El reino de la razón
sobre los instintos parece estar en uno de sus momentos más bajos, a
la luz de los continuos casos de agresión sexual que copan portadas
en los medios de comunicación de nuestra “desarrollada”
sociedad. Y en este punto, no me dejaré arrastrar por el superfluo
debate jurídico entre abuso y agresión sexual, pues para
entendimiento de la Ética -que es lo socialmente sustancial- ambos
conceptos tienen la misma baja catadura moral.
Para poder llegar a
entender una actitud humana tan aberrante como es la agresión
sexual, por atentar contra la libre voluntad, el respeto a la
intimidad y la dignidad de las personas, debemos diferenciar entre
su continente y su contenido. En este sentido, entenderemos como
continente de la agresión sexual a la sociedad, quien define la
estructura cultural en el ámbito de la exaltación de los
sentimientos, y más específicamente en la relación existente entre
deseo y placer. Y entenderemos como contenido de la agresión sexual
tanto al individuo en sí mismo en concepto de autor, como a sus
círculos sociales más allegados, como son el entorno familiar y el
de amistades en concepto de cooperadores necesarios activos o
pasivos, que en la suma definen de facto el uso de los valores
de la experiencia moral en la relación manifiesta entre deseo y
placer.
Obviamente, al referirnos
a la agresión sexual como fenómeno sociológico, tanto su
continente como su contenido parten de un marcado rasgo
característico esencial, que no es otro que el uso indebido del
placer carnal. Lo que nos aleja del elevado concepto clásico de la
chresis aphrodision griega que aboga por el uso adecuado y en
su justa medida de los placeres sexuales, en una clara vocación
humanista por trascender al hombre de su naturaleza primogénita
animal. Un hecho que nos delata a priori que tanto en la
sociedad como continente, como en el individuo, la familia y las
amistades como contenido de la acción sexual indebida, existe una
distorsión conductual -y de posible hábito ya normalizado- de la
gestión adecuada del placer, en términos de correcta oportunidad
social, y de dominio y de templanza psicoemocional de los instintos
más básicos a nivel personal. Por tanto, podemos afirmar que:
1.-Si la sociedad define
la estructura cultural de la relación entre el deseo y el placer, y
la sociedad se nos muestra como continente del fenómeno de la
agresión sexual, ello significa que la sociedad está promoviendo
-por acción u omisión- un conjunto de creencias, costumbres y
hábitos temporales, por contextualizados, que favorecen la
distorsión de los principios conductuales de las personas en
relación al deseo y al placer. Siendo una de las causas principales
la inmersión de las sociedades contemporáneas en la cultura del
consumo exacerbado de experiencias de alto grado sensorial, dentro de
la lógica comercial de una economía de libre mercado, que
retroalimenta la adicción a una filosofía social fundamentada en el
hedonismo: la convicción de la existencia individual como medio de
obtención y disfrute de los placeres de la vida con carácter
inmediato y elevado a la categoría de fin superior.
2.-Asimismo, si el
individuo, la familia y las amistades definen el uso de los valores
de la experiencia moral en la relación entre deseo y placer, y
dichos actores se nos muestran como partes relacionadas en el
contenido del fenómeno de la agresión sexual, ello significa que
individuo, familia y amistades están promoviendo -por acción u
omisión- una escala de valores morales temporales, por
contextualizados, que asimismo también favorecen la distorsión de
los principios conductuales en la relación entre deseo y placer. (Lo
que Nietzsche calificaría como moralina). Siendo las causas
principales tanto la influencia directa por inmersión de la
filosofía hedonista, derivada de la sociedad como continente, como
la dejación o defecto de responsabilidades en materia de educación
moral -en términos de deberes y obligaciones-, tanto del entorno
familiar como velador de un correcto comportamiento sexual de sus
miembros, como del individuo como autor principal potencial de una
acción sexual, como del círculo de amistades de éste como
validadores de sus actos.
Como podemos deducir a la
luz de lo expuesto, continente y contenido forman parte de una misma
naturaleza que se retroalimenta en doble sentido, donde estructura
cultural y valores morales convergen dando como resultado un tipo
conductual concreto objeto de la presente reflexión: la agresión
sexual. Y cuya responsabilidad recae en todas las personas que
conformamos una misma comunidad social, pues todos somos a su vez
continente y contenido de manera indisociable.
La parte positiva es que
la agresión sexual, por ser una manifestación conductual, se puede
corregir social e individualmente con el objetivo de que la práctica
de los placeres sea sometida a un uso personal y social adecuado,
mediante la inestimable y últimamente denostada herramienta de la
educación. Educar en el justo momento y medida de la práctica de
los placeres carnales, desde un enfoque de la chresis clásica,
no solo es educar contra la agresión sexual, sino que a su vez
representa educar en valores como el uso correcto de la libertad
personal y el respeto a la dignidad hacia terceras personas, que son
elementos nucleares de la tradición humanista occidental. Y
seguramente, justamente la mala praxis de la libertad personal -por
un sistema educativo familiar y social deficiente-, junto a una
exaltación del individualismo propio de la sociedad de consumo, ha
desencadenado en una cultura generalizada por la falta de respeto
hacia el prójimo que, llevada a sus extremos en el campo conductual
del deseo y el placer, han acabado generando el preocupante panorama
actual de registro masivo de casos de agresión sexual.
Asimismo, y en sentido
contrario, no educar contra la agresión sexual desde sus propios
resortes fenomenológicos representa, por un lado, crear un estado de
inseguridad y de consecuente alerta social -como comienza a ser
patente en nuestras ciudades-, y por otro lado, normalizar la
cosificación de la persona objeto del deseo hasta el punto de
convertirla en un bien de propiedad personal temporal sujeto a los
caprichos del agresor o agresores. Pues no hay que pasar por alto el
gravísimo fenómeno actual de la agresión sexual, de rabiosa
actualidad, que ha pasado de la acción individual esporádica de
antaño -fruto de personas con patologías sexuales bien definidas- a
convertirse en un rol excesivamente común de entretenimiento de ocio
grupal por parte de sujetos jóvenes en edad. Es decir, la agresión
sexual comienza a tomar ciertos tintes de sociabilización en ciertos
estratos poblacionales.
El reino de la razón
sobre los instintos es lo que nos trasciende como seres humanos,
mientras que el imperio de los instintos sobre la razón nos subyuga
al mundo animal, un escenario éste donde el concepto de civilización
no tiene cabida. Pero aun siendo civilizados, ¡ay del desgraciado
que transgreda en mi ámbito familiar más íntimo la libertad y el
respeto carnal!, pues es mi despertará al más feroz de entre los
animales feroces. Por lo que a falta de que nos transformemos en
animales salvajes los unos con los otros, procuremos devolver los
principios rectores del humanismo a las agendas de Estado. No
permitamos -pues es responsabilidad de todos- que la máxima de Hobbes
del hombre es un lobo para el hombre, ahora convertida en
premonición de expectante cumplimiento, se normalice en nuestra
sociedad contemporánea.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano