Si algún concepto
aparentemente inofensivo es profundamente peligroso éste no es otro
que la idea de normal. Pero su peligrosidad no yace en su simbología
en el imaginario colectivo como término de referencia, pues sobre
puntos referenciales está construido el mundo de los hombres, sino
en su distorsionado significado como unidad de homogeneización de la
realidad existente. Por tanto, normalizar, desde un enfoque social,
no es más que el proceso de homogeneizar los diversos elementos
diferentes entre sí que conforman una misma sociedad. Lo que
significa, al fin y al cabo, que aquellos elementos que difieren por
sus características de la normalidad, como punto de referencia y que
son por tanto objeto de homogeneización, son anormales.
Asimismo, para que se
posibilite un proceso de homogeneización debe existir una norma o
regla estandar, que no es más que la manifestación fenomenológica
de la idea de lo normal, siendo esta norma o regla un molde de
impresión social. Por lo que a la lógica mecanicista de lo normal,
todas aquellas características que se exceden del molde social son
desechables. Una metodología que tiene pleno sentido en una cadena
de producción fabril, pero que a todas luces resulta una aberración
cuando en vez de moldear productos de bienes y servicio lo
extrapolamos al ámbito natural de las personas.
Uno de los moldes de
impresión social por antonomasia es tanto el sector educativo como
el mercado laboral (sin entrar en la cultura económica de consumo),
los cuales criban aquellos activos humanos catalogados como normales,
por su adecuada sujeción a los estándares de homogeneización, de
aquellos otros activos humanos catalogados como anormales por su
defecto de homogeneización. Unos estándares que, a su vez, no son
siempre los mismos, sino que varían y se modifican constantemente
bajo parámetros espacio-temporales económicos y socio-políticos.
En este sentido, el molde de impresión social imperante en la
actualidad se fundamenta en una norma o regla estructurada a partir
de la inteligencia lógico-matemática, lo que representa que vivimos
en una sociedad donde se desechan de manera genérica las siete
inteligencias múltiples restantes que conforman el universo racional
humano. (Ver: Conoce la Fórmula de Gestión de las Inteligencias Múltiples y
Allí donde dos inteligencias diferentes chocan hay empobrecimiento social). Y aún más, dicha norma consensuada socialmente como
fundamento del actual molde de impresión social eleva a la categoría
de inteligencia estelar la memoria, la cual no se trata de ningún
tipo de inteligencia sino de una capacidad personal en términos de
habilidad. De hecho, paradójicamente, la comunidad científica ya ha
demostrado de manera reiterada que una persona sin memoria es señal
de mayor inteligencia.
Como podemos deducir
fácilmente tras exponer brevemente los rasgos característicos del
marco operativo que regula el molde de impresión social
contemporáneo, el concepto de normal -versus su opuesto de
anormal- tiene dos claras implicaciones en la vida de las personas:
en el ámbito social y profesional (propio del determinismo del
mercado laboral), y en el ámbito familiar y personal (propio del
determinismo del sector educativo).
En el ámbito social y
profesional, el concepto de normal discrimina negativamente la rica
variedad de inteligencias múltiples que coexisten en una misma
comunidad, lo cual no va solo en contra de los principios
fundamentales de toda política de gestión del talento en una
sociedad altamente competitiva donde la diversidad de las
inteligencias múltiples representa la piedra angular, sino que
atenta de frente contra la cultura misma de la innovación. Pues solo
transgrediendo la normalidad (pensamiento fuera de la caja) se puede
crear una sociedad disruptiva, mientras que desde la lógica de la
normalidad tan solo se puede aspirar a procesos innovadores
incrementales o, en todo caso, frugales. (Ver: La inteligencia Morfosocial no innova, solo recrea y replica). Un tema que desarrollo
extensamente en mi obra “Modelo de Gestión del Talento para Empresas”.
Mientras que en el ámbito
familiar y personal, el concepto de normal amputa sin miramientos
aquellas habilidades y capacidades singulares e innatas de las
personas que sobresalen del molde de impresión social, como si de
retales prescindibles se tratase. Una práctica que condena a las
personas a la incapacidad de autorealizarse individualmente, por
desencaje existencial entre lo que hacen y lo que son (desalineación
con la vocación), viviendo en muchos casos sin llegar a conocer su
Yo verdadero y esencial. Lo cual, por otro lado, resulta
imprescindible para alcanzar un estado de conciencia de felicidad
personal.
Pero el concepto de
normal no es negativo per se. Todo depende de si parte de una
premisa integradora o discriminatoria, como es el caso presente. La
batalla de lo normal versus lo anormal solo generará
beneficios socialmente, como colectividad, cuando el concepto de
normal se vea ampliado hasta incluir aquellos casos que hoy en día
cataloga como anormales. Simplemente, es pura lógica matemática: el
resultado de la suma y de la multiplicación es mayor al de la resta
y la división.
Mientras tanto, y a
expensas del molde de impresión social obsesionado en la
homogeneización de los seres humanos en calidad de ciudadanos,
reivindiquemos nuestra anormalidad como personas singulares, pues
solo a través de ella podremos autorealizarnos como seres sintientes
y pensantes. A los divergentes del sistema, a los anormales que no
encajamos en el molde de la norma, reclamemos nuestro derecho a una
vida plena en la que podamos desarrollar nuestras habilidades innatas
sin ablaciones sociales. Pues si nos privan de lo que somos, dejamos
de ser. Libertas capitur, sapere aude!