miércoles, 12 de junio de 2019

Somos cuerpos geométricos con un centro existencial que nos da estabilidad y sentido a la vida

Geometry Body by Fomkin Konstantin

En un mundo euclidiano los seres humanos somos cuerpos geométricos por estar constituidos por las tres dimensiones espaciales de nuestra naturaleza. Y como en todo cuerpo geométrico (ya sea regular o irregular), el origen de dichos cuerpos no se haya en ninguno de los puntos que lo componen, es decir que no está en el cuerpo geométrico mismo sino en su centro: un punto espacio-temporal invisible y equidistante (El ejemplo más clarificador lo encontramos en el círculo). Ergo, por extrapolación, el origen que da forma, sentido y significado a toda persona, organizando y alineando los cuatros niveles de cuerpos diferentes que componen la estructura existencial de un ser humano (físico, emocional, mental y energético, por orden de mayor a menor densidad corporal), se haya en su centro de naturaleza intangible.

Un centro al que podemos denominar centroide si observamos el cuerpo geométrico como una forma del sistema, centro de masas si lo observamos desde su distribución de materia, o centro de gravedad si lo observamos dependiendo del campo gravitatorio, pero que al fin y al cabo y con independencia de la nomenclatura que hagamos uso, siempre nos referenciamos a un mismo fenómeno: un punto espacio-temporal invisible y equidistante que organiza desde su origen al conjunto de las partes que configuran el cuerpo geométrico de referencia. En el caso específico del ser humano, dicho centro intangible desde una observación metafísica existencial no es otro que la consciencia. (Ver: ¿Qué es la consciencia?).

La consciencia, por tanto, es el centro de origen intangible de la estructura existencial del ser humano, que organiza los diversos elementos que componen los cuatro niveles de cuerpos que posee toda persona. No obstante, en esta breve reflexión solo me ocuparé de los elementos singulares que dan forma a nuestro cuerpo energético particular por personal e intransferible, que a su vez determinan de manera directa a los subsiguientes cuerpos del ámbito mental y emocional de todo individuo, y más indirectamente -pero no por ello con menor eficacia temporal- al cuerpo físico o material por residual en su efecto cascada.

Sí, la consciencia es el punto de origen espacio-temporal intangible por invisible y equidistante que organiza los elementos del cuerpo energético, también denominado cuerpo espiritual, de la estructura existencial del ser humano. Pero, ¿cuáles son estos elementos que conforman nuestro cuerpo energético o espiritual? La respuesta a dicha pregunta no es única, ya que cada persona en su naturaleza individual tiene sus propios elementos que le confieren singularidad propia. No obstante, mediante el conocimiento introspectivo (autoconocimiento) que nos ofrece nuestra propia consciencia, como elemento originario y vertebrador, podemos reconocer nuestros propios elementos a título individual. Entendiendo como elementos del cuerpo energético aquellos rasgos vitales que no solo nos definen como personas individuales más allá del contexto cultural, sino que a su vez su desarrollo personal otorgan sentido -en el más amplio concepto existencial- a nuestras propias vidas.

En mi caso, como ejemplo expositivo, los elementos esenciales que conforman la estructura de mi cuerpo energético o espiritual son seis, en mi actual nivel de madurez cognitiva de consciencia personal: La Filosofía, la Libertad, la Creatividad, la Ética, el Amor, y la Espiritualidad. Seis elementos que -permítanme ser un poco platónico- dan forma geométrica a una estrella tetraédrica, en cuyo centro del cuerpo energético se haya mi consciencia individual. No obstante, llegados a este punto, cabe subrayar que la consciencia, como punto de origen espacio-temporal vertebrador de nuestro cuerpo energético en este caso, no organiza -en el sentido de ordenar armónicamente los elementos personales para nuestra positiva percepción íntima existencial, generando así un sentido de vida propio saludable- si no es a través de una actitud de consciencia activa o despierta. Pues solo una consciencia activa o despierta vela, en nuestro día a día, por la organización armónica de dichos elementos que confieren significado existencial al Yo Soy.

Así pues, ¿qué ocurre cuando la consciencia no organiza los elementos del cuerpo energético? Pues que estos se disgregan y actúan sin un centro vertebrador, pudiendo llegar a trasmutar la esencia de su naturaleza en sus propios opuestos por determinismos del mundo exterior de las formas. Es decir, y retomando los ejemplos anteriores, la Filosofía podría convertirse en una apatía por la búsqueda de la sabiduría, la Libertad en sometimiento, la Creatividad en sumisión a la realidad, la Ética en inmoralidad, el Amor en egoísmo, y la Espiritualidad en materialismo. Lo cual evidencia una clara desarmonización de los elementos estructurales del cuerpo energético de la persona objeto de estudio, con profundas implicaciones en su nivel de salubridad existencial individual por antinatural (vivir fuera de su centro), afectando directamente al resto de cuerpos mental (lo que piensa) y emocional (lo que siente) de la persona. Un desequilibrio vital que, sin lugar a dudas, acabará manifestándose finalmente en el cuerpo físico a modo de alteración fisiobiológica, llegando inclusive a generar algún tipo de enfermedad. Pues no hay ser humano que resista impunemente a las tensiones derivadas de la desalineación entre cómo se manifiesta consigo mismo y ante el mundo (Ser), y su propia naturaleza esencial (Es).

Reconocer y velar por nuestro centro existencial al que denominamos consciencia, es reconocer y velar por nuestra mismidad (condición de ser uno mismo). La cual, como todo centro de cualquier cuerpo geométrico en nuestro universo tetradimensional conocido, equivale a mantener la estabilidad en la vida frente a un entorno en continuo cambio y transformación. En caso contrario, la física elemental ya nos indica de manera explícita los efectos nocivos que experimenta todo cuerpo que pierde su centro de equilibrio estructural.

La disgregación y desarmonización de los elementos que dan significado a nuestra mismidad, tanto en el mundo de las ideas como de las formas, por la pérdida de nuestro centro originario y organizador, no solo tiene repercusiones contraproducentes para el individuo mismo (ya que nuestros actos son un reflejo de lo que pensamos y sentimos, y éstos son una consecuencia directa de la salubridad de nuestro cuerpo energético o espiritual), sino que a su vez tiene repercusiones contraproducentes para la misma sociedad en la que nos relacionamos. Es por ello que resulta fácil imaginar las implicaciones positivas, por sanas, que tendría para el conjunto de la sociedad el hecho de que las personas, a título individual, viviéramos desde nuestro centro existencial. Aunque ya se sabe que para ello, como hemos señalado con anterioridad, las personas no solo deben despertar la conciencia sobre sí mismas (estado de consciencias activas y despiertas), sino ejercerla proactiva y respetuosamente. ¿El primer paso?: obviamente desconectarse del mundo exterior para reconectarnos con nuestros centros de consciencia individual. Pero, ¿quién quiere despertar de un hedonista mundo virtual, verdad?.


Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano