El comedor y el salón
ofrecen una imagen fantasmal. Las grandes alfombras, de las que uno
no se percata de cuánto visten el espacio hasta que ya no están, se
han retirado para limpiar. Los cuadros han sido descolgados de sus
paredes para trasladarlos a la casa de verano, para mejor recaudo.
Los objetos ornamentales fueron recogidos para que no acumulen polvo.
Y los muebles, sofás, lámparas y estatuas incluidas que quedan,
han sido cubiertos con fundas de tela blanca a medida para que
duerman sin interrupción el largo sueño del verano. Una imagen
propia de una casa abandonada, aunque solo sea por casi tres meses.
Un espacio abandonado no
solo transmite una señal emocional de desangelado, semejante al
concepto de un frío vacío en el que no reside la vida y donde los
ecos de una actividad social pasada han dejado de resonar, sino que
también transmite una señal racional de desapego, que no es más
que una sana actitud humana que permite a las personas reinventarse
frente a un nuevo futuro, como animales que mudan su piel para
adaptarse a una nueva estación existencial. Pues el futuro, que no
deja de ser sino el presente que fluye en el eterno continuo de un
tiempo que solo sabe avanzar, no espera a nadie, y menos aun a los
nostálgicos.
Resulta curioso observar
la rapidez, en algunos casos de manera casi instantánea, en la que
un espacio rebosante de vida pasa a un estado de completo abandono.Y
cómo un espacio abandonado se marchita con la fugacidad de una flor
recién cortada sobreexpuesta a un sol abrasador y sin agua que le
ayude a prolongar su caduca vitalidad. De lo que se extrae que el
abandono, en estado puro, equivale a una férrea voluntad activa de
renuncia por los cuidados que requiere el mantenimiento de un
espacio, ya sea físico o metafórico, por rudo que éste sea. En
otras palabras, abandonar significa dejar morir. Y allí donde no hay
vida, se instala el vacío.
Aunque por otro lado,
todos sabemos que el vacío absoluto no existe en nuestro planeta,
por lo que aquello que entendemos como vacío, tiempo mediante, no es
más que la pausa existente entre dos formas de vida diferentes que
pugnan por un mismo espacio. Pues la vida, en sus múltiples formas,
siempre acaba haciéndose paso por la irrupción de su propia e
incontenida fuerza natural. (Ver: Solo desde el vacío generamos nuevos mundos). Es por ello que toda ilusión de vacío acaba por
llenarse nuevamente de vitalidad, aunque esta no sea de naturaleza
humana. Y en su tránsito, el proceso de abandono de un espacio
conlleva irremediablemente el borrado de la existencia habitada
anterior, cuya memoria acaba por diluirse en la noche de los tiempos.
Si, una vez que
abandonamos un espacio, con él muere la memoria de nuestra historia
personal, con total indiferencia de si ésta estuvo marcada por una
vida llena de glamour o, por el contrario, de sufrida penuria.
Recuerda hombre, que polvo eres y al polvo volverás, reza
el génesis judeo-cristiano. Un polvo que el viento de los
tiempos ya se encargará de esparcir para su olvido. Siendo lo único
potencialmente perdurable nuestros actos que, en algunos casos
excepcionales, son merecedores del recuerdo para futuras
generaciones.
Por tanto, podemos
afirmar que el abandono es acción y sustancia. Acción porque surge
como producto de una voluntad activa de la capacidad racional humana,
con independencia que dicho comportamiento conductual sea forzado por
una causa de fuerza mayor o voluntario desde el ejercicio del uso en
plenas facultades de la libertad personal. Y sustancia porque
representa el sustrato primero y último de la pulsación
regeneradora de la fuerza arrolladora de la vida, en su eterna
naturaleza impermanente de continuo cambio y transformación del
mundo de las formas. Pues no debemos de olvidar que la vida tiene el
impulso tanto caprichoso como irrefrenable de redefinir
periódicamente la estructura de la propia realidad.
Y regresando a mi
particular realidad, continuo observando -bajo un espíritu
reflexivo- cómo las fundas blancas que todo lo cubren en periodo
estival ofrecen a la casa de invierno una apariencia casi fantasmal.
Y a pesar de que, en este caso, el abandono del espacio familiar es
temporal, no deja de ser un preludio de un futuro no muy lejano en el
que seguramente el estado de abandono llegará a ser permanente,
pasando de acción a sustancia, y arrastrando así en su paso hacia
la desmemoria social de sus propios inquilinos. Será entonces cuando
el recuerdo de lo vivido se convertirá progresivamente en olvido. Y
en ese vacío transitorio, otra experiencia de vida hará su
aparición con presumible pleno desconocimiento de las experiencias
vitales de los antiguos moradores, incluido yo mismo.
A la espera que finalice
el verano para volver a resucitar la casa fantasma del abandono
transitorio, solo cabe vivir lo mejor posible el presente prestado,
pues la vida no es más que la suma de pequeños instantes presentes
que como polvo sostenido en la palma de la mano se esfuman a cada
incontenida espiración. No en vano nuestra vida, hasta que se
convierta nuevamente en polvo, es un regalo, y por ello justamente lo
llamamos presente in saecula saeculorum.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano