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Geometry Body by Fomkin Konstantin |
En un mundo euclidiano
los seres humanos somos cuerpos geométricos por estar constituidos
por las tres dimensiones espaciales de nuestra naturaleza. Y como en
todo cuerpo geométrico (ya sea regular o irregular), el origen de
dichos cuerpos no se haya en ninguno de los puntos que lo componen,
es decir que no está en el cuerpo geométrico mismo sino en su
centro: un punto espacio-temporal invisible y equidistante (El
ejemplo más clarificador lo encontramos en el círculo). Ergo, por
extrapolación, el origen que da forma, sentido y significado a toda
persona, organizando y alineando los cuatros niveles de cuerpos
diferentes que componen la estructura existencial de un ser humano
(físico, emocional, mental y energético, por orden de mayor a menor
densidad corporal), se haya en su centro de naturaleza intangible.
Un centro al que podemos
denominar centroide si observamos el cuerpo geométrico como una
forma del sistema, centro de masas si lo observamos desde su
distribución de materia, o centro de gravedad si lo observamos
dependiendo del campo gravitatorio, pero que al fin y al cabo y con
independencia de la nomenclatura que hagamos uso, siempre nos
referenciamos a un mismo fenómeno: un punto espacio-temporal
invisible y equidistante que organiza desde su origen al conjunto de
las partes que configuran el cuerpo geométrico de referencia. En el
caso específico del ser humano, dicho centro intangible desde una
observación metafísica existencial no es otro que la consciencia.
(Ver: ¿Qué es la consciencia?).
La consciencia, por
tanto, es el centro de origen intangible de la estructura existencial
del ser humano, que organiza los diversos elementos que componen los
cuatro niveles de cuerpos que posee toda persona. No obstante, en
esta breve reflexión solo me ocuparé de los elementos singulares
que dan forma a nuestro cuerpo energético particular por personal e
intransferible, que a su vez determinan de manera directa a los
subsiguientes cuerpos del ámbito mental y emocional de todo
individuo, y más indirectamente -pero no por ello con menor eficacia
temporal- al cuerpo físico o material por residual en su efecto
cascada.
Sí, la consciencia es el
punto de origen espacio-temporal intangible por invisible y
equidistante que organiza los elementos del cuerpo energético,
también denominado cuerpo espiritual, de la estructura existencial
del ser humano. Pero, ¿cuáles son estos elementos que conforman
nuestro cuerpo energético o espiritual? La respuesta a dicha
pregunta no es única, ya que cada persona en su naturaleza
individual tiene sus propios elementos que le confieren singularidad
propia. No obstante, mediante el conocimiento introspectivo
(autoconocimiento) que nos ofrece nuestra propia consciencia, como
elemento originario y vertebrador, podemos reconocer nuestros propios
elementos a título individual. Entendiendo como elementos del cuerpo
energético aquellos rasgos vitales que no solo nos definen como
personas individuales más allá del contexto cultural, sino que a su
vez su desarrollo personal otorgan sentido -en el más amplio
concepto existencial- a nuestras propias vidas.
En mi caso, como ejemplo
expositivo, los elementos esenciales que conforman la estructura de
mi cuerpo energético o espiritual son seis, en mi actual nivel de
madurez cognitiva de consciencia personal: La Filosofía, la
Libertad, la Creatividad, la Ética, el Amor, y la Espiritualidad.
Seis elementos que -permítanme ser un poco platónico- dan forma
geométrica a una estrella tetraédrica, en cuyo centro del cuerpo
energético se haya mi consciencia individual. No obstante, llegados
a este punto, cabe subrayar que la consciencia, como punto de origen
espacio-temporal vertebrador de nuestro cuerpo energético en este
caso, no organiza -en el sentido de ordenar armónicamente los
elementos personales para nuestra positiva percepción íntima
existencial, generando así un sentido de vida propio saludable- si
no es a través de una actitud de consciencia activa o despierta.
Pues solo una consciencia activa o despierta vela, en nuestro día a
día, por la organización armónica de dichos elementos que
confieren significado existencial al Yo Soy.
Así pues, ¿qué ocurre
cuando la consciencia no organiza los elementos del cuerpo
energético? Pues que estos se disgregan y actúan sin un centro
vertebrador, pudiendo llegar a trasmutar la esencia de su naturaleza
en sus propios opuestos por determinismos del mundo exterior de las
formas. Es decir, y retomando los ejemplos anteriores, la Filosofía
podría convertirse en una apatía por la búsqueda de la sabiduría,
la Libertad en sometimiento, la Creatividad en sumisión a la
realidad, la Ética en inmoralidad, el Amor en egoísmo, y la
Espiritualidad en materialismo. Lo cual evidencia una clara
desarmonización de los elementos estructurales del cuerpo energético
de la persona objeto de estudio, con profundas implicaciones en su
nivel de salubridad existencial individual por antinatural (vivir
fuera de su centro), afectando directamente al resto de cuerpos
mental (lo que piensa) y emocional (lo que siente) de la persona. Un
desequilibrio vital que, sin lugar a dudas, acabará manifestándose
finalmente en el cuerpo físico a modo de alteración fisiobiológica, llegando inclusive a generar algún tipo de enfermedad. Pues no hay ser
humano que resista impunemente a las tensiones derivadas de la
desalineación entre cómo se manifiesta consigo mismo y ante el
mundo (Ser), y su propia naturaleza esencial (Es).
Reconocer y velar por
nuestro centro existencial al que denominamos consciencia, es
reconocer y velar por nuestra mismidad (condición de ser uno mismo).
La cual, como todo centro de cualquier cuerpo geométrico en nuestro
universo tetradimensional conocido, equivale a mantener la
estabilidad en la vida frente a un entorno en continuo cambio y
transformación. En caso contrario, la física elemental ya nos
indica de manera explícita los efectos nocivos que experimenta todo
cuerpo que pierde su centro de equilibrio estructural.
La disgregación y
desarmonización de los elementos que dan significado a nuestra
mismidad, tanto en el mundo de las ideas como de las formas, por la
pérdida de nuestro centro originario y organizador, no solo tiene
repercusiones contraproducentes para el individuo mismo (ya que
nuestros actos son un reflejo de lo que pensamos y sentimos, y éstos
son una consecuencia directa de la salubridad de nuestro cuerpo
energético o espiritual), sino que a su vez tiene repercusiones
contraproducentes para la misma sociedad en la que nos
relacionamos. Es por ello que resulta fácil imaginar las
implicaciones positivas, por sanas, que tendría para el conjunto de
la sociedad el hecho de que las personas, a título individual,
viviéramos desde nuestro centro existencial. Aunque ya se sabe que
para ello, como hemos señalado con anterioridad, las personas no solo deben despertar
la conciencia sobre sí mismas (estado de consciencias activas y despiertas), sino ejercerla proactiva y
respetuosamente. ¿El primer paso?: obviamente desconectarse del mundo exterior
para reconectarnos con nuestros centros de consciencia individual.
Pero, ¿quién quiere despertar de un hedonista mundo virtual,
verdad?.