Ya es oficial. Nos
hayamos inmersos en la llamada era disruptiva, un término que los
docentes de empresariales definimos en clase a nuestros alumnos como
un proceso innovador abrupto, por no decir radical, que produce un
profundo cambio en la sociedad de la mano de un producto o servicio
totalmente nuevo que irrumpe en nuestras vidas trasgrediendo la
realidad conocida hasta el momento. Y es oficial, simplemente, porque
el término ya se utiliza de manera normalizada en los medios de
comunicación como una realidad de facto.
Pero esta era disruptiva
tiene edad propia. Es decir, sitúa la barrera de admisión laboral
de sus miembros a un máximo de 40 años y de manera excepcional. Por
lo que se trata de un espacio-temporal que discrimina negativamente
por selección de edad a la población activa, lo que a la práctica
representa un corte divisorio en la sociedad entre personas
calificadas como “aptas” y “no aptas” para la lógica de la
nueva economía productiva. Las razones que esgrime el Mercado para
esta selección natural del trabajador son varias: desde criterios de
retribución y flexibilidad laboral (en un contexto precario marcado
por la interminable crisis económica), pasando por supuestas
habilidades intrínsecamente generacionales caracterizadas por el
pensamiento lateral propio de la creatividad y la innovación, hasta
llegar al presumible perfil del trabajador engaged (altamente
comprometido con la empresa) que destila altos niveles de competitiva
testosterona; ...perdón, quería decir motivación. Atributos todos
ellos que se les presume incorporados de serie a los trabajadores
jóvenes entre 18 y 35 años, principalmente, los cuales mantienen
aún la pulsación vital cardiaca manifestada como deseo de “comerse
el mundo”. Puesto que el Principio de Realidad siempre va por
detrás de las hormonas, y la era disruptiva busca personas que
piensen fuera de la caja, y cuánto más alejados de la misma mejor.
No obstante, por todos es
sabido que las habilidades necesarias para el desarrollo de la era
disruptiva no son exclusivas de los jóvenes, y que las personas
mayores de 40 años atesoran un inestimable activo en talento humano
para los procesos innovadores (pues enriquecen el proceso creativo
con preparación y experiencia altamente capacitada para pensar e
imaginar fuera de la caja, y más cuando se trata de innovación
frugal), aunque hoy en día éste parece ser un clamar en el
desierto. Seguramente, amén de las causas anteriormente expuestas,
es debido a que los perfiles de los reclutadores de los departamentos
de recursos humanos en las empresas son así mismo jóvenes (sin
contar con las plataformas digitales de ofertas de trabajo que llevan
insertado en su programación algoritmos de selección
discriminatorios por edad).
Por tanto, podemos
afirmar sin complejos ni tapujos que la actual era disruptiva está
marcada por la dictadura de la sociedad joven. Una dictadura
generacional que -como la economía marca el desarrollo de la
sociedad-, es transversal al conjunto de áreas de la actividad
humana, inclusive las que afectan al propio ámbito de la moral. Pues
son los principios que imperan en la economía (de libre mercado) los
que, en la actualidad, se imponen como valores preceptivos sociales.
Hasta el punto de afectar a los mismos principios rectores de la
Democracia entendida como marco organizativo de convivencia común.
(Ver: El futuro de la Constitución: en manos de la educación sobre libertad de nuestros jóvenes y La exaltación del Egoísmo: el éxito del Capitalismo).
La era disruptiva de ésta
cuarta era de la revolución industrial, que sin lugar a dudas nos va
a traer cambios vertiginosos y profundos en la vida del hombre como
nunca antes hemos experimentado en la historia de la humanidad, tiene
su cara oculta: la expropiación del mercado laboral a los
no-jóvenes, lo cual equivale al anuncio a gritos de un claro
problema social teniendo en cuenta, además, el aumento considerable
de esperanza de vida del orbe occidental.
Pero asimismo, y de
manera paradójica, es una evidencia que la pirámide poblacional de
los países propios de las economías desarrolladas se está
invirtiendo, hasta el punto que ya se habla del suicidio demográfico
(más canas y menos cunas), en el que España encabeza el ranking de
Europa (necesitamos 719 nacimientos más al día para asegurar el
reemplazo generacional), aunque Alemania e Italia son los países más
envejecidos de la zona euro. Y en el resto del mundo, más de lo
mismo. Como muestra Japón, donde ya se venden más pañales para
ancianos que para bebés.
Sí, nos encontramos en
la era disruptiva. Pero la economía no puede campar a sus anchas de
espaldas a las necesidades sociales. La dictadura de la sociedad
joven podría ser una flor fuera de primavera (por el peso
gravitacional demográfico), pero ello no la exime de la
responsabilidad social que tiene en su insaciable tendencia a reducir
el mercado laboral por discriminación negativa de la población
activa, poniendo en claro riesgo el modelo del Estado de Bienestar
Social ya de por sí apuntalado por su precario déficit fiscal (a
causa de la destrucción de empleo derivado de la crisis), en el que
las prestaciones por jubilación y desempleo se comen un buen trozo
del pastel presupuestario.
Ante esta situación,
habrá quienes -embriagados por los aires ultraliberales- apunten que
el futuro ya vendrá regulado por el propio Mercado (vía cotización
de la robótica, flujos migratorios, etc). Pero no debe de ser este,
sino las sociedades a través de sus órganos de soberanía
representativa ciudadana quienes decidan el modelo social. En caso
contrario, deberíamos poder votar a los dirigentes del Mercado en
vez de a los dirigentes de nuestros gobiernos (ironía utópica).
La juventitis no solo se
ha apoderado del control de nuestra sociedad, sino que incluso se ha
otorgado la prerrogativa de definir quién es joven y quién no lo es,
cuando la juventud más allá de la limitada concepción por edad (y
estética) es un estado de consciencia personal. Y la innovación,
como base y fundamento de la era disruptiva, no es una capacidad
exclusiva de un espectro de edad determinado.
Bendita juventud, claro
que sí. Y bendita madurez, por supuesto! Dos variables de una misma
ecuación que integradas pueden asegurar un resultado de bienestar y
equidad social exponencial. Que los jóvenes altamente preparados de
40, 50, 60 y 70 años todavía tienen mucha batalla que librar,
inclusive en economía disruptiva.
Más filosofía
económica, y menos economía sin filosofía.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano