El peso de la industria
española (incluyendo energía y excluyendo la construcción) cae
hasta el 12,6 por ciento en su peso respecto al PIB nacional, y sigue
descendiendo con su consecuente destrucción de empleo, según datos
oficiales hechos públicos hace tan solo un par de días por el
Ministerio de Industria y corroborados tanto por la Fundación BBVA,
como por el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas. Una
evolución pareja, no obstante, al del conjunto de la eurozona,
aunque ésta se encuentra a seis puntos por encima de España.
El actual panorama nada
alentador para nuestro país pone de relieve dos aspectos clave: Una,
que la economía española sigue sujeta a un modelo productivo basado
en los servicios de bajo valor añadido como son la hostelería, el
comercio, y los servicios auxiliares, lo que subyuga al país a una
crisis estructural caracterizada por el empleo precario y los
salarios bajos. Lo cual sitúa en una posición de jaque no solo a la
calidad de vida del conjunto de los ciudadanos (que viven en una
continua inflación), sino al mismo sistema público basado en el
Estado de Bienestar Social (acomodado en los tipos de interés bajos
por miedo a no alimentar aún más al monstruo de su
sobredimensionada deuda pública). Y dos, que la apuesta por la
innovación y la productividad no son garantes de la sostenibilidad y
el desarrollo del modelo industrial que, por otro lado, se ha
mostrado impermeable a las hipotéticas bonanzas de los sucesivos
planes institucionales de rescate sectoriales.
Un contexto que augura un
cambio de ciclo, en el que el actual modelo industrial no tiene
encaje como motor tractor de la economía del país. Dos de las
razones principales, como ya apunté en el artículo “Vivimos en un mundo de ángulos rectos en peligro de extinción, por la llegada de una nueva realidad”, es la escasez en ideas innovadoras que nos
permitan evolucionar como sociedad por la complejidad que ha
alcanzado nuestro conocimiento científico (ley de Moore), y el
efecto techo de dicho conocimiento por la necesidad que tiene la
ciencia de seguir desarrollándose fuera de nuestra caja euclidiana.
Así pues, el dilema está
servido. Si la industria, que en el modelo capitalista clásico
hasta la fecha ha ejercido de motor de la economía de los países
desarrollados, hace fallida, ¿qué sistema económico productivo va
a sustituir su papel?. La respuesta, aun por compleja, tan solo
discurre por dos líneas de estudio posible. Una en la que cambiamos
de modelo económico de organización social, la cual resulta
inviable en un mundo estructurado sobre un mercado global. Y otra en
la que transformamos el actual modelo industrial con el objetivo de
revalorizar su potencialidad de generar riqueza social.
Llegados a este punto, la
pregunta obligada no es otra que ¿cómo mejoramos el modelo
industrial para que retome el rol de motor económico del país si no
es suficiente con la apuesta por la innovación y la productividad
como sinónimos de competitividad?. Lo que está claro es que si
continuamos haciendo lo que hasta el momento hemos hecho, ya no solo
conseguiremos los mismos resultados, sino que incluso empeoraremos la
situación como demuestra el punto de inflexión actual, pues se
conjugan nuevas variables en la ecuación económico-social hasta ahora desconocidas. El
actual enfoque de la era disruptiva, a la luz inequívoca del balance
resultante, no es suficiente.
Lo que está claro es que
el principio tácito de conservación de la economía implica
simetría con respecto a los cambios sociales, y que el principio
explícito de conservación de calidad de vida de los ciudadanos en
una sociedad de mercado se relaciona con la simetría del crecimiento
orgánico de su modelo económico. Manifestándose la simetría en
nuestra realidad de diversos tipos, entre los que se encuentra la
axial (de rotación y traslación). Ergo, si el ciclo de crecimiento
económico deviene negativo su sistema de referencia debe rotar y
trasladarse axisimetricamente hasta el punto de conseguir el
principio de conservación de calidad de vida de los ciudadanos. Y
esto, en parámetros del sector industrial, ¿qué representa?.
Para que la economía
industrial pueda realizar una simetría axial con respecto al
principio de conservación del bienestar social de un país como fin
último, debe superar la competitividad (innovación más
productividad) real que solo se mueve en un plano lineal -de pasado a
futuro- lleno de singularidades (picos oscilatorios), para incorporar
una competitividad alternativa que se desplace de manera
perpendicular al plano lineal de manera que permita trabajar la
dimensión económica igual que si fuera una dimensión espacial,
transgrediendo así las singularidades de cualquier ciclo económico,
lo que nos permitiría armonizar las simetrías socioeconómicas.
Asimismo, hacer referencia a una competitividad alternativa equivale
a una innovación y una productividad alternativas, como
contraposición a las reales, para lo que se requiere por tanto de un
pensamiento alternativo o imaginario.
Debemos entender como
pensamiento alternativo (al real) o imaginario a aquel que discurre
tanto dentro como fuera de la caja euclidiana, facultad que ya en la
actualidad es exclusiva de la inteligencia artificial mediante el
proceso de aprendizaje profundo. Por lo que la industria española,
al igual que el conjunto del sector productivo a nivel mundial,
requiere incorporar un alto nivel de intensidad tecnológica no solo
para revertir el ciclo económico, sino para devolver a la industria
su papel de motor de las economías desarrolladas. (Ver: “La IA sustituirá a los humanos en los departamentos de Innovación de las empresas” y “El futuro es del Project Manager artificial”)
No cabe decir que en este
sentido el Estado -como garante del bienestar social- debe jugar un
papel destacado en la alta tecnologización del sector industrial,
más si cabe cuando el 90 por ciento de su tejido empresarial está
constituido por pymes, con una política activa y decidida de
carácter transversal que acometa reformas paradigmáticas tanto en
el ámbito educacional, como laboral y empresarial. Y sin caer en el
autoengaño simplista de la cultura emprendedora -más propia del
esquema Ponzi- [Ver: La estafa de ser pobre (modelo Ponzi)], pues la
integración social de la alta tecnología en materia de reversión
del ciclo económico mediante el cambio de modelo del sector
industrial y sobre la base de una competitividad alternativa no es
emprendedoría, sino conocimiento y gestión de la inteligencia
artificial.
Así pues, ante la
pregunta inicial de cómo cambiamos la tendencia de ciclo de una
industria en fase de extinción, en términos de peso respecto al PIB
nacional, la respuesta es diafanamente clara: cambiando el modelo de
competitividad real por otro modelo de competitividad alternativo
basado en el pensamiento artificial imaginario. Ante una nueva
realidad, un nuevo paradigma. El tiempo de los seres artificiales se
inicia, para continuar manteniendo el tiempo de los hombres.