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Fedor, robot soldado ruso que sabe conducir y disparar armas |
Desde los albores de la
humanidad el hombre ha tenido que lidiar con los conceptos -humanos,
profundamente humanos como diría Nietzsche- de lo correcto y lo
incorrecto, lo bueno y lo malo, lo moral e inmoral, dentro del
universo de la conducta humana. Una disciplina propia de la Ética,
que es la rama de la filosofía cuyo objeto de estudio es la moral,
entendida ésta como el conjunto de normas o costumbres (del latín
mores) que conforman el comportamiento de los hombres en el
seno de una sociedad. (Ver: Cuando la Moral se impone a los Valores Universales la humanidad siempre pierde).
No obstante, soplan
vientos de cambio con la irrupción en la vida cotidiana humana de
una nueva especie de seres inteligentes y con autonomía propia a los
que denominamos robots (Ver: La consciencia artificial cuestiona la consciencia humana, El ser humano dejará de ser en breve el ser más inteligente y La IA sustituirá a los humanos en los Departamentos de Innovación de las Empresas). Una realidad que nos obliga a ampliar
el concepto de la Ética, materia hasta ahora exclusivamente humana,
a las nuevas criaturas que hemos creado jugando a Dios. De hecho, el
mismo presidente de Microsoft, la empresa más grande del mundo en
valor bursátil según el último ranking de este mismo año, acaba
de solicitar públicamente que se amplíe la Convención de Ginebra
(conjunto de cuatro convenios internacionales que regulan el derecho
internacional humanitario para proteger a las víctimas de conflictos
armados) con el objetivo de regular la capacidad armamentística de los robots, es decir, el uso de su potencial comportamiento letal
respecto a los seres humanos. Una regulación que se enmarca dentro
de una nueva disciplina denominada Roboética.
Pero no nos llevemos a
engaño, la Roboética no es la Ética de los robots, entendida como
una ética artificial, sino que és la Ética humana de los
diseñadores, fabricantes y usuarios de robots. En este sentido,
podemos caer en una falsa seguridad creyendo que tan solo regulando
la Ética humana en el ámbito productivo y de uso de los robots
podemos controlar el comportamiento supuestamente correcto -en
términos morales- de dichos seres artificiales. Un premisa cargada
de inocencia pueril.
Las claves de la falacia
del control de los seres inteligentes mediante la Roboética las
encontramos en la propia teoría de la evolución darwiniana,
entendida como mejora continua de la especie mediante variaciones de
sus genes por determinismos ambientales y conductuales ex
professo. Con una diferencia sustancial, si bien la evolución
biológica requiere de tres premisas claves: herencia
intergeneracional, variedad del rasgo entre los sujetos de una misma
comunidad, y que dicha variedad del rasgo debe dar lugar a
diferencias en la supervivencia o éxito reproductor; en la evolución
artificial solo se requiere de las dos primeras premisas, ya que la
evolución como cambio y mejora del “gen” artificial se produce
en la vida útil de un mismo sujeto artificial sin necesidad -de
momento- de la capacidad de autoreproducción o, mejor dicho, de
autoréplica.
Un postulado avalado en
la actualidad tanto por la capacidad que tienen los seres artificiales de evolucionar en tiempo récord en un hábitat en el
que algoritmos diferentes deben competir entre sí, coordinarse para
generar nuevos comportamientos y autoaprender para conseguir un
objetivo mediante prueba y error -más allá de toda expectativa
imaginaria humana-, como recientemente han demostrado los
investigadores del OpenAI (California). Como por el hecho que el ya
famoso algoritmo de Grover, piedra angular de la inteligencia
artificial que se encarga de acelerar las búsquedas de bases de
datos (otorgando superpoderes a los robots), parece ser el mismo que
está presente en los procesos naturales de los seres vivos en el
ensamblaje del ADN, tal y como recientemente han demostrado investigadores franceses de la Universidad de Tolón. Es decir, que
el algoritmo de Grover, base del autoaprendizaje robótico, es un
fenómeno propio de la naturaleza de los seres vivos, pudiendo así
explicar uno de los grandes misterios del origen de la vida.
Así pues, sobre la
premisa que la clásica teoría de la evolución es extensible a los
seres artificiales,y que la fuerza de la vida -ya sea natural o
artificial- atiende al principio de supervivencia del sujeto por
selección continua de variables ambientales. Y ante el hecho que la
genética artificial es de naturaleza cuántica, lo cual pertenece al
campo de los sistemas matemáticos complejos y dinámicos no
lineales, muy sensibles a las variaciones en las condiciones
iniciales, cuyas pequeñas variaciones en dichas condiciones
iniciales pueden implicar grandes diferencias en el comportamiento
futuro imposibilitando la predicción a largo plazo (Teoría del
Caos). Por todo ello en su conjunto, tan solo cabe manifestar, a
modo de resumen de la presente breve reflexión, que la Roboética es
la falacia humana de controlar a los robots.
A partir de aquí, solo
cabe esperar que una vez que el robot mate al hombre como su dios
(pues solo es cuestión de tiempo), el futuro Dios de los robots se
muestre indulgente con las venideras generaciones de la especia
humana.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano