No hay mayor
incoherencia, a su vez que mayor belleza paradójica conductual, que
un hombre pasional defendiendo la virtud del comportamiento
equilibrado. Y si algún estereotipo buscamos capaz de hacer connivir
ambos opuestos éste no es otro que Cicerón, el célebre filósofo,
jurista, político, escritor y orador romano. Un hombre
contradictorio por impresionante e intemperante que tanto promulgaba
la cultura del in medio virtus aristotélico, como en su vida
personal era propenso a reaccionar con excesa vehemencia ante los
cambios. En otras palabras, de Cicerón diríamos hoy en día que era
un hombre carente de gestión emocional (por muy docto en filosofía
de la política que fuera), lo cual le acarreó muchos e importantes
enemigos hasta acabar asesinado por el entorno del César, quienes le
cortaron la cabeza y las manos para exhibirlas en la tribuna del Foro
que servía de púlpito (rostra) desde el que el mismo Cicerón
arengaba en antaño al pueblo en su condición de senador.
Pero más allá de la
pasión ciceriana, máximo exponente del concepto de la pasión
stricto sensu como sentimiento vehemente capaz de dominar la
voluntad y perturbar la razón, ya sea por amor, odio, celos o ira
intensa, que conlleva una perturbación o afecto desordenado del
ánimo de la persona, la cual se ve abocada de manera irremediable a
un estado emocional de padecimiento, podemos encontrar una actitud
exenta de autodestrucción en lo que denomino la consciencia
pasional.
Entenderemos aquí
consciencia pasional como aquel estado de ánimo fruto de un proceso
intelectual previo que hace que una persona desarrolle una actividad
con pasión, fuera de cualquier exceso psicoemocional que comporte un
desequilibrio conductual consigo mismo y frente a terceros. De
hecho, en términos de desarrollo competencial y de habilidología,
podemos equiparar la conciencia pasional con un grado superlativo de
la motivación (Ver: Conoce la fórmula de la Motivación).
En este sentido, los
hombres sólo deberían dedicarse a aquellas actividades por las que
sintieran pasión o, mejor dicho, tuvieran consciencia pasional sobre
las mismas. Puesto que la pasión no solo empuja la voluntad de los
hombres a tomar acción, sino que invita al conocimiento profundo
sobre la materia objeto de la pasión, lo que va emparejado a una
actitud de reflexión e investigación proactiva que conduce a una
superación continua sobre el saber hacer de dicha naturaleza.
Características éstas propias tanto del ámbito del comportamiento
como de las habilidades profesionales (independientemente si
socialmente son productivas o no). Así como, en el ámbito del
desarrollo personal y la gestión emocional, la pasión deviene la
puerta de entrada hacia la autorealización individual y hacia los
estados de conciencia conocidos como felicidad, que a su vez son
caminos inestimables para el autoconocimiento del Yo Soy (tan
denostado hoy en día).
Pero aún más, y
derivado de lo expuesto, los hombres sólo deberían hablar de
aquello por lo que sienten pasión. Pues la pasión como
comportamiento, desarrollo de habilidades profesionales, crecimiento
personal y gestión emocional, aporta sabiduría en el sentido de
tener inteligencia (del latín sapere) y capacita a las
personas con la facultad de actuar de manera sensata, prudente y
acertadamente. (Y no es menos cierto que en la actualidad urgimos de
más sabios y de menos homo gallinaceos).
Contrariamente, hoy en
día confundimos la pasión como la exaltación de los deseos más
íntimos, en alineación con una sociedad de mercado que promulga,
para su propia sostenibilidad económica, la cultura del hedonismo
(el placer sensorial inmediato como bien máximo). Un concepto
limitado de la pasión que empuja a las personas a subsistir desde
actividades productivas no pasionales, negándose así su
autoconocimiento y desarrollo personal en pos de la adquisición
comercial de espacios de enajenación colectiva reservados al tiempo
del ocio hedonista, en el que el Yo Soy es sustituido por el Yo de
los Otros.
La búsqueda y desarrollo
de la pasión como estado de consciencia personal y filosofía de
vida, como se ha expuesto, no solo tiene grandes beneficios para el
ser humano como individuo, sino que enriquece saludablemente al
conjunto de la sociedad como catalizador de talentos con rasgos de
personalidad equilibradas para el bien común. Tanto es así que, si
la cara es el espejo del alma -como bien señaló el viejo Cicerón-,
la pasión como consciencia personal es el alimento del alma.
Miremos pues las caras de
los prójimos a nuestro alrededor, y preguntémonos si viven con o
sin pasión, pues en ellas veremos reflejadas de manera diáfana la
respuesta de en qué tipo de sociedad estamos viviendo y
construyendo. Como dijo el antecesor del verdugo de Cicerón: alea
iacta est.