El modelo de organización
de las democracias occidentales se sustenta, como todos sabemos, en
un sistema de partidos políticos dentro de un Estado fundamentado en
la separación de poderes (teóricamente, pues bien conocemos la
teoría de los vasos comunicantes inherente a la naturaleza humana).
Dichos partidos políticos, con independencia de su tipología de
cuadros o de masas -propio de ideologías de derechas y de
izquierdas, respectivamente-, en principio se catalogan como
entidades de interés público creadas para promover la participación
de la ciudadanía en la vida democrática y contribuir a la
integración de la representación de los mismos a nivel estatal.
No obstante, a nadie se
le escapa a estas alturas de la película que dentro de los partidos
políticos cabe diferenciar tanto a los simpatizantes (de carácter
más volátil y rotatorio) y a los afiliados (parroquianos con
carnet) por un lado, como a los dirigentes de los partidos y a los
candidatos a ocupar cargos políticos en la Administración Pública
por otro lado, siendo éstos últimos -considerados popularmente como
políticos profesionales (pues sus rentas de “trabajo” proceden
de la vida política)- los que toman las decisiones políticas de
facto en nombre del conjunto de la ciudadanía en un sistema de
representación piramidal socioestadísticamente tan poco democrático
como su propio sistema orgánico de funcionamiento interno (aunque
este es trigo de otro costal).
Así pues, y atajando en
el desarrollo argumental, nos encontramos que el actual modelo de
organización de las democracias occidentales se sustenta sobre un
grupo reducido (pero altamente costoso) de ciudadanos que han
convertido la política en su profesión o modus vivendi. Lo
cual nos conduce a una conclusión tan obvia como real: la motivación
principal y objetivo último de los políticos profesionales es velar
por su modelo de vida personal. Ergo, para poder mantener un
modus vivendi que depende de la voluntad de terceros, los
políticos deben ocupar su tiempo en ganarse dichas voluntades, cuya
única vía en el mundo de las relaciones humanas dentro de una
sociedad no es otra que convirtiéndose en proveedores de favores de
tipo y naturaleza diversa. Y es aquí donde entra en escena y con
especial relevancia el factor económico, ya que sin dinero los
políticos no pueden financiar las partidas de sus millonarias
estructuras de partido, de sus aparatos de propaganda y de sus
campañas electorales que les permita acceder a cuotas de poder
necesarias para gestionar favores. He aquí, por tanto, el círculo
vicioso:
1.-Los políticos viven
de la política.
2.-Los políticos, para
vivir de la política, son dadores de favores.
3.-Para ser dadores de
favores, los políticos necesitan dinero.
4.-Los políticos buscan
dinero en el Mercado (sector bancario y empresarial)
5.-Los políticos deben
favores al Mercado.
6.-Los políticos se
aseguran continuar viviendo de la política.
7.-Los políticos vuelven
a comenzar el círculo viciado sin fin.
Por lo que, la pregunta
del millón no es otra de ¿a quién representan los políticos?. La
respuesta es diáfana: a sí mismos y a aquellos a los que deben
favores para garantizar la sostenibilidad de su modus vivendi (que
es igual a señalar al Mercado). Una ecuación donde queda
excluido el interés general, siendo lo mismo que decir que ponen en
última posición de la lista de prioridades políticas las
necesidades reales del conjunto de la ciudadanía, y siempre y cuando
no les genere un conflicto de intereses.
No en vano, el economista
Armstrong, en uno de sus últimos artículos sobre Capitalismo versus
Capitalismo Híbrido, pone de manifiesto que la fortaleza de la
economía China radica justamente en su liderazgo político no
elegido que, en consecuencia, no necesita prometer “cosas
estúpidas” (sic) para mantener el poder y así poder ejecutar sus
líneas estratégicas de desarrollo social del país con planes a
largo plazo.
Sin intención alguna de
hacer apología del Capitalismo Híbrido chino, contrario a la
cultura democrática humanista de nuestra civilización greco-romana,
lo que sí que es evidente es que en los Estados Social y
Democráticos de Derecho occidentales urge redefinir nuestro modelo
de organización política a través de establecer nuevos controles y
límites de gestión de la res publica, evaluación tácita de
responsabilidades incluidas. (Ver: ¿Necesitamos a los políticos para velar por el bien colectivo versus el bien individual?). Lo que
de paso afectaría de manera colateral pero con efecto directo a una
necesaria redefinición de las reglas de juego del actual Mercado de
libre competencia -en su omnipotente ascendencia sobre la sociedad
civil-, objeto causal principal de las grandes desigualdades sociales
existentes. Ya que en caso contrario, el actual modelo del círculo
político vicioso en el que estamos inmersos hace inviable, como
todos somos testigos y protagonistas en primera línea de afección,
de cualquier planteamiento serio y diligente de gobernanza de un país
catalogado como moderno por parte de unos políticos que, al fin y al
cabo, no son más que servidores públicos como bien definía Platón.
Barcelona, a poco más
de un mes de las cuartas elecciones generales
en los últimos cuatro
años, en una España con grandes desequilibrios sociales.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano