Ruido y silencio son dos
dimensiones contrapuestas que pueden coexistir en un mismo plano de
realidad, donde la existencia (alborotada) o ausencia del sonido
marcan la respectiva diferencia. Como estados naturales ambientales o
de hábitat el ruido podría equipararse a un espacio geométrico
amorfo y abrupto, cuyo medio natural está sometido a las continuas
deformaciones producidas por una o más fuentes mezcladas de ondas
mecánicas; mientras que el silencio sería similar a un espacio
geométrico cristalino (patrón armónicamente definido) y suave,
cuyo medio natural está exento de la perturbación producida por
ondas mecánicas de cualquier tipo (al menos audibles para el ser
humano).
Es por ello que si bien
tanto desde el ruido como desde el silencio se pueden crear
realidades existenciales humanas concretas, aquellas que se
desarrollan sobre un hábitat de ruido las podemos caracterizar por
tres factores singulares, que son:
1.-Una vida altamente
azarosa.
(Ya que en un espacio
geométrico amorfo sus parámetros estructurales se distribuyen sin
un patrón lógico predefinido y condicionado por las alteraciones
aleatorias del propio ruido ambiental).
2.-Una vida expuesta a
potenciales cambios experimentables.
(Ya que dicho espacio
geométrico amorfo está sujeto de manera continua a una fuerza de
transición indefinible entre varias formas existenciales posibles
-suma de historias potenciales-, propio de su naturaleza
indeterminada por condicionamiento azaroso del ruido ambiental).
y, 3.-Una vida marcada
por un incremento sustancial en la velocidad media de creación de
nuevos ciclos de redefinición existencial continua.
(Ya que cuando el espacio
geométrico amorfo transita de un cambio de forma a otro reubica
irremediablemente su posición espacio-temporal con respecto a su
realidad de referencia, reiniciando un nuevo ciclo de vida
existencial dentro del azaroso e indeterminable ruido ambiental).
Todo lo contrario, por
otra parte y como es obvio suponer, de lo que sucede con aquellas
realidades existenciales humanas desarrolladas sobre un hábitat de
silencio.
No obstante, cabe señalar
que las dimensiones de ruido y silencio como manifestaciones de una
misma realidad pueden ser tanto exógenas (estados naturales
ambientales o de hábitat), como endógenas (estados personales de
conciencia y/o de naturaleza interior psicoemocional). Por lo que si
bien la multiplicación de los factores del ruido exógeno y del
ruido endógeno tienden a un valor exponencial de ruido superior, al
igual que sucede con la multiplicación de los factores del ruido
endógeno y del silencio exógeno, no asimismo sucede con la
multiplicación de los factores del ruido exógeno y del silencio
endógeno en el que el resultado tiende a cero, siendo éste el valor
más próximo a un estado personal de máximo silencio. Entendiendo el
silencio, en el ámbito intrapersonal, como la manifestación de un
estado de paz y equilibrio psicoemocional interior.
Expuesto lo cual, la
pregunta que debemos hacernos es ¿sobre qué realidad se construyen
nuestras sociedades desarrolladas, sobre el ruido o sobre el
silencio?. Desde un punto de vista de colectividad, como suma de
individuos que configuran una misma sociedad, es una evidencia
empírica que nos desarrollamos desde la realidad existencial humana
del ruido exógeno. Y desde un punto de vista individual, como
unidades independientes que conformamos la colectividad social, el
alto índice de adicción a las redes sociales apunta a que también
nos desarrollamos desde la realidad existencial humana del ruido
endógeno. Por lo que podemos afirmar que la realidad de ruido social
se transfiere por contagio directo a la realidad de ruido personal,
el cual retroalimenta al primero en un círculo vicioso.
Así pues, si estamos
desarrollando una realidad social de individuos con vidas azarosas,
altamente indeterminables y de múltiples ciclos vitales en una misma
vida, podría significar en un primer análisis superficial que nos
hayamos frente a una sociedad impredecible por antonomasia, aunque lo
cierto es que, contrariamente, si ahondamos en el objeto de reflexión
percibiremos diáfanamente que nos encontramos ante una estructura
orgánica social profundamente dúctil por su alto grado de
plasticidad y de determinismo ambiental. O en otras palabras, no es
el hombre quien construye el hábitat, sino el hábitat quien
construye al hombre a golpe de ruidoso cincel.
Personalmente debo
reconocer que me gusta el silencio exógeno, y que el ruido ambiental
no solo me molesta sino que incluso me agota (como si el sonido
desagradable por no deseado fuera capaz de alimentarse sin permiso de
mi energía vital). Para ruido, por tanto, prefiero el endógeno al
exógeno o ambiental, pues es uno como sujeto cognoscente en la
intimidad de su libre pensamiento quien lo organiza sensitiva y
lógicamente en una combinación coherente de ideas melódicas,
armónicas y rítmicas con sentido intelectual propio. Un proceso
para el que se requiere, condición sine qua non, del silencio
endógeno. Es decir, solo desde el silencio endógeno se puede
transformar el ruido personal y/o ambiental en un pensamiento crítico
por libre e intelectualmente coherente. Aunque ya se sabe que éste
se concibe, hoy en día, como una nota suelta o discordante en medio
de la ruidosa sinfonía ambiental.
Así pues, esta breve y
efímera disertación debería hacernos reflexionar del por qué y
sus causas del hecho que estamos construyendo una realidad en la que
se ha exiliado forzosamente al silencio de la sociedad, así como
plantearnos la pregunta de si ¿deberíamos reintroducir el silencio
en la vida de los seres humanos contemporáneos?. Ya que, a todas
luces, es previsible que el silencio como estado endógeno individual
acabe desapareciendo -como una actitud personal y discrecional
humana- a medida que se vaya completando el cambio intergeneracional
entre personas nacidas en la era pretecnológica (con disposición al
silencio endógeno por motu propio) y pos tecnológica (con
disposición al ruido endógeno por contagio ambiental). No en vano,
y recordando los ecos pitagóricos, el silencio es el comienzo de la
sabiduría, por lo que representa la primera piedra de la Filosofía
(el arte de conocer la verdad última de la realidad).
Hágase el ruido, para
que desde el desconcierto colectivo se ejerza un control general, sin
que nadie disponga de resquicios de silencio alguno que pueda generar
pensamientos independientes por sí mismo. Que desde el caos aparente
(de los muchos) emerja la imposición de un orden preestablecido (de
unos pocos). Se promulga el silencio endógeno individual como un
acto de resistencia revolucionaria anti-sistema.