En España vivimos una
época de pésimos gobernantes que solo hacen que marear la perdiz
hasta el agotamiento, y mientras tanto -como dice el sabio refranero
popular-, unos por otros la casa sin barrer: el músculo económico
nacional en recesión, un paro estructural cronificado, un acceso a
la vivienda prohibitivo solo apto para privilegiados, la capacidad de
ahorro doméstico inexistente con familias que viven sumergidos en
una economía de subsistencia sobre endeudada, un mercado laboral
escaso y precario, un sistema educativo desalineado con la demanda
laboral, un aumento continuo de la brecha de la desigualad social, un
sistema de pensiones deficiente y en peligro de extinción, y un
frágil e inestable sistema sanitario, entre otros rasgos
característicos de nuestra radiografía actual. (Ver: ¿Por qué la clase media es la gran olvidada si aporta estabilidad económica,social y política?).
Y aun así, nos, el
pueblo español, que en última instancia somos el depositario de la
soberanía nacional de nuestro Estado Social y Democrático de
Derecho (aunque parece que todavía no nos lo creamos), miramos con
desidia desde la distancia televisiva el circo político, cuyos
malabaristas del vivir a costa del prójimo se sienten tan impunes
que, sin vergüenza ni rubor alguno y aun menos sin despeinarse,
toman como primera medida política en la reciente constitución de
los consistorios locales un aumento de entre el 30 y más del 40
por ciento de sus sueldos regalados. Una parodia propia para la España
de Berlanga. Quien sabe, quizás el masoquismo del homo español sea
un rasgo característico por naturaleza. Pues ya el historiador
romano Pompeyo Trogo, contemporáneo del emperador Augusto en el
siglo I. a.C., nos definió tal como reza: “Los hispanos tienen
preparado el cuerpo para la abstinencia y la fatiga, y el ánimo para
la muerte: dura y austera sobriedad en todo”.
No obstante, no es menos
cierto que a los españoles de a pie nos preocupa los aspectos más
básicos de la pirámide de Maslow, que no son otros que aquellos que
nos otorgan seguridad y cubren nuestras necesidades elementales: el
empleo, la vivienda, la sanidad, la educación y una economía
doméstica que asegure el desarrollo de una vida familiar digna (ya
sea en estado de población activa o inactiva). Sí, somos así de
elementales, al igual que el resto de la humanidad. Aspectos sociales
fundamentales que en nuestro país no están resueltos, y que sin
embargo nuestros gobernantes (que por nivel de rentas a costa de la
austeridad de sus conciudadanos se sitúan en el estrato de clase
social alta) no atienden ni por alusión directa, complicidad
mediante la patente indiligencia de una sociedad quizás marcada a
fuego lento y de manera secular por el rasgo definido por el antiguo
Trogo.
Y bajo esta cuerda, o
mejor dicho telón teatral, nuestros gobernantes lo tienen fácil
para buen vivir del juego de marear la perdiz sin hacer nada: por un
lado, lanzando pelotas de responsabilidad política fuera por causas
de fuerza mayor en un mundo globalizado que obliga a una constante
cesión y concesión de la soberanía nacional (Ver: El Mercado, el nuevo modelo de Dictadura mundial); y por otro lado, alimentando de
manera continua la naturaleza de confrontación pseudofraticida del
pueblo español desde postulados de exaltación emocional.
Característica nacional que asimismo ya fue señalada por el mismo
historiador romano Trogo, al afirmar que los españoles “prefieren
la guerra al descanso y si no tienen enemigo exterior lo buscan en
casa”. Pues el español de a pie se moviliza más por la
enarbolación de los colores de su estandarte, como toro que embiste
cualquier capote al viento, que por sus propias necesidades sociales.
Y así vamos, preocupados en entelequias que no ocupados en lo que
realmente importa.
Como me dijo una persona
aun siendo yo muy joven, las sociedades tienen los gobernantes que se
merecen. Por lo que el problema no radica tanto en el nivel de altura
de nuestros gobernantes (que no son más que un reflejo de nuestra
realidad), sino en la madurez política democrática del conjunto de
los ciudadanos, la cual implica una consciencia proactiva y exigente
de la sociedad con la política como medio de gestión instrumental
de la res publica. Pues solo y de manera transversal desde la
implicación del conjunto de los diferentes estratos sociales que
configuran nuestra colectividad como país podremos mejorar los
principios rectores y ejecutivos de la Democracia como sistema
político de organización social, utilizando como base para el
cambio de la mentalidad colectiva los resortes propios del sistema
educativo. O dicho en otras palabras, si queremos mejorar nuestro
pobre por ineficaz modelo político, que no provee más que al
estatus social de aquellos que participan de la política, debemos
mejorar como ciudadanos en el pleno ejercicio activo de nuestros
derechos y obligaciones democráticas. Pues en caso contrario
estaremos incurriendo en una flagrante dejación de nuestras propias
responsabilidades, y siendo así no falta decir que sobran las
lamentaciones para proseguir con unas vidas, como ya retrató el
romano Trogo, preparadas para la abstinencia y la fatiga (que parece
que la busquemos a posta). Eso sí, con austeridad alegre al frescor
de una cervecita en la terraza del bar de la esquina, que hoy hay
partido de fútbol.
Y
es que, como ya sabían los contemporáneos de Trogo, nihil
novum sub sole.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano