No hay que ser demasiado
avispado para observar la relación entre el aumento de tensiones
socio-políticas y de casos de violencia doméstica generalizada, tal
y como nos muestran los medios de comunicación a modo de termómetro
del índice del civismo humano, con el aumento de temperatura global
que padece el planeta. Y es que el calor ambiental tiene un efecto
negativo en el conjunto del organismo humano de tipología varia, con
implicaciones directas en los cambios bruscos de humor caracterizados
por episodios de irritabilidad que pueden desembocar tanto en
intolerancia como en violencia. Pues nuestra frágil estructura
cerebral está diseñada para poder funcionar perfectamente, desde un
punto de vista fisiológico, con una temperatura ambiental de entre
35 y 40 grados centígrados, temperatura a partir de la cual nuestro
organismo se colapsa entrando en un estado de caos interno con
consecuencias muy graves para la salud, llegando a poder provocar la
muerte.
Y frente a esta realidad,
la sección del tiempo de los telenoticias informaron ayer noche -con
cierta alegría, por no decir despreocupación- de otra realidad de
rabiosa actualidad: la entrada para esta semana de una ola de calor
que en España llegará a alcanzar los 44 grados en algunos puntos
del país. De hecho, es una evidencia que la temperatura media en
España aumenta el doble que en el resto del mundo, habiendo
aumentado en el último medio siglo 1,6 grados centígrados, media
superada por puntos concretos del territorio nacional como es la
ciudad de Barcelona que ha registrado una subida de 1,89 grados
centígrados. Unos pocos grados que si bien pueden parecernos escasos
provocarán -ya en fase de consolidación, según la comunidad
científica- la desertización del 80 por cierto de España como
país, con su consecuente pérdida no solo de biodiversidad sino
también de la capacidad de producción agrícola, así como la
desaparición de parte del actual litoral conocido por la subida del
nivel del agua del mar.
Dos grados que marcan la
diferencia que, asimismo, no solo afectan a España sino que tienen
en jaque a toda la comunidad internacional. Pues es por todos
conocido que si el mundo a nivel global aumenta hasta los 2 grados
celsius con respecto a nuestra era preindustrial (límite que estamos
a punto de alcanzar), el planeta tal y como lo conocemos
desaparecerá. Y aún así, a pesar del principio de buenas
intenciones marcado en el acuerdo climático de París de 2015 -en el
que EEUU se retiró dos años más tarde con la llegada de la
administración Trump-, el hombre en nuestra inconsciencia
continuamos alimentando el aumento de temperatura global mediante la
emisión de carbono a la atmósfera. Lo que se significa, en términos
climatológicos, que si seguimos con la actual tendencia de
calentamiento global llegaremos al final del presente siglo con un
aumento de 3,2 grados centígrados adicionales, lo que representa un
futuro inminente de graves efectos para la salud humana, así como
para las economías productivas globales.
Lo que está claro es que
el ser humano, en nuestro instinto de supervivencia como especie,
está obligado a buscar soluciones inteligentes para limitar el
aumento de temperatura -en parámetros preindustriales- a más de 1,5
grados centígrados, reduciendo las emisiones de dióxido de carbono,
creando e implementado nuevas fuentes de energía limpias,
redefiniendo los modelos urbanísticos y de movilidad de las
ciudades, redefiniendo la cadena de valor de las economías
productivas, ideando procesos de sostenibilidad para los hábitats
naturales, y en caso extremo -como comienza a ser el caso- diseñando
vestimentas inteligentes que mantengan una baja temperatura corporal
frente al calor ambiental para la salubridad psicoemocional de las
personas, pues en caso contrario los hombres vamos a comenzar a
tratarnos como animales salvajes por desorientación, aturdimiento e
irritabilidad mental en la simple gestión de cuestiones nimias de
nuestro día a día. Y ya se sabe que cuando el hombre se transforma
en animal la conducta moral destaca por su ausencia.
En este sentido, me ha
venido a la memoria una prenda de chaleco refrigerado con hidrógeno
líquido recargable en cuyo diseño industrial colaboré años atrás
-ya en otra vida- a través de una de mis antiguas empresas junto con
Corporación Capricornio Technologies, para combatir a nivel
individual las altas temperaturas de un importante país de oriente
medio como proyecto de I+D+I. Quién sabe si el futuro de la
humanidad pasa por la sociabilización de la ropa refrigerada. Y que
la lucha contra las emisiones de CO2 se combata con proyectos como el
electrocatalizador que la Nasa inventó hace ya un par de años para
convertir el dióxido de carbono en oxígeno, como medida para
resolver la respiración de los astronautas en futuros viajes a
Marte. Pues a este paso, la Tierra va camino de martelizarse, si
antes no nos hemos matado por enajenación transitoria causada por el
sofocante calor.
Mientras tanto, ante la
evidente relación entre aumento de las temperaturas y aumento de los
actos de violencia gratuitos, constatando en carne propia ciertas
puntas del día en que la respiración se hace más densa y la cabeza
sufre un exceso de acaloramiento, y a falta de un chaleco refrigerado
a mano (a ver si en breve se comercializan en Zara), no queda más
remedio que hidratarse bien con agua, buscar el cobijo de zonas lo
más frescas posible, reducir el gasto de energía personal y, sobre
todo, evitar el contacto directo con posibles personas que puedan
mostrar la más mínima sintomatología tanto verbal como no verbal
de violencia potencial. Pues del hombre al animal solo hay un pequeño
paso, y más cuando la racionalidad queda anulada por determinismos
biológicos, otorgando así máxima vigencia al homo homini lupus
de Hobbes.