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Imagen de Miquel Porras Sánchez |
Todo ser humano anhela
alcanzar la concordia intimam en su paso por esta vida, que no
es más ni menos que la concordia interior conocida como paz
personal. Pero como toda paz como concepto significativo es
doctrinal, pues forma parte de un conjunto de ideas y principios
morales que integran el universo de creencias de una persona, esta
paz aun siendo personal ciertamente pertenece a la categoría de la
paz filosófica (con independencia de la naturaleza del credo que
cada cual profese). Ergo no se puede acceder a la concordia
intiman sin previamente haber transitado por un proceso
individual de reflexión lógico-racional crítico sobre los grandes
problemas de la existencia humana, en el que se alcanzan conclusiones
intelectuales a partir de premisas conocidas mediante la inferencia
de nuevos datos desconocidos (pensamiento analítico, coherente y
lineal mediante).
No obstante, la paz
filosófica como sustrato imprescindible por indisociable de la paz
personal que nos permite alcanzar un estado de concordia intimam
es más que un simple proceso de pensamiento intelectual o de
racionamiento filosófico aséptico, pues en ella participa la
metafísica por el simple hecho objetivo de que el ser humano es un
ser espiritual en esencia (Ver: La Espiritualidad como realidad de la naturaleza humana). Entendiendo espiritualidad como la capacidad de
trascendernos a nosotros mismos como seres pensantes y sintientes
por encima de rasgos individuales y de caracteres colectivos
socioculturales.
Como ya apuntó
Aristóteles en su obra Moral a Nicómaco dedicada a su hijo,
“la concordia supone siempre corazones sanos”, y no puede existir
un corazón sano sin un estado espiritual sano con uno mismo y frente
al resto del mundo, es decir, en acuerdo espiritual consigo mismo.
Por otro lado, cabe señalar que un estado espiritual sano tan solo
se alcanza mediante la alineación entre lo que todo ser humano como
individuo piensa y siente, materia que en la actualidad denominamos
gestión psicoemocional. Una alineación de pensamiento y sentimiento
que tan solo se alcanza actuando en la vida cotidiana a través del
“justo medio salvando los opuestos”, tal y como defendía el
filósofo cordobés Maimónides en los tiempos del al-Ándalus (de
gran influencia en el pensamiento medieval posterior), haciéndose
eco, todo hay que decirlo, tanto del in medio virtus
aristotélico como de la máxima estoica de vivir en un estado de
serenidad más allá de los excesos propios de un comportamiento
desbocado e irracional.
Es por ello que para
alcanzar el tan anhelado estado espiritual sano, que se manifiesta en
el mundo exterior a partir de un mundo interior caracterizado por la
serenidad, la claridad mental y el equilibrio emocional (no olvidemos
que nuestro mundo exterior es un reflejo de nuestro mundo interior),
se requiere de un concordato personal. Entendiendo concordato aquí y
en este contexto singular no como un acuerdo entre la Iglesia
católica y un Estado como sociedad civil, sino como un acuerdo
formal e intrínsecamente personal respecto a materias mundanas
comunes -propias de la experiencia de vida individual- entre la
dimensión espiritual de una persona y su dimensión más material
como ser social. Lo cual requiere de una profunda revisión y ajuste
de encaje íntimo de carácter periódico -pues la vida se rige sobre
el principio de impermanencia heraclitiano (nada permanece nunca
igual)-, de nuestra ascendencia espiritual (entendámoslo como
reclamo o reivindicación álmica) respecto nuestro universo de
creencias de cómo es y funciona el mundo.
Por lo que podemos
afirmar, llegados a este punto, que para lograr la concordia
intimam se debe partir de un concordato personal, el cual
posibilita alcanzar un estado espiritual sano que nos conduce
inequívocamente a la tan esperada paz filosófica o paz personal.
Asimismo cabe destacar
que la concordia intimam, cuyo objetivo es la consecución de
una vida en equilibrio interno entre los deseos y aspiraciones
personales y las expectativas reales que nos ofrece la vida a través
de nuestro entorno más inmediato (yo soy yo y mis circunstancias,
como señalaba Ortega y Gasset), no solo es una vía que permite al
ser humano como individuo trabajar en el conocimiento sobre sí mismo
(Yo Soy), lo que le lleva a un camino de crecimiento, desarrollo y
madurez personal próximo al estado de consciencia que denominamos
felicidad (Ver: Conoce la fórmula de la Felicidad), sino que a su
vez es una vía de trabajo activo que permite a la sociedad como
colectividad humana centrarse en la equidad como valor moral
indispensable de la justicia social de cualquier Estado democrático
que se precie (en el sentido de la máxima del jurista romano Ulpiano
de vivir honestamente, sin dañar a nadie y dar a cada cual lo que le
corresponde).
Contrariamente, es
patente evidenciar pública y privadamente que las personas que viven
sin concordia intimam se caracterizan por tener una
personalidad volátil (pues no saben en verdad quienes son), tienen
un mundo emocional insalubre por voluble (pues ceden o regalan
continuamente su voluntad a terceros), y protagonizan su existencia
desde la carencia de la tan anhelada paz interior (por las tensiones
que conlleva vivir en una desalineación crónica entre lo que se
piensa y lo que se siente). Un perfil de personas, más común de lo
recomendable por su manifiesta masa crítica social en la sociedad de
mercado contemporánea, imposibilitadas de un comportamiento
conductual equilibrado al no existir la autoridad de consciencia
requerida para el equilibrio de opuestos en su propio mundo interior.
Lo cual, extrapolado al ámbito colectivo, nos da como resultado
axiomático un Estado -como modelo de organización de un espacio
humano común- claramente carente de equidad y por tanto injusto
socialmente. Pues si no existe concordia intimam en los
ciudadanos de un país a título individual, ¿cómo esperar que
pueda existir concordia res publica a título colectivo en
dicho país?. Lo que nos lleva a concluir, a modo de proposición
filosófica, que la justicia social pasa irremediablemente por la
equidad personal: Sin concordia intimam no existe concordia
res publica.
Una proposición ésta
ciertamente difícil de resolver en un mundo multisocio-cultural e
interconectado globalmente. Por lo que a falta de la concordia res
publica, resulta poco inteligente no vivir desde la concordia
intimam a título personal, ya
que nadie vive la vida por nadie. Pues si bien la primera
requiere como condición sine qua non de la segunda, no así
ésta de la anterior.
Amig@, que la inefables
incongruencias de nuestro tiempo no nos roben ni la voluntad ni la
capacidad de alcanzar una existencia vivida desde la concordia
personal.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano