Los trabajos
intelectuales, y por tanto con un alto nivel de capacitación
profesional, no están de moda en la España de la era pos Lehman
Brothers. De hecho, el mercado laboral los desprecia sin miramientos.
La razón es bien sencilla, la tierra de Séneca, Magallanes,
Cervantes, Espronceda, Becquer, Lorca, Peral, Ortega y Gasset,
Unamuno, Ramón y Cajal, Ochoa, Gaudí, Picasso, Cela y otros tantos
ilustres se ha convertido -con fotografía de finales de la primera
mitad del siglo XXI-, eminentemente en un país de servicios donde el
sector de la restauración, el alojamiento y los transportes
representan el 15 por ciento del PIB nacional. O dicho de otra
manera, España es un país de camareros.
De hecho, el sector
servicios en su conjunto (sector turístico, comercial y salud
incluidos) aporta el 70 por ciento de la riqueza española, muy por
delante tanto del sector industrial con su triste 12,7 por ciento,
como del sector de la construcción con su abnegado 6,1 por ciento, o
del sector de la agricultura a la cola del ránking con su denostado
4,3 por ciento respecto la totalidad. Tanto es así, que solo tomando
como muestra al sector turístico se puede observar que dicha
actividad económica aporta al PIB y al empleo español tres veces
más que la industria de la automoción, que solo es capaz de
registrar un 5 por ciento de la riqueza productiva y laboral del
país. (Fuentes: Instituto Nacional de Estadística de España
2019T2, American Express y World Travel & Tourism
Council 2018).
Ante este panorama,
propio de un modelo económico profundamente estructural de sol y
ocio, no es de estrañar que la universidad española (cuna del saber
académico) se asiente sobre una vergonzante realidad: la mitad de
los docentes universitarios del país son asociados (no tienen plaza
fija propia de los titulares) y sus sueldos -en la inmensa mayoría
de los casos- rondan los 200 euros. (Fuente: Datos y cifras del
sistema universitario español 2018-2019, del Ministerio de Ciencias
y Universidades). Una radiografía cuya media, cabe apuntar,
empeora en el caso específico de las escuelas de negocios que desde
hace un par de décadas han proliferado como setas en nuestro país.
Es decir, en España se valora tan poco la formación superior que el
50 por ciento del profesorado universitario, investigadores y
doctores incluidos, cobra por hora su equivalencia a la baja del
sueldo de un profesional de la limpieza doméstica.
Un estado de la situación
nada halagüeño que, desde la honestidad docente, invita a los
profesores universitarios (como formadores de nuevos profesionales
multisectoriales) a animar desde su fuero interno a sus estudiantes a
que opten por tres escenarios de desarrollo laboral pragmáticos:
uno, a que se acojan a la vía de la emprendedoría, aún a sabiendas
del alto índice de fracasos registrados por si acaso sonara la
flauta de la caprichosa Fortuna (Ver: La zanahoria inalcanzable para el emprendedor español); dos, a que emigren al extranjero en
búsqueda de mejores pastos laborales; o tres, para aquellos que
opten por permanecer estoicamente en el país, a que busquen trabajo
en la industria nacional por excelencia como camareros (en el más
amplio sentido del término profesional dentro del sector servicios).
Una opción ésta última,
la de buscar trabajo como camarero, que asimismo se está
convirtiendo en España en la salida más viable para asegurarse una
renta de trabajo mínimamente digna en el caso de personas altamente
preparadas en pleno estado de reinvención laboral por causas
sistémicas de fuerza mayor del mercado profesional (que es lo mismo
que decir que se encuentran en un estado tan activo como desesperado
de búsqueda de empleo), precarizados profesores universitarios
incluidos, en un horizonte de subsistencia personal sine die.
Aunque, todo sea dicho de paso, para hacer el tránsito de
reinventarse desde un perfil intelectual a otro marcadamente físico
se requiere previamente de un profundo proceso interior de gestión
emocional (Ver: La Vergüenza de la pobreza, el lastre de la reinvención profesional), y más si cabe en una sociedad donde se
valora por lo que se tiene y aparenta (estatus social agregado), más
que por lo que se Es.
El vaso medio lleno es
que España se está convirtiendo en un país de camareros
universitarios de carreras varias y de experimentados profesionales
multisectoriales de valía altamente cualificados, capaz de ofrecer
una calidad de servicio a los privilegiados turistas nacionales y
extranjeros sin parangón en el mundo entero. Aunque ciertamente
-para cualquier persona con dos dedos de frente- pesa más el vaso
medio vacío, en el que España se está convirtiendo en un país
incapaz de generar una economía productiva de excelencia capaz de
absorber y beneficiarse de su tan rico como vasto talento humano
nacional.
Pero, como diría Don
Quijote, “¿que cabe esperar de éstos lares, amigo Sancho?”,
cuando los responsables de la gobernanza del país no se aplican en
sus responsabilidades por manifiesta incompetencia, más que para
cobrar del erario público aun sin trabajar a costa de todos. (Ver:
España, la casa sin barrer mientras marean la perdiz). Y es que, al
final, se impera la máxima cervantina de la enajenación colectiva
de entretenernos haciéndonos ver gigantes (por espejismos
macro económicos) donde solo hay molinos de viento improductivos por
inactivos.
-Y tú, ¿a qué te
dedicas?
-Trabajo de camarero, y
como actividad complementaria ejerzo de profesor universitario.
Una realidad tan objetiva
como desalentadora que, si Espronceda viviera en nuestros tiempos,
seguro que se vería obligado por consciencia a reversionar su famosa
“Canción del Pirata” al cantar de: Con diez euros por barba /
viento en popa y a toda vela / no corta el trabajador, sino
desesperadamente vuela, / buscando un puesto de camarero el
profesional español.
Frente a la máxima
humanista del ora et labora, oremos para que nuestros
políticos se vean iluminados por la gracia de la inteligencia
socioeconómica de Estado a falta de poder laborare et vivere.