Nadie está exonerado del
precio que tiene su propia libertad. Una carga cuyo peso sobre los
hombros de los hombres es directamente proporcional a la suma del
peso de los bienes materiales que desea abarcar. Un deseo que, por
otro lado, puede ser tanto de naturaleza voluntaria, como de
naturaleza obligatoria por las sucesivas cuentas que se van añadiendo
al rosario personal e intransferible de la responsabilidad moral de
un individuo por social.
Sí, el precio para
saldar la deuda contraída por nacimiento para adquirir con pleno
derecho la libertad personal pesa. Una pesantez que no solo carga
físicamente sobre las frágiles espaldas de los hombres, sino que
sobremaneramente presiona como sargento con tornillo de apriete
insaciable sobre las mentes humanas. Pues el precio en el mundo de
las almas mortales se paga con dinero como moneda de canje, y el
dinero exige -por imperativo legal y sin miramientos- unos plazos de
pago in tempus, secuencialmente tan vertiginosos que sumerge
al hombre en un continuo estado de pseudotrance propio del tempus
fugit. Ya que en este contexto la vida se convierte en dinero y
éste en tiempo, ergo la vida no es más que tiempo a pagar.
(A imagen y semejanza del argumentario de la película distópica In
Time).
Ante esta tesitura, para
alcanzar la tan anhelada libertad personal el hombre solo cuenta con
dos opciones bien definidas: o saldar el pesado precio del conjunto
de bienes materiales que desea abarcar, el cual siempre tiende a
agrandarse dentro de la lógica del bienestar en una economía de
mercado, o bien reducir la necesidad de dichos bienes materiales
hasta la mínima expresión con el objetivo de menguar el peso del
precio de la libertad a pagar. He aquí la eterna dicotomía del
comportamiento humano basculante entre epicureísmo (que bebe del
hedonismo) versus estoicismo.
Lo cierto es que optar
por la vía voluntuosa de saldar el pesado precio de unos bienes
materiales (cuya valoración siempre al alza viene dada por el
Mercado) como medio para alcanzar la libertad personal, no es
garantía alguna de conseguirlo, por más empeño que la persona
disponga. Pues como reza el versículo, muchos son los llamados y
pocos los elegidos (un tema resbaladizo donde hay más suerte que
meritocracia). Ya que el peso cada vez mayor del dinero acaba
alargando el tiempo, y éste consume literalmente la vida de aquel
que corre contra reloj para conquistar la libertad bajo el grito de
guerra existencial del libertas capitur!, a menos que la diosa
Fortuna le socorra antes que la esperanza se convierta en su propia
trampa mortal.
Mientras que optar por la
vía de reducir el peso del precio, como pago para excarcelar nuestra
libertad personal, mediante la minimización de los bienes materiales
abarcables, resulta siempre una medida de garantía de éxito
asegurado. Como bien saben los ascetas desde tiempos inmemoriales.
Aunque para ello se requiere una decidida actitud ya no de desapego
al mundo material, sino de aprender a disfrutarlo en su justa medida,
que no es otra que la que viene marcada por nuestras propias
capacidades y oportunidades al beneplácito de los caprichosos hilos
del destino. Pues no existe mayor sufrimiento que aquel que se deriva
de obstinarse en lo inalcanzable. Ya que los sueños, como sabiamente
versó Calderón de la Barca, sueños son. Y éstos, los sueños, son
justamente uno de los grandes problemas de un mundo contemporáneo
que mercadea con la ensoñación, aunque ésta es harina de otro
costal.
Lo que es una evidencia
es que el hombre nace con el derecho positivo a la libertad personal,
y que solo él, exclusivamente él, puede transmutarlo en un derecho
natural de pleno disfrute. Es decir, que el hombre nace con la
prerrogativa de poder conquistar su propia libertad individual, y que
de él depende en su libre albedrío de luchar o no por ella. Por lo
que frente a la actitud de gravar el precio o de aligerarlo de cara
al pago obligatorio previo para alcanzar la libertad, uno no puede
dejar de preguntarse en cuál de los dos casos el hombre tiene
consciencia y valora verdaderamente su libertad personal. ¿El que se
desvive sin vivir, o el que vive sin desvivir?. La respuesta, a la
luz de la razón y del eco de la paz interior, se muestra de manera
diáfana.
Entonces, podemos
preguntarnos, ¿a caso no existe punto medio entre ambos extremos?.
La respuesta no pude ser otra que sí y no, por su complejidad. Sí
que existe punto medio en cuanto la libertad personal, a fin de
cuentas, no es más que un estado de consciencia con independencia
del determinismo ambiental. Y no existe punto medio en cuanto dicho
estado de consciencia es altamente inestable justamente por el mismo
determinismo ambiental. No en vano, quien de verdad busca alcanzar
la libertad personal acaba por mediar distancia con el mundo de las
formas, desde que el hombre es hombre. Aunque éste es un lujo solo
accesible para privilegiados, pues la sociedad, como si de la isla de
Circe se tratase, ya se encarga de inmovilizar al hombre con
resistentes embrujamientos de responsabilidad moral, emocional,
económica y/o material.
Así pues, a quienes
buscan el in medio virtus de la libertad personal desde la
cárcel del mundo material de las formas, solo cabe esperarlos
batallas internas continuas entre los espíritus epicúreos y
estóicos dignas de las aventuras de Hércules. Aunque éste parece
ser un mal menor para el hombre contemporáneo que, si por algo se
caracteriza, es por su apreciable decantación hacia una descarada
resistencia a la libertad individual.
En mi caso particular,
como hombre basculante del montón que soy, hoy me decanto
conscientemente y en pleno uso de mis facultades mentales por el
estoicismo para acariciar mi inestimable libertad personal, sabedor
que la filosofía es más importante que la religión del
materialismo, que el sentido y la finalidad que tiene un hombre en su
Yo Soy es lo más importante de la vida, que todo ser humano está
limitado por un destino incontrolable, y que la conducta correcta de
una persona en cuerpo, mente y espíritu es posible únicamente en el
seno de una vida tranquila evitando perturbaciones del alma. Una
actitud estoica para tiempos convulsos, gintonic en mano y pipa en
boca. Sic fiat!
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano