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Vista aérea de Sun City, Arizona (USA) |
El hombre siempre se ha
sentido maravillado por los círculos concéntricos, representándolos
ya en monumentos prehistóricos de piedra, en petroglifos, o en
pinturas rupestres, sin dejar de mencionar los misteriosos agroglifos
que aparecen en cultivos de todo el planeta de un día para otro, o
las estructuras urbanas diseñadas en círculos concéntricos que van
desde la antigua ciudad de la Atlántida (según descripción del
propio Platón, y que la comunidad científica sitúa en la ciudad
española de Cádiz) hasta los modernos modelos urbanos de estructura
interna como Canberra de Australia, Palmanova de Italia, Sun City de
USA, Brasilia de Brasil, El Salvador de Chile, Brondby Haveby de
Dinamarca, La Plata de Argentina, o Barcelona de España, entre otras
muchas ciudades. Aunque seguramente los círculos concéntricos más
famosos en la actualidad son las obras pintadas por el ruso Kandiski
a principios del siglo pasado.
El elemento nuclear del
efecto hipnótico para la psiqué humana de los círculos
concéntricos es, justamente, su estructura geométrica fundamentada
en el círculo, una de las formas más perfectas y primogénitas del
Universo. De hecho, desde el átomo, pasando por el óvulo animal,
hasta llegar a los astros del firmamento, el universo se expresa de
forma circular. (Ver: Venimos de la esfera y, tras una vida en espiral, a la esfera regresamos). De lo que se deriva que la
geometría del círculo forma parte de nuestra propia naturaleza
biológica ancestral, latente en el inconsciente tanto individual
como colectivo del ser humano. Solo hay que observar la cantidad de
objetos a nuestro alrededor que contienen una estructura circular.
Pero a parte del círculo,
como elemento sustancial de la geometría de los círculos
concéntricos, éstos se definen por tres rasgos singularmente
característicos para la percepción humana, aunque se manifiesten de
manera ignota por participar en un plano inconsciente: una naturaleza
expansiva, una secuencia discontinua periódica entre materia y
vacío, y una singularidad dual.
La naturaleza expansiva
de los círculos concéntricos invita al imaginario del ser humano a
proyectar un punto de fuga en el espacio de la estructura geométrica
que tiende hacia el infinito, sin limitaciones de conservación de la
energía que puedan hacer decrecer la amplitud de los círculos con
la distancia. Lo que eleva a los círculos concéntricos a la
categoría de entidad trascendental.
La secuencia discontinua
periódica entre materia y vacío de los círculos concéntricos, por
su parte, invita al imaginario del ser humano a transitar por entre
el misterio de los diferentes mundos o dimensiones que conforman la
realidad, cuya manifestación material está esencialmente vacía
(que no es lo mismo que la nada). Lo que eleva a los círculos
concéntricos a la categoría de entidad multidimensional.
Mientras que la
singularidad dual de los círculos concéntricos invita al imaginario
del ser humano a la existencia de un origen común, el cual asimismo
se manifiesta sin singularidad alguna en la estructura singular de
las circunferencias trazadas en cada uno de sus respectivos círculos,
induciendo a la idea del ser y el no-ser. Lo que eleva a los círculos
concéntricos a la categoría de entidad metafísica.
Dicha triple naturaleza
característica de los círculos concéntricos: entidad
trascendental, entidad multidimensional y entidad metafísica, hacen
que éste cuerpo geométrico, si bien podemos observarlo manifestado
en el mundo formal euclidiano, proyecte claras emanaciones más
propias del mundo de las ideas o mundo espiritual. Por lo que si
echamos mano de un tuneado trilema epicuriano, podemos resolver que:
1.-Si los círculos
concéntricos son trascedentales, multidimensionales y metafísicos,
entonces no tienen su origen en éste mundo.
2.-Si los círculos
concéntricos no tienen origen en éste mundo, pero el hombre puede
manifestarlos en él, entonces el hombre tiene acceso a otros mundos.
3.-Si el hombre tiene
acceso a los círculos concéntricos a través de otros mundos,
entonces es que el hombre es trascendental, multidimensional y
metafísico.
Afirmar que el hombre es
trascendental, multidimensional y metafísico, equivale a afirmar que
el hombre es un ser dualista: material y espiritual. (Ver: La espiritualidad como realidad de la naturaleza humana). Como tantas
escuelas de pensamiento han afirmado a lo largo de la historia de la
humanidad, con independencia de sus credos y praxis, versus
las escuelas monistas de rabiosa actualidad propio de la sombra
alargada del pensamiento cartesiano que consideran que el hombre solo
es materia.
No obstante, sin entrar a
debatir si el hombre es por naturaleza monista o dualista, resulta
evidente que la realidad de la que participa y conforma al ser humano
mismo parte de la confluencia universal entre materia y vacío, cuyo
elemento cohesionador en todo el cósmos no es otro que la energía.
A la cual podemos denominarla como realidad física desde una
posición monista, o realidad espiritual desde una posición dualista
(tanto monta, monta tanto) en términos de acceder a los diversos
niveles de manifestación de la misma. Pero con independencia de
nomenclaturas al uso, lo relevante es que desde ese sustrato cósmico
común que es la energía, el mundo del hombre se ve sujeto a
determinismos de realidad estructural de tipo arquetípico como son
los círculos concéntricos. Determinismos arquetípicos que, por
otro lado, portamos inherentes en el potencial cognoscente de nuestro
propio código genético, y que nos vemos abocados a replicar aunque
sea de manera inconsciente. Es decir, que los círculos concéntricos
es un conocimiento metafísico que nos viene dado de serie. Por lo que
podemos concluir que los círculos concéntricos, como formas
arquetípicas trascendentales -como muchos otros por determinar-,
representan una buena manifestación de los puentes de conexión
entre la naturaleza mundana y trascendental del ser humano. A partir
de aquí, de nosotros depende el rendimiento que hagamos de dicho
conocimiento.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano