Hoy me toca esperar, al igual que ayer y anteayer. De
hecho, fumando (en pipa) espero, como cantó la acrtriz española
Sara Montiel en la película “El último cuplé”. Lo cierto es
que la espera resulta siempre tediosa, pues es un estado tenso
-dependiendo del grado de interés y apego personal que suscita el
objeto esperado- a camino entre la acción o resolución y la
pasividad o descanso. La espera es ese tiempo indefinido e
interminable del paso de las manecillas del reloj entre segundos,
minutos u horas. La espera es un agujero insondable en el continuo
del tiempo, donde el mismo tiempo parece dejar de existir por
relantización absoluta de su movimiento. Pero, más allá de cómo
definamos subjetivamente la espera, ¿qué podemos esperar de ella?;
y, más aún, ¿cuál es su naturaleza?.
El viejo filósofo Kant,
en su famosa obra “Crítica del Juicio”, afirmaba que de la
espera sólo se pueden esperar tres cosas: la felicidad, el triunfo
del bien, y la paz perpetua, como no podía ser de otra manera como
precursor del idealismo alemán que era. Sobre la base que en la
naturaleza no existe la finalidad, pero que aún así el hombre
necesita pensar en la finalidad de sus acciones. Un postulado cuyo
fondo comparto personalmente (Ver: La vida no tiene sentido si no se la das tú), pero no así en sus conclusiones sobre la finalidad de
la espera en sí misma. Ya que sus reflexiones filosóficas se basan
en juicios teológicos, una postura nada recriminable desde una
mirada retrospectiva comprensiva hacia un contexto de la ilustración
prusiana del siglo XVIII en plena expansión del protestantismo.
No, amigo Kant, de la
espera tanto se puede esperar, como consecución de una situación,
circunstancia o hecho, la felicidad como la infelicidad, el triunfo
del bien o el triunfo del mal, así como la paz perpetua o temporal
como la guerra eterna o temporal. Pues el hombre, más allá de su
propia voluntad de proyectarse sobre un plano idealista, vive en un
plano realista. Y en el dominio físico de las formas, la resolución
de la espera viene determinada tanto por la suma de historias o
acciones de la persona como sujeto de la espera, como de los
determinismos y condicionantes de su entorno, con independencia total
del tipo de moral aplicada en cada caso. Por lo que se puede afirmar
que la espera conlleva una naturaleza resultante potencialmente
incierta del objeto esperado, por situarse por antonomasia fuera de
nuestro control en términos absolutos. No existiendo más espera
certera que la propia muerte.
Una vez resuelto el hecho
de que de la espera tan solo podemos esperar incertidumbre, veamos
cuál es su naturaleza desde un enfoque ontológico. En este sentido,
podemos apuntar que la espera tiene una triple naturaleza:
La espera como esperanza.
En esta primera dimensión de su naturaleza existe una correlación,
con fundamento real, entre el significado del sujeto que espera y el
significante del objeto esperado. Entendiendo los elementos del
fundamento real como la previsión de una resolución posible en
términos estadísticos. En este caso, la esperanza como naturaleza
de la espera se enmarca dentro del ámbito psicoemocional de los
pensamientos positivos.
La espera como ilusión.
En esta segunda dimensión de su naturaleza existe una correlación,
sin fundamento real, entre el significado del sujeto que espera y el
significante del objeto esperado. Entendiendo los elementos del
fundamento irreal como puras creencias imaginativas sin
correspondencia alguna del mundo de las ideas en relación al mundo
de las formas. En este caso, la ilusión como naturaleza de la espera
se enmarca dentro del ámbito psicoemocional tanto de los
pensamientos positivos como negativos.
La espera como plena
incerteza. En esta tercera dimensión de su naturaleza no existe
correlación alguna entre el significado del sujeto que espera y el
significante del objeto esperado, pues si bien existe sujeto y objeto
de la espera, no existe ni significado ni significante de los mismos.
En este caso, la plena incerteza como naturaleza de la espera se
enmarca dentro del ámbito psicoemocional tanto de los pensamientos
positivos como negativos.
Así pues, observamos que
la espera tiene la triple naturaleza de la esperanza, la ilusión y
la plena incerteza, las cuales se manifiestan de manera conductual en
un individuo dependiendo de la capacidad en materia de gestión
psicoemocional del mismo frente a la acción de la espera. En este
sentido, si bien la actitud conductual no forma parte de la naturaleza
stricto sensu de la espera, no podemos obviar el determinismo
que ésta ejerce sobre la espera en sí misma, ya que si bien la
influencia del comportamiento individual es ajeno sobre su sustancia
(lo que es la espera como naturaleza), sí que puede influenciar
sobre su accidente (cómo se manifiesta la espera de manera subjetiva
en el individuo), en términos clásicos aristotélicos. En este
sentido señalaremos, pues, que la espera como sustancia forma parte
del ámbito ontológico, mientras que la espera como accidente forma
parte de ámbito psicoemocional.
Y, llegados a este punto,
si tuviéramos que caracterizar la espera como accidente, cuya
ascendencia cabe remarcarse como profundamente psicoemocional,
deberíamos recurrir al amplio espectro del orbe emocional que va
desde una actitud (manifiesta o no) de indiferencia hasta el deseo
más exultante, pasando por el punto medio que es la templanza. Una
manifestación, subjetiva y singular por individual del
comportamiento de una persona frente a la espera como accidente, que
viene condicionada, en cada caso particular, por determinismos
biológicos, ambientales o culturales, y psicológicos, donde queda
patente la calidad y madurez del mimbre del que está hecho cada ser
humano.
No obstante, con
independencia de la triple naturaleza sustancial de la espera, todo
individuo debería aprender a enfrentarse a la espera bajo una
actitud de templanza -aunque en ello nos lleve nuestro esfuerzo
personal-, pues no hay nada inteligente en avanzarse en malgastar
energías vitales innecesariamente, ya sea en un sentido positivo o
negativo, por un futuro que aún no ha llegado. Lo cual nos aleja del
momento presente que es la vida. (Ver el concepto de templanza en la
Fórmula de la Autoridad Interna).
Y con templanza y
esperanza, fumando (en pipa) aun espero la resolución final de mi
espera, mientras acabo de perfilar ésta breve reflexión cuyo
entretenimiento me ancla en el presente continuo de mi fugaz vida.
Alea iacta est!