Si poco aún sabemos de
la Vida, menos sabemos de la Muerte. La única certeza que tenemos es
que la Muerte representa una singularidad en el ciclo continuo de la
Naturaleza, y que quien muere ya no regresa al mundo de los vivos
(sin intención de debatir en este punto con espiritistas como los
cristianos y reencarnacionistas como los budistas, entre otros). Tan
poco sabemos de la Muerte, que el hombre incluso se ha visto obligado
a redefinir a lo largo de la historia de la humanidad el momento en
el que debe entenderse el justo momento de la Muerte stricto
sensu, derivado de las experiencias empíricas con la misma. El
último concepto sobre la Muerte consensuado socialmente que tenemos
es de hace 50 años - establecido por la Escuela de Medicina de
Harvard-, que la define, desde un punto de vista clínico, como la
falta de función del encéfalo, los hemisferios cerebrales y el
tronco cerebral de un ser vivo animal, aunque otros órganos vitales
puedan continuar funcionando. Es decir, entendemos hoy en día como
Muerte cuando no existe actividad eléctrica alguna en el cerebro. Y
aún más, concebimos que la muerte cerebral es irreversible pasados
los cinco minutos, periodo tras el cual la ciencia contemporánea
certifica el estado de Muerte total y absoluta en un ser humano,
reafirmando así la máxima platónica en boca de Cicerón de que la
vida de un hombre es una commentatio mortis.
Pero para nuestro
profundo desconcierto, la Muerte no está muerta en términos
absolutos, como hace poco más de un mes nos reveló mediáticamente
la comunidad científica mundial tras el asombroso experimento
realizado por parte de un equipo americano que ha conseguido la
resurrección cerebral de un total de 32 cerdos decapitados en un
matadero tras pasadas cuatro horas de la certificación de su muerte.
De hecho, los investigadores mantuvieron vivos los cerebros porcinos
resucitados durante un periodo de hasta seis horas (y porque no
prolongaron más el experimento). Todo ello gracias a una tecnología
denominada BrainEX que conecta un cerebro a un circuito
cerrado de tubos que hace circular sangre artificial llena de
nutrientes mediante un sistema de bombas y calentada a través de los
vasos cerebrales a temperatura corporal, lo que permite que el
oxígeno vuelva a fluir a través de las células más remotas
consiguiendo que el cerebro recupere tanto su forma como su función
cerebral (restauración de moléculas y células, reconexión de las
neuronas, reactivación de la actividad eléctrica, etc). Todo un
imaginario propio del doctor Víctor Frankestein de la filósofa y
novelista Mary Shelley.
Este hito de la ciencia
shelleyriano que conllevará,
sin lugar a dudas en un futuro no muy lejano, una revolución
sanitaria en la rehabilitación de pacientes con resultado de muerte
cerebral por accidente, e incluso posibles futuros transplantes de
cabeza en cuerpos mejorados biotecnológicamente (tiempo al tiempo),
nos abre el campo hacia tres grandes líneas de reflexión:
1.-Desde un punto de
vista metafísico, nos obliga a replantearnos sobre los límites de
la Vida y de la Muerte. Si entendemos que la Vida de un ser humano
radica en la plena funcionalidad de su cerebro, y éste podemos
llegar a mantenerlo en vida aun post mortem, ¿debemos
entender la Muerte como una singularidad del continuo del ciclo de la
naturaleza de características plástica, relativa y reversible, en
contraposición de la creencia vigente de un estado rígido, absoluto
e irreversible?. La respuesta no puede ser otra que afirmativa. Por
lo que podemos asemejar la Vida, intervención humana mediante, como
una singularidad de la Muerte con capacidad de provocar una
diferencia de fuerzas con tendencia potencial hacia un valor
infinito, equiparable en física a la curvatura del espacio-tiempo
provocado por la singularidad gravitacional.
2.-Desde un punto de
vista ontológico, nos obliga a replantearnos la naturaleza y
dimensión de la Conciencia. Si entendemos que la Conciencia de un
ser humano radica en su cerebro, al tratarse la Conciencia de un
proceso neurológico racional, y que ésta puede llegar a existir aun
post mortem tras la
resucitación (o en la continuidad tras la discontinuidad) del
cerebro, ¿debemos entender que un ser humano pueda mantener
la Conciencia fuera de su cuerpo o privado de las facultades de sus
órganos sensitivos?. La respuesta, aún por verificar
científicamente, presumiblemente también podría ser afirmativa.
Por lo que podemos asemejar la Conciencia a una unidad de
inteligencia humana transportable y almacenable, equiparable a un
chip cognoscente artificial insertable y descargable en una diversidad
de dispositivos móviles homologados.
y, 3.-Desde un punto de
vista ético, nos obliga a replantearnos un modelo social futuro en
el que las personas puedan llegar a alargar exponencialmente la Vida
en términos próximos al concepto humano de la eternidad. Si
entendemos que la Muerte se puede postergar ciencia mediante, y que
el modelo de organización económico de las sociedades humanas
tiende hacia la globalización de un mercado de libre competencia,
¿debemos entender que todas las personas tendrán acceso a una vida
cercana a la eternidad?. La respuesta, en este caso, seguramente será
negativa. Por lo que previsiblemente existirá una división social
de clases entre los que se puedan comprar o no la Vida post
mortem, semejante al argumento de la película americana de
ciencia ficción distópica In Time de Andrew Niccol donde el
tiempo es dinero, y con dinero se puede comprar un tiempo de vida
ilimitado. O dicho en otras palabras, la Muerte será un estado
inevitable de los pobres y, por tanto, representará un rasgo
sociológico. Un problema ético a futuro que, asimismo, vendrá
inevitablemente acompañado de otros retos éticos colaterales a
afrontar como podría llegar a ser, entre otros, el control de
natalidad de la humanidad para una especie que ha alcanzado la
potencialidad de la eternidad. Profundos dilemas éticos que
vislumbran una nueva y disruptiva moral humana, tanto a nivel
individual como social.
Sí, el horizonte de la
resurrección cerebral transgrede los conceptos que tenemos de la
Vida, la Muerte y la Conciencia.Ya que desciende hasta el reino de los mortales una
idea hasta ahora reservada en exclusiva a los dioses: la
“inmortalidad”. Pues al hombre se le ha concedido su particular
cáliz del Santo Grial, que en vez de contener la sangre del hijo de
Dios contiene el milagroso BrainEX. Por lo que ahora más que
nunca en la historia de nuestra especie humana se presenta de manera
verosímil, por potencialmente factible, una pregunta hasta la fecha
imposible: ¿y si la inmortalidad se pudiera comprar?. En caso
afirmativo, ¿de qué seremos capaces los seres humanos por
adquirirla? Y, lo más relevante: ¿qué uso personal haremos de la
inmortalidad?.
“Tomad y bebed de él
todos los que podáis comprarlo, porque este es el cáliz de mi
resurrección, la resurrección de la alianza nueva y eterna, que
será derramada por vosotros y por muchos para la inviolabilidad de
vuestros pecados. Haced esto en conmemoración de la nueva
tecnosociedad inmortal”.
Plegaria Eucarística I:
“Canon PostRomano”
S. I d. BrainEx
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano