Hoy me apetece
reflexionar sobre el fuego como elemento, quizás porque dentro de
pocas horas se celebra la víspera de San Juan en ocasión del
solsticio de verano, íntima y ancestralmente vinculado al rito
ceremonial de las hogueras. Aunque debo reconocer que me gusta más
el elemento agua, sobre todo cuando sumergido en un mar apacible
parece acariciarte como plasma plateado aquietando el espíritu, y el
elemento aire, cuyas ráfagas sobre rostro y pecho son verdaderas
bocanadas de aliento vital de libertad en estado puro. Asimismo,
tampoco considero que el fuego sea el primer elemento de la
naturaleza, como sostenía Heráclito, pues para que haya fuego
(moléculas incandescentes en una reacción química de oxidación
acelerada) debe existir el aire de Anaxímenes (nitrógeno, oxígeno,
argón, etc), el cual requiere a su vez del agua de Tales de Mileto
(hidrógeno y oxigeno), todos ellos dependientes a su vez de la
existencia de la tierra de Jenófanes (materia y energía surgida del
Big Bang).
Pero dejando de lado si
el fuego fue o no el arjé o primero de los cuatro grandes
elementos de la naturaleza, pues ni la propia teoría del Big Bang lo
aclara por ser una paradoja matemática per se y por ende
manifestarse como un continuo saco de problemas no resueltos por la
física moderna -de hecho me resulta poco creíble que el tiempo, el
espacio y toda la materia y la energía del universo conocida hayan
surgido de una singularidad exenta de causalidad que se expande sobre
sí misma-, cabe destacar la característica más relevante del
fuego: su naturaleza dual, capaz tanto de generar vida como de
generar muerte. Lo cual le convierte en un elemento trascendental, ya
que transita tanto por el mundo de la física como de la metafísica.
Es por ello que el
elemento fuego, en su doble polaridad y dimensión de la realidad,
tiene rasgos bien definidos por todos observables.
1.-El fuego en su polaridad de Vida:
En su dimensión física,
consideramos al fuego como generador de vida por su capacidad
exotérmica, es decir, porque es capaz de emitir energía en forma de
calor y luz visible.
Mientras que en su
dimensión metafísica, en el marco conceptual de dicha polaridad,
consideramos al fuego como un elemento arquetípico de creación de
vida y de iluminación de la misma.
2.-El
fuego en su polaridad de Muerte:
En su dimensión física,
consideramos al fuego como generador de la muerte por su capacidad de
combustión, es decir, porque es capaz de liberar la energía de una
forma hasta el punto de modificarla de estado y por tanto de
transformarla en una no-forma ya sea de manera completa o incompleta,
dando como resultado la transferencia de estado de un ser a un
no-ser.
Mientras que en su
dimensión metafísica, en el marco conceptual de dicha polaridad,
consideramos al fuego como un elemento arquetípico de destrucción y
purificación de la vida.
No obstante, en materia
de filosofía de la moral, la franja divisoria entre las ideas
arquetípicas del Bien y del Mal -inherentes a la naturaleza del
elemento fuego- no están tan claras con respecto a la distinción de
su doble polaridad. Pues si bien podemos afirmar que el ideal del
Bien como valor universal está relacionado con la creación e
iluminación de la vida, no podemos decir categóricamente lo mismo
respecto a la relación entre el ideal del Mal como valor universal y
los rasgos metafísicos de destrucción y purificación de la vida
en la polaridad de Muerte del elemento fuego. Ya que la
característica de la purificación, en el fuego como Muerte,
conceptualmente la entendemos más como una propiedad de la idea del
Bien que del Mal. Pues purificar no es más que la acción y efecto
de devolver a un cuerpo, forma o naturaleza su pureza; que es lo
mismo que devolver al mismo a la vida plena.
En este sentido, y ya
desde un enfoque antropológico, el fuego no es más que la alegoría
creadora/destructiva del dualismo conductual del ser humano por
naturaleza, capaz tanto de los mayores hitos de grandeza como de las
mayores aberraciones de nuestra especie. Por lo que dominar
metafísicamente al elemento fuego no solo equivale a centrar nuestra
humanidad, sino a trascender nuestra propia condición humana. No en
vano, el símbolo alquímico del fuego es el triángulo equilátero,
el cual lo coloquemos del lado que lo pongamos siempre señalará en
sentido ascendente, que no es más que la dirección que sigue el
espacio-tiempo en la expansión del propio universo. Por lo que si
alguno de los cuatro elementos de la naturaleza representa
fidedignamente el patrón cíclico del flujo continuo del cambio y
transformación de la vida, ese no es otro que el elemento fuego.
Sí, a pocas horas de la
festividad de la noche de San Juan en un punto cualquiera del norte
del Mediterráneo milenario, cuna de los grandes clásicos que aun se
mantienen como resortes inmortales de nuestra civilización
occidental, el fuego será, un año más, el protagonista de los
ritos de purificación y renacimiento de los hombres bajo la atenta
mirada del astro rey reenergizado y lleno de vida, tal como si
fuéramos aves fénix que resurgimos de nuestras mundanas cenizas.
Aunque, personalmente, me atrae más la iconografía griega del fuego
propia del mito de Prometeo, en el que el fuego -que el titán robó
a los dioses para beneficio de los mortales- representa ni más ni
menos que la iluminación del conocimiento humano, que bien falta nos
hace en estos tiempos que corren mal le pese a Zeus. Fiat lux!
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano