transcendernos como especie animal, racional y espiritual. Ojalá manifestemos colectivamente el mismo sentido de trascendencia humana para combatir nuestra demostrada tendencia autodestructiva. Pues en caso contrario, nuestro último grito existencial como especie no será más que el gesto de un chillido insonoro munchiriano en la insondable vastedad de la caja vacía y oscura del Universo.


Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano