Que el Capitalismo es un
sistema de organización socio-económica que no funciona, es una
evidencia aplastante, a la luz de las grandes desigualdades sociales
existentes marcadas por un abismo de vértigo entre unos pocos que
acaparan mucho y unos muchos que malviven con muy poco. Y aún así,
hacemos como los tres monos que no ven, no oyen y no hablan, pues más
temor parece generar el hecho de afrontar la incógnita a una
alternativa al Capitalismo actual, que el miedo a convivir con el
anormal Principio de Realidad normalizado. Tanto es así, que
criticar al Capitalismo es equiparable -aun a día de hoy y bajo la
percepción errónea de los tres monos-, a ser señalado como un
comunista o un antisistema. Un reductio ad absurdum que
salpica incluso a la defensa de los principios rectores del Estado de
Bienestar Social versus las salvajes prácticas de un
Capitalismo neoliberal, como si defender los derechos civiles que
configuran las constituciones de los países democráticos europeos
frente a un Mercado desatado y feroz fuera propio de postulados de
una trasnochada ultraizquierda en pleno siglo XXI. Todo un
despropósito (o un ataque a propósito) propio del ámbito de la
ignominia generalizado por una minoría de rentas altas -más de
capital, que de trabajo- que, desde su espacio de confort, optan por
la ceguera social voluntaria por interesada.
Que el Capitalismo actual
no funciona como modelo de organización social y económico queda
patente en la fulminación de facto -con ensañamiento y
alevosía añadida- de la piedra angular de la Democracia: el
Principio de Igualdad, máximo valor jurídico de los Estados de
Derecho. Pues el Capitalismo, a través de la mecánica del Mercado,
ha anulado ya no la igualdad material entre los ciudadanos de un
misma misma sociedad -más propio de postulados de regímenes
socialistas-, sino la igualdad de oportunidades entre ciudadanos de
un mismo espacio común socio-económico supuestamente libre,
equitativo y solidario.
Es por ello que, como
apuntan cada vez un mayor número de pensadores -entre ellos muchos
economistas de nueva generación-, es necesario una urgente
reinvención del Capitalismo para paliar los problemas sociales
(aumento de la desigualdad y de las cuotas de pobreza), económicos
(crisis sistémica del modelo productivo) y políticos (clara
afección negativa contra la propia naturaleza de la Democracia) que
él mismo ha causado a través de sus prácticas incontroladas. En
este sentido, más allá del “realismo capitalista” fisheriano que señala que fuera del Capitalismo no hay vida y que éste
condiciona el Principio de Realidad social contemporáneo, hay quienes
apuntan hacia nuevos sistemas económicos denominados como capitalismo
progresista, socialismo participativo, o democracia económica,
entre otros.
Principios del
Capitalismo Humanista
No obstante,
personalmente -y sin entrar a debatir dichos modelos-, abogo por un
sistema al que denomino Capitalismo Humanista, cuyos cuatro
principios fundamentales son los que siguen:
1.-El Capitalismo
Humanista como valor moral social antepone la persona como objeto de
protección pública frente al capital como objeto de protección
privada.
2.-El Capitalismo
Humanista como organización social se articula mediante los
preceptos de un Estado del Bienestar Social.
3.-El Capitalismo
Humanista como organización jurídica antepone los derechos sociales
y civiles fundamentales de un Estado Social y Democrático de Derecho
frente a las reglas partidistas del Mercado capitalista de libre
competencia.
4.-El Capitalismo
Humanista como sistema de organización económica establece
criterios ejecutivos, mediante mecanismos de redistribución y
limitación de las rentas, en la firme defensa por un modelo de
sociedad equilibrada entre los principios rectores democráticos de
igualdad de oportunidades y justicia social, y el derecho democrático
a la propiedad privada.
Como a nadie se le debe
escapar, los cuatro principios fundamentales del Capitalismo
Humanista expuestos, que beben de la filosofía humanista occidental
de tradición greco-romana, comportan afrontar dos grandes caballos
de batalla de rabiosa actualidad:
1.-La lucha antagónica
entre los poderes de la Democracia Social y la Dictadura Capitalista,
y, 2.-El pulso desigual
entre justicia y equidad social (que por ser social es res
publica), y el derecho sin límites acumulativos de la propiedad
individual (que por ser individual es res privata).
En ambos casos, el
planteamiento de los problemas a resolver resulta diáfano: o
defendemos un modelo socio-económico para todos generando un espacio
de bienestar social colectivo, o defendemos un modelo organizativo
exclusivo para unos pocos privilegiados generando grandes
desequilibrios sociales. En este sentido, queda claro que el
Capitalismo Humanista toma parte decidida por la primera opción,
siendo consciente que dichos problemas son resolubles, aunque
pudieran parecer todo lo contrario a primera vista por fuerza mayor e
influencia del denominado “realismo capitalista”. No obstante, si
analizamos con detenimiento los enunciados de los problemas
planteados en su suma, ambos participan de una misma variable
codependiente como raíz clave a despejar: el derecho a la propiedad
privada.
Redimensión de la
Propiedad Privada
Los detractores del
Capitalismo Humanista apelarán al derecho inalienable de la
propiedad privada, fundamento del Derecho occidental por herencia del
derecho civil romano. Pero no hay que olvidar que hoy en día
contamos ya con excepciones normalizadas de limitación a dicha
figura jurídica en los países democráticos por causas de interés
general, como es la expropiación para el desarrollo y ejecución de
infraestructuras estratégicas para el Estado (carreteras, vías
férreas, aeropuertos, etc), o mediante la aplicación de políticas
fiscales (impuesto de bienes inmuebles, impuesto de sucesiones,
impuesto sobre la actividad económica, etc). Por lo que no resulta
descabellado ampliar el marco legislativo de limitación al derecho
de la propiedad privada con el fin de garantizar la equidad y la
justicia social sobre el conjunto de recursos de una sociedad, que es
lo mismo que abogar por una política de redistribución de la renta
del capital y del trabajo más equitativa y solidaria. En esta línea
cabría definir dónde se sitúa el límite de la propiedad privada,
para que no sea causa de desequilibrios sociales desestabilizantes, y
cuál sería la naturaleza de los nuevos instrumentos ejecutivos
de dicho límite (salariales, de bienes tangibles, de recursos, etc).
Ya que la propiedad privada debe ser plenamente compatible con un
estado del Bienestar Social colectivo, y viceversa.
En este punto, por efecto
sociológico a una redimensión de la propiedad privada, cabe apuntar
que sería necesario trabajar colateralmente en la búsqueda de
nuevos elementos motivadores complementarios a la riqueza personal en
una redefinición de la Pirámide de Maslow, como puedan ser el
salario emocional, el enriquecimiento personal en materia de gestión
del conocimiento, la revalorización social del individuo, otros
beneficios de servicios sociales, etc.
Redefinición en la
Redistribución de las Rentas
Por otro lado, los
detractores del Capitalismo Humanista también podrían apelar a que
una redistribución de las rentas, derivadas de la gestión sobre la limitación de la
propiedad privada, acarrearían una desaceleración de la economía
productiva (por relajación de la clase trabajadora), lo que
conllevaría a un aumento de la inflación (subida de precios,
especialmente de los productos de consumo de primera necesidad), y
por consiguiente a la destrucción del Mercado (por caída del
consumo y posible implantación de política de precios máximos),
tal y como sucedió en la causa principal de la caída del Imperio
Romano tras la implantación de un costoso modelo de bienestar social
(panem et circenses). En este sentido, cabe apuntar que los
efectos devastadores de dicho escenario ya los sufrimos a día de
hoy, no por relajación de la clase trabajadora sino por su
imposibilidad de trabajar y/o de cobrar unos salarios dignos -entre
otros factores-, y aun sin limitación alguna a la propiedad privada
y por extensión sin control público a la sobre-acumulación de
recursos colectivos en manos de un porcentaje minoritario de la
sociedad. Así como señalar que, a diferencia del resto de épocas
de la Humanidad, entre ellas la acaecida en la era del Imperio
Romano, el ser humano ha dejado de ser la única fuerza laboral
existente tras la aparición de los robots. O dicho en otras
palabras, vamos a marchas aceleradas hacia una sociedad cuyo
horizonte está marcado por una población activa productiva que no
es humana sino artificial, convirtiendo la política de distribución
de las rentas de capital y de trabajo ya no en una opción sino en
una necesidad social.
Por todo ello, mediante
la redimensión del derecho a la propiedad privada en la ecuación
del Capitalismo Humanista, como palanca imprescindible de cambio
positivo hacia la redefinición de la redistribución de las rentas
en un estado de Bienestar Social sostenible, no solo se puede
alcanzar una sociedad articulada en un contexto de justicia y equidad
social óptima para el conjunto de la ciudadanía, sino que
-legislación nacional e internacional mediante- la Democracia Social
se erigiría como poder de organización socio-económico legítimo
por sobre los mandatos impositivos de la Dictadura Capitalista. Ya
que controlado el derecho a la propiedad privada en beneficio del
bien común, el Capitalismo pasaría a ser un instrumento de gestión
de desarrollo de la Democracia, y no a la inversa como sucede en la
actualidad.
El Capitalismo neoliberal
ha muerto. ¡Viva el Capitalismo Humanista!.
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