Que somos cada vez más
seres humanos los que coexistimos en el planeta es una evidencia.
Para muestra, un botón: en el año 1.800 éramos 1000 millones de
personas y, transcurridos tan solo dos siglos, actualmente sumamos ya
los 7.300 millones de personas, cifra que según todas las
previsiones se elevará a los 10.000 millones de personas a finales
del presente siglo. Un ritmo de crecimiento poblacional de la especie
humana nunca visto hasta la fecha en toda la historia de la
humanidad.
Las razones son claras.
El incremento poblacional mundial coincide con la aparición a
finales del siglo XVIII de la primera revolución industrial -ya
vamos por la cuarta desde 2011-, lo cual no solo conllevó un
aumento exponencial de la renta por cápita en todo el planeta, que
se había mantenido prácticamente estancada en los siglos
anteriores, posibilitando la economía productiva de masa basada en
la competitividad de mercado como motor de la innovación, sino que
ha ido pareja asimismo de un alto crecimiento en el desarrollo del
estado del bienestar social de las comunidades humanas.
Pero razones
fenomenológicas a parte, lo cierto es que nuestra especie ya hace
tiempo que ha alcanzado el estado de sobresaturación con respecto a
nuestro propio planeta, pues nuestro conductismo existencial supera
el límite que la Tierra puede admitir. Por lo que si existe alguna
solución sobresaturada en el planeta -hablando en términos
químicos-, éste no es otro que el propio ser humano, ya que nuestro
nivel de explotación en materia de recursos naturales es superior a
la capacidad de regeneración del planeta. Un ritmo conductual
colectivo que, de proseguir, nos obligará a “tener que irnos con
la música a otra parte”, como bien apuntó Stephen Hawking poco
antes de morir en referencia a buscar nuevos planetas en el cosmos
donde vivir.
No obstante, más allá
de las implicaciones de salubridad medioambiental planetaria causadas
por la sobrepoblación mundial -y nuestra fagocitación patológica
propia de especies invasivas-, me interesa el estado de
sobresaturación que hemos alcanzado con respecto ya no a nuestro
propio planeta como organismo (tema del que se debate mucho), sino a
nuestras propias sociedades como entidades orgánicas. En este
sentido, cabe destacar los efectos de la sobresaturación por
sobrepoblación en los estratos económico, social y político en el
seno de las sociedades occidentales contemporáneas.
Los efectos de la
sobresaturación en el modelo económico de mercado, por
sobrepoblación de nuestras sociedades, se evidencia en la diferencia
por exceso de la oferta de servicios y productos respecto a la
demanda de los mismos sin capacidad para asimilarlos, lo cual conduce
a un estado de decrecimiento económico que genera caída en la renta
por cápita y aumento de la inflación.
Los efectos de la
sobresaturación en el modelo de bienestar social, por sobrepoblación
de nuestras sociedades -y en connivencia con el modelo económico
de mercado-, se evidencia en la diferencia por exceso de la necesidad
de cobertura de las prestaciones sociales para los miembros de una
comunidad respecto a la capacidad de respuesta del Estado hacia la
misma en la que se ve imposibilitado, lo cual conduce a un incremento
de la deuda pública nacional y a un aumento de la brecha de
desigualdad social.
Mientras que los efectos
de la sobresaturación en el modelo político en estados democráticos
sociales y de derecho, por sobrepoblación de nuestras sociedades -y
en connivencia con los modelos económico de mercado y de bienestar
social-, se evidencia en la diferencia por exceso de la capacidad
hipotética de la política soberana respecto a la capacidad política
real de la soberanía nacional, lo cual aboca a un aumento del estado
de desafectación de la política y a un incremento de las políticas
populistas.
Parece evidente que ante
tal panorama, y entendiendo que sobrepoblación mundial equivale en
términos sociológicos a globalización, no se pueden corregir los
desequilibrios de los efectos de la sobresaturación en el modelo
político sin antes corregir los efectos de la sobresaturación en el
modelo de bienestar social, ni éste sin previamente corregir los
efectos de la sobresatutación en el modelo económico de mercado,
que es lo mismo que redefinir el actual estándar de la economía
productiva que alinee oferta con demanda.
No obstante, el único
camino existente para corregir el desequilibrio por sobresaturación
poblacional del modelo económico de mercado no es otro que mediante
la decidida intervención de un redefinido modelo político (con
incidencias transversales en el conjunto de la sociedad), en el que
la democracia vuelva a ser social y de derecho, con capacidad para
hacer evolucionar el capitalismo hacia un estado de poder ponderado
sobre el conjunto de la sociedad (capitalismo humanista). Lo
contrario solo conduce a excesos en desigualdad social y a
desequilibrios en la asignación y explotación de recursos en un
planeta sobrepoblado que, con prescripción retrasada, requiere de un
nuevo orden estable para su sostenibilidad. Aunque, como ya sabemos,
la acción virtuosa del in medio virtus aristotélico nunca ha
sido un fuerte para el ser humano.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano