El famoso aforismo
inscrito en el templo de Apolo en Delfos, “conócete a ti mismo”,
ha representado durante los últimos veinticuatro siglos una
invitación al desarrollo personal del ser humano desde una actitud
activa y comprometida con uno mismo. Pero esto se ha acabado. En este
primer cuarto del siglo XXI una persona ya puede conocerse a sí
misma no solo desde una actitud plenamente pasiva e indiferente a su
proceso de crecimiento individual, sino incluso de manera
inconsciente. Lo cual a primera instancia resulta paradójico.
La razón que ha obrado
dicho milagro no es otro que la irrupción en nuestras vidas del
denominado Big Data, una técnica que analiza el comportamiento del
ser humano como consumidor, extrayendo valor de lo datos registrados
y almacenados a través de las diversas aplicaciones informáticas
móviles en las que dejamos huella las 24 horas del día, y con una
elevada capacidad de formular predicciones sobre nuestro propio
comportamiento futuro a través de los patrones observados (que, para
mayor gloria de nuestra especie y según estudios recientes, hasta el
93% de las actividades humanas son predecibles). O dicho en otras
palabras, en una sociedad de mercado donde un ciudadano es una unidad
potencial de compra (consumidor), las empresas a través del Big Data
saben más de las necesidades, deseos y aspiraciones de las personas
que ellas mismas. Lo que permite a las empresas, en un mundo
interconectado a tiempo real, acompañar virtualmente a un individuo
antes, durante y después de que consuma un producto o servicio
determinado, así como intervenir en cada una de dichas fases
mediante los ímputs sensoriales e intelectuales necesarios siempre
ajustados a su perfil concreto de personalidad.
Sí, el Big Data conoce
nuestros gustos, ideología, cuánto gastamos, a qué hora nos vamos
a dormir y a qué hora nos despertamos, en qué trabajamos, si
utilizamos vehículo propio o transporte público, qué deporte
practicamos, qué tipo de programas televisivos vemos, cuál es
nuestra predilección musical, si vivimos solos o en compañía, si
tenemos mascota o nos gustaría disfrutar de la compañía de una,
con qué marca de champú nos lavamos el pelo, qué comemos, cuál es
el estado de nuestra salud, qué tipo de ropa vestimos, por qué
colores nos decantamos, etc. Y por si fuera poco, las nuevas
herramientas del Big Data ya permiten incluso conocer las emociones
en tiempo real que tiene una persona a lo largo del día, los 365
días del año sin excepción. Y todo, por el bien preciado de
fidelizar un cliente potencial. Es decir, para hacer caja.
Teniendo el Big Data,
¿quién quiere conocerse a sí mismo, verdad?, pues ya se ocupa éste
de intentar cubrir todas nuestras necesidades de experiencia vital
con independencia del estado emocional y del nivel de madurez mental
que experimentemos en cada momento de nuestra singular vida.
¿Podemos decir, por
tanto, que el Big Data nos conoce más que nosotros mismos?. Sin
lugar a dudas, sí, en parámetros de comportamiento. ¿Podemos
decir, asimismo, que con el Big Data podemos conocernos a nosotros
mismos?. Categóricamente, no. Pues todo proceso de conocimiento
personal requiere de un trabajo de introspección donde el Hacer
(inteligencia interpersonal), propio del ámbito del comportamiento
externo, queda relegado por el Ser (inteligencia intrapersonal), que
es donde reside la esencia de nuestro Yo singular más allá de
determinismos ambientales y culturales.
Por otro lado, los
perfiles de comportamiento que crea el Big Data sobre las personas
-como su primera y última finalidad no es otra que la fidelización
de los consumidores a una marca comercial-, buscan generar un estado
continuo de bienestar en el individuo a través de cubrir sus
necesidades psicoemocionales puntuales. Un bienestar que podemos
calificar como de felicidad superficial por ser efímera (en
contraposición con la Felicidad verdadera como estado de consciencia
personal sostenible), ya que toda oferta comercial es obsolescente
por antonomasia: Primera ley de la economía productiva de mercado.
Lo cual es el germen para posibles trastornos adictivos de
personalidad, caracterizados básicamente por entusiasmarse con la
misma facilidad volátil con la que se pierde el interés por el
objeto deseado, no atender al principio de la realidad, y vivir desde
una filosofía hedonista que choca de frente con actitudes
emocionalmente sanas como son el compromiso y la responsabilidad.
Todo un campo abonado para la angustia y la ansiedad personal. Vamos,
una joya de perfiles conductuales.
Pero lo realmente
significativo del tutelaje inmersivo e invasivo del Big Data en la
intimidad de las personas, causalidades evidentes a parte, es la
progresiva socialización de una metodología de autoconocimiento
contemporánea que toma como referente epistemológico de nuestra
propia individualidad los ímputs del Big Data. Es decir, de manera
genérica nos estamos acostumbrando a creer que somos aquello que nos
pauta el Big Data. O, dicho en otras palabras, no existe el Yo fuera
de la lógica en la que el Big Data se manifiesta con nosotros. Que
no es otra que la lógica del Mercado, y su sentido de identidad y
comportamiento como consciencia colectiva regulada.
Así pues, nos
encontramos en un contexto social en el que la actitud activa y
comprometida del “Conócete a ti mismo” la ejerce el Mercado por
nosotros, lo que significa que hemos adquirido una postura tan pasiva
e indiferente en nuestro camino de autoconocimiento, como
irresponsable por inconsciente. Y no hay mayor voluntad moldeable que
aquella que no sabe quién es en consciencia (despierta). Tuneando a
Ortega y Gasset: Yo soy Yo, porque me lo dice el Big Data.