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Las estadísticas de
población activa de rabiosa actualidad son elocuentes: el mercado
laboral no quiere a trabajadores en edad de madurez profesional, es
decir, a mayores de 45 años. Así pues, Houston tenemos un triple
problema.
Tenemos un problema de
nivel social. Ya que la experiencia no solo ha dejado de primar, sino
que ya no representa un valor añadido en nuestra sociedad.
Tenemos un problema de
nivel económico. Ya que desvalorada la experiencia, el modelo
productivo solo puede desarrollarse en base a sectores económicos de
baja cualificación, los cuales se retroalimentan en el fango de la
precariedad laboral: contratos temporales y salarios reducidos.
Y tenemos un problema de
nivel individual. Ya que la desvalorización de la experiencia junto
a una economía productiva basada en la precariedad laboral
destierran del mercado laboral -empujón consciente mediante por
parte de los departamentos de RRHH de las empresas- a todo trabajador
activo en edad de madurez profesional y, dicho sea de paso, con una
estructura familiar constituida. (Ver: La dictadura de la sociedad joven).
En resumidas cuentas,
alcanzar la madurez profesional se ha convertido en la nueva lacra
del siglo XXI, y los responsables de RRHH en la nueva inquisición
encargada de exterminarla de la nueva religión del mercado laboral.
Un triple problema que
por ser sociológico es ético per se. Pues desvalorar la
experiencia es ir en contra del valor del conocimiento -adquirido
gracias al valor del esfuerzo- que se elabora colectivamente,
derivado de la observación de una comprobación previa y mediante la
participación en común a posteriori de dicha vivencia. Ya
que apostar por una economía productiva fundamentada en la
precariedad laboral equivale a empobrecer el estado de bienestar
social colectivo de manera consciente, con premeditación y alevosía.
Y el hecho desterrar del mercado laboral a trabajadores en estado
activo y con cargas familiares consolidadas es un atentado directo
contra la dignidad de éstas personas y de sus familias.
Es por ello que a la luz
de la ética podemos afirmar que la no aceptación por parte del
mercado laboral de trabajadores mayores de 45 años representa, como
diría Platón, una conducta moralmente injusta -por no equitativa-
y, por tanto, reprochable socialmente.
Por otro lado, cabe
subrayar que los valores morales son fruto del consenso social por
parte de cada sociedad habida y por haber en el transcurso de la
historia de la humanidad, por lo que es responsabilidad nuestra como
sociedad determinar si la exclusión de facto del mercado
laboral contemporáneo de los trabajadores en edad de madurez
profesional es una virtud a respaldar o un vicio a corregir de
nuestro tiempo. Para los despistados, cabe apuntarles que, a todas
luces, se trata de un vício moral a corregir, pues no solo
contradice la razón social -en el que todo individuo es un fin en sí
mismo y no solo un medio, como únicamente pretende el Mercado-, sino
que desprecia asimismo y de manera arrogante la propia dignidad de la
vida humana.
Y no hay mejor manera que
corregir un vicio o conducta moralmente injusta en una virtud o
conducta moralmente justa, desde un enfoque social, que legislando en
derecho laboral por la protección de los mayores de 45 años. Pues,
como ya apuntó Kant con su imperativo categórico, solo los actos
realizados por deber tienen valor moral virtuoso.
Ya es hora que acotemos
el campo al Mercado, a quien hemos cedido nuestra soberanía social
en demasía en pos de una libre economía productiva como motor de
una mal denominada competitividad social. A la economía de Mercado
lo que es del Mercado, y a la Sociedad lo que es de la Sociedad: la
moral social. Que nuestra sociedad vuelva a enriquecerse con el
aporte de talento, experiencia, madurez, compromiso, responsabilidad,
gestión emocional, y sabiduría existencial de esos jóvenes de más
de 45 años repletos de vitalidad e ilusión.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano