Que las palabras pueden
limitar nuestra existencia humana, es un hecho conocido por la
neurociencia, y más concretamente por la programación
neurolinguïstica. Pues si al fin y al cabo nuestros pensamientos son
estructuras neurolingüísticas, y éstos dan forma a nuestro cerebro
como objeto cognoscente de la realidad que nos rodea, los
pensamientos, por tanto, representan el código base de la
programación mental que determina la historia de nuestra existencia,
biología incluida.
Un conocimiento
ampliamente respaldado por pensadores e investigadores tan diversos,
en pleno siglo XXI, como el director del Centro para la Investigación
de Mentes Saludables (USA) Richard J. Davidson, el investigador Perla
Kaliman del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona
(España), el famoso epigenetista Bruce Lipton, el no menos conocido
psicólogo Martin Seligman fundador de la Psicología Positiva y
creador del método Perma, el filósofo español Luís Castellanos
pionero en la investigación del lenguaje positivo, o un humilde
servidor con la obra de tecnología mental para una buena salud
emocional bajo el título “Manual de la Persona Feliz”, sin
olvidar al recién fallecido científico japonés Masaru Emoto, entre
otros muchos cuyas referencias -por extensas- nos darían para un
libro en sí mismo.
En coherencia con dicho
conocimiento, mi mujer Teresa hace tiempo que desterró de su
vocabulario dos palabras clave para una transformación en positivo
de su vida: culpa y normal. Pero, ¿qué significa transformar en
positivo la propia realidad desde la reprogramación
neurolingüística?. Básicamente, y a modo de síntesis, trabajar
activa y conscientemente en alcanzar el estado de autorealización
personal, que no es más que permitir el desarrollo y expansión del
talento potencialmente manifestable en la vida como ser individual.
Proceso para el cual se requiere, como punto de partida, un estado
personal de Autoridad Interna, que es aquella actitud en la que la
persona se muestra fiel a su naturaleza consigo misma y con la
realidad más inmediata que le rodea, para lo cual es condición sine
qua non previa un proceso de madurez personal de autoconocimiento
del Yo Soy versus el Yo no-Soy o el Yo de los Otros.
No obstante, no podemos
detectar las palabras objeto de una programación mental limitada
susceptibles para un cambio y transformación de nuestra propia
realidad hasta que la vida, como escuela máster del aprendizaje
individual, nos ayuda a poner luz sobre las mismas, observación
consciente personal mediante. Y en este sentido, en un continuo
avance hacia la autorealización personal, Teresa me leyó ayer noche
una sabia reflexión de autoría propia sobre un nuevo vocablo
limitador que lleva tiempo reseteando de su programación mental:
demasiado, la cual me ha evocado de manera entusiasta a la presente
deliberación.
Y es que demasiado es un
término que psicoemocionalmente contiene -desde una concepción
social contemporánea- una gran carga limitadora para el óptimo
desarrollo de nuestras capacidades hacia un estado de plena
autorealización personal. Demasiado es un concepto que a menudo lo
asociamos, aunque sea inconscientemente, como no merecedores de ello.
Demasiado es una sentencia personal, por decreto mental, que
comparten los tres jinetes del apocalipsis del mundo interior de
muchas personas: Yo no puedo, Yo no valgo, Yo no me lo merezco.
Demasiado, por tanto, es la guadaña que sega los sueños
individuales de las personas que se atreven a transgredir, para
mejorar, la realidad personal conocida. Demasiado es un limitador
mecánico cuyo dispositivo se activa automáticamente, en el interior
de los resortes de nuestro engranaje mental/emocional, para impedir
nuestro crecimiento como personas con un alto potencial a
desarrollar, habiendo sido inoculado en nuestro organismo desde el
momento incluso anterior a nuestra propia concepción por la
programación mental colectiva (determinismo cultural). Por lo que en
este sentido, y a la suma de los factores expuestos, se puede
afirmar sin rubor que el pensamiento de demasiado deviene un claro
mecanismo de control social.
No, demasiado no se puede
relacionar nunca con algo negativo, por no merecedores o capacitados,
siempre y cuando se conciba desde la búsqueda de transcendencia
hacia la libertad y el bien individual bajo la premisa del respeto al
prójimo. Demasiado es una idea cuya carga moral debe resituarse en
su justa medida, más allá de condicionantes culturales interesados,
pues dicho concepto no es positivo ni negativo en sí mismo como
sustancia potencial del cambio, sino que es éticamente loable o
reprobable dependiendo del fin de su manifestación de facto.
Por lo que demasiado como juicio de valor es claramente reprobable
moralmente cuando limita el desarrollo por derecho (de iure)
de una persona, mientras que contrariamente resulta loable moralmente
cuando permite la plena autorealización personal de un ser humano.
Es por ello que demasiado
es un concepto comúnmente limitador de la programación
neurolingüística que las personas, en nuestra vocación de
autorealizarnos individualmente desde la plena facultad de nuestras
libertades personales en su justa medida, debemos trabajar ya no para
transgredir, sino para transmutar positivamente en un valor potencial
de crecimiento existencial. Un proceso altamente factible sabedores
que si existe algún órgano reseteable en la fisiología humana éste
es, sin lugar a dudas, nuestra propia mente.
Gracias, amor, por
alumbrarme en mi camino de crecimiento personal, despertando mi
interés reflexivo sobre uno más de los elementos culturalmente
limitadores para el desarrollo humano. A partir de ahora reprogramaré
en mi mente el término demasiado para substituirlo por el concepto
de merecida abundancia. Fiat lux!
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano