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Agroglifo 8/8/2008, campos de Wiltshire (Reino Unido) |
Hoy, al refugio de la
fresca de un caluroso día de verano, me apetece dilucidar sobre el
número ocho (8), pues es el número natural que mayor curiosidad me
despierta por sus aires criptográficos, si bien debo reconocer que
mi número favorito es el nueve por su trazo de carácter reflexivo,
introspectivo y sereno, además de señalar el día de mi onomástica.
Si algo tiene el número
ocho es que es eminentemente enigmático, pues en él se guardan una
multitud de codificaciones que, como si de un prisma se tratase,
proyecta diversos significados sobre una misma realidad dependiendo
de la luz del conocimiento que la ilumine, con el objetivo de hacer
de sus cifrados ininteligibles a buscadores que no dan la talla. No
obstante, a modo de entretenimiento, desvelemos algunos significado
de su múltiple naturaleza descodificada:
El ocho es eternidad,
pues rotado hasta una posición de 160 grados se transforma en una
lemniscata con figura en forma de símbolo del infinito.
El ocho es simetría
axial de dimensión paralela, pues es dos veces el número tres
opuestos entre sí respecto a un eje simétrico. Y siendo tres los
puntos de referencia del espacio euclidiano, el ocho encierra en sí
mismo un plano dimensional paralelo al plano de la realidad
referencial.
El ocho es vida, pues no
solo es el número atómico del oxígeno, sino que además son ocho
los electrones que siempre requieren los átomos para interactuar con
átomos de igual o de diferentes elementos para la creación de
moléculas.
El ocho es doble
perfección, pues está formado por dos veces la figura geométrica
más perfecta del universo: el círculo, en una elegante composición
de círculos tangentes.
El ocho es equilibrio,
pues en él confluyen las fuerzas antagónicas fundamentales
(nacimiento/muerte, bien/mal, luz/oscuridad, femenino/masculino) del
eterno movimiento cósmico de la regeneración.
El ocho es realización,
pues en su composición no existe dualidad entre lo que es arriba y lo
que es abajo, lo que es creciente y lo que es decreciente.
El ocho es geometría
sagrada, pues son ocho los puntos de la estrella octogonal formada
por dos cuadrados concéntricos, uno de los cuales está girado en 45
grados, símbolo de trascendencia mística en diversas culturas del
mundo.
El ocho es justicia,
fuerza y abundancia, pues así queda representado en la simbología
ancestral dada por el antiguo esoterismo egipcio, la kábala judaica,
el tarot medieval, y la cultura oriental, entre otras tantas.
El ocho es el canto del
viento, pues su forma es la letra “s” cerrada en un silbido
sostenido. El mismo silbido que en el espacio envuelve a los ocho
planetas de nuestro sistema solar.
Y así, con éste ritmo
cadencioso, podríamos proseguir de manera indefinida descifrando los
mensajes ocultos del número ocho. Pero con independencia de la
multiplicad de sus cifrados, y vista la breve relación de
discriptografías expuestas, dos son las ideas principales que
podemos sustraer -a modo de síntesis- de la capacidad perceptiva
humana respecto a éste número natural: la idea del flujo continuo y
la idea de la perfección en relación a la vida. La pregunta
obligada, por tanto, no puede ser otra que el porqué el ser humano
relaciona intuitivamente y de manera atemporal la forma figurativa
del número ocho con la idea del fluir eterno y de la perfección.
¿Podría ser por que
nuestro propio código genético se estructura a partir de una cadena
de ADN de doble hélice en forma de ochos concatenados? Podría ser,
pero ésta razón de corte biológico no es más que una pátina de
la manifestación subyacente de la causa principal. Lo que está
claro es que si el ser humano puede percibir una realidad concreta
es, principalmente, porque dicha realidad ya constituye parte
inherente como forma o idea en la estructura básica
sensitivo-neurológica del ser humano. Es decir, que existe una
relación isomorfa entre la capacidad de forma perceptible por el
hombre y la forma potencialmente percibida de la realidad. Ya que es
imposible todo conocimiento si no existe una correspondencia entre
sujeto perceptible y objeto percibido.
Un axioma del que se
derivan dos postulados: que el conocimiento mismo de la estructura
del universo reside de manera latente en el interior del ser humano,
y que dicho conocimiento no debe restringirse a una metodología
empírica y directa (razonamiento inductivo) sino ampliarse asimismo
al conocimiento filosófico e indirecto (razonamiento deductivo) por
ser de naturaleza interna. Es decir, el hombre no debe renunciar a
buscar desde su mundo interior el conocimiento del mundo exterior,
por lógica isomorfista, pues limitarse a conocer tan solo el mundo
exterior desde éste puede abocar a la parálisis de recrearse única
y exclusivamente en la realidad conocida, como pez que nada buscando
respuestas dando vueltas en el interior de su propia pecera.
Así pues, podemos
concluir que el número cardinal ocho, tanto en su naturaleza
matemática como semiótica, es el eco captado de una parte de la
estructura orgánica del universo mismo. Un eco que nos susurra
eternidad, dimensiones paralelas, vida, perfección, equilibrio,
realización, geometría sagrada, justicia, fuerza y abundancia. Que
cada cual se sirva mejor guste y requiera según sus necesidades e
inquietudes, sabedores que no hay otro espacio para escuchar el eco
del insondable universo que aquel que encontramos transitando
introspectivamente por nuestro interior.