La vida suele transcurrir
sin mayores complicaciones para la mayoría de las personas que
habitan en su zona de confort. Aunque, en algunas ocasiones, una
persona puede llegar a romperse interiormente -bajo parámetros
psicoemocionales- , al verse sometida a una fuerza de presión de la
vida mayor a la fuerza de resistencia o presión interior del propio
individuo. Es entonces que se produce una implosión del mundo
personal.
La implosión del mundo
personal, que genera una explosión hacia dentro del ser humano, o
bien acaba estallando creando -tiempo mediante- un nuevo efecto de
retroexpansión que permite la reconstrucción de la estructura
psicoemocional de la persona, o bien supera la propia explosión
interna comprimiendo todo el mundo psicoemocional de la persona a un
punto de nulidad cercano a cero, como si de la formación de un
agujero negro interno se tratase. Está claro que en este segundo
caso la persona queda rota interiormente, con las consecuentes
manifestaciones de patologías psicológicas o incluso físicas
resultantes, como puedan ser depresiones, shocks traumáticos,
ataques cardíacos, etc. Mientras que en el primer caso, en el efecto
de la retroexpansión para la reconstrucción de la estructura
psicoemocional de la persona, ésta no solo debe de pasar por un
profundo proceso de gestión emocional, sino también de redefinición
de su esquema vital de creencias y de su escala de valores morales. Y
es sobre éste segundo caso justamente que deseo centrar la presente
breve reflexión.
Es evidente que en éste
supuesto la implosión del mundo personal conlleva de manera
inequívoca una causa de deconstrucción, por fuerza mayor, de la
realidad del individuo que necesitará de una nueva reconstrucción,
a posteriori, de la misma. Un proceso en el que cada persona, a
título individual, necesita de un tiempo singular propio. Pues la
deconstrucción por implosión de la realidad personal es equiparable
a un apagón de la luz vital interior de un individuo, cuyo
reencendido (en alusión metafórica) es directamente proporcional a
la fuerza de la chispa vital del mismo. Y es que cuando se produce
una implosión del mundo personal la vida deja de tener sentido,
generalmente de manera transitoria, hasta que la persona vuelve a
rearmarse psicoemocionalmente para volver a encontrar u otorgar un
nuevo sentido a su propia existencia.
He aquí que nos hayamos
frente a un proceso, no exento de duelo personal, cuya sanación pasa
por tres estadios bien definidos: un primer estado de desapego hacia
la realidad implosionada que ya no existe, un segundo estado
posterior de aceptación de la realidad existente como resultante tras
la implosión (principio de realidad), y un tercer y último estado
de reconstrucción de los esquemas de la realidad personal sobre los
fundamentos de la nueva realidad imperante por resultante.
Lo relevante de la fase
de reconstrución de los esquemas de la realidad personal es que ésta
afecta al universo de creencias del individuo, pues le obliga a
replantearse tanto aquello en lo que creía que ya no es, como en
aquello que a partir de ahora debe creer por ser. Y todo ello en
relación a la vida como marco de referencia donde la persona se
desarrolla como ser pensante y sintiente, que no es materia menor.
Una redefinición de las creencias sobre la naturaleza y
funcionamiento de la realidad que, asimismo, afectan como doble cara
de una misma esencia al esquema de valores morales de las mismas
creencias. Pues la deconstrucción y reconstrucción de una realidad
humana es un fenómeno que implica indisolublemente la
deconstrucción y reconstrucción de la estructura mental y
emocional de una persona, y no existe pensamiento ni sentimiento sin
carga moral. Y no hay que decir que en dicho tránsito, al tratarse
de un proceso íntimo, personal e intransferible, la herramienta de
la gestión emocional representa un valor inmensurable. Por lo que a
mayor práctica en en materia de gestión emocional, mayor control
psicoemocional tendrá una persona en un proceso de implosión del
mundo propio, por refuerzo natural de la capacidad de resilencia del
individuo. (Ver: Manual de la Persona Feliz, Tecnología mental para
una buena salud emocional).
No obstante, no quisiera
finalizar esta breve reflexión sin apuntar una verdad inmutable in
saecula saeculorum como es que el tiempo es una gran medicina
para la implosión de los mundos personales, y que el secreto para el
tránsito exitoso entre la deconstrucción y la reconstrucción de
una realidad humana personal no es otro que no perder de vista en
ningún momento el centro de gravedad de todo ser humano: el sentido
particular que otorgamos a la vida. Pues es justamente este sentido
(de la vida) el que nos insufla las fuerzas necesarias para continuar
viviendo el presente con plena capacidad para seguir reinventando el
futuro de manera obstinadamente creativa. Ya que por encima de
nuestro cielo perceptible, ya esté despejado o nublado, siempre
brilla de manera inmutable el sol (nuestra luz). Aunque a veces nos
empeñemos en autoconvencernos que ha cesado de iluminarnos. Y
recordando, una y tantas veces como sea necesario, el hecho que,
en verdad, la vida para que sea vida siempre implosiona desde el
interior. Nihil novum sub sole!