jueves, 9 de mayo de 2019

El “Conócete a ti mismo” lo ejerce el Mercado por nosotros


El famoso aforismo inscrito en el templo de Apolo en Delfos, “conócete a ti mismo”, ha representado durante los últimos veinticuatro siglos una invitación al desarrollo personal del ser humano desde una actitud activa y comprometida con uno mismo. Pero esto se ha acabado. En este primer cuarto del siglo XXI una persona ya puede conocerse a sí misma no solo desde una actitud plenamente pasiva e indiferente a su proceso de crecimiento individual, sino incluso de manera inconsciente. Lo cual a primera instancia resulta paradójico.

La razón que ha obrado dicho milagro no es otro que la irrupción en nuestras vidas del denominado Big Data, una técnica que analiza el comportamiento del ser humano como consumidor, extrayendo valor de lo datos registrados y almacenados a través de las diversas aplicaciones informáticas móviles en las que dejamos huella las 24 horas del día, y con una elevada capacidad de formular predicciones sobre nuestro propio comportamiento futuro a través de los patrones observados (que, para mayor gloria de nuestra especie y según estudios recientes, hasta el 93% de las actividades humanas son predecibles). O dicho en otras palabras, en una sociedad de mercado donde un ciudadano es una unidad potencial de compra (consumidor), las empresas a través del Big Data saben más de las necesidades, deseos y aspiraciones de las personas que ellas mismas. Lo que permite a las empresas, en un mundo interconectado a tiempo real, acompañar virtualmente a un individuo antes, durante y después de que consuma un producto o servicio determinado, así como intervenir en cada una de dichas fases mediante los ímputs sensoriales e intelectuales necesarios siempre ajustados a su perfil concreto de personalidad.

Sí, el Big Data conoce nuestros gustos, ideología, cuánto gastamos, a qué hora nos vamos a dormir y a qué hora nos despertamos, en qué trabajamos, si utilizamos vehículo propio o transporte público, qué deporte practicamos, qué tipo de programas televisivos vemos, cuál es nuestra predilección musical, si vivimos solos o en compañía, si tenemos mascota o nos gustaría disfrutar de la compañía de una, con qué marca de champú nos lavamos el pelo, qué comemos, cuál es el estado de nuestra salud, qué tipo de ropa vestimos, por qué colores nos decantamos, etc. Y por si fuera poco, las nuevas herramientas del Big Data ya permiten incluso conocer las emociones en tiempo real que tiene una persona a lo largo del día, los 365 días del año sin excepción. Y todo, por el bien preciado de fidelizar un cliente potencial. Es decir, para hacer caja.

Teniendo el Big Data, ¿quién quiere conocerse a sí mismo, verdad?, pues ya se ocupa éste de intentar cubrir todas nuestras necesidades de experiencia vital con independencia del estado emocional y del nivel de madurez mental que experimentemos en cada momento de nuestra singular vida.

¿Podemos decir, por tanto, que el Big Data nos conoce más que nosotros mismos?. Sin lugar a dudas, sí, en parámetros de comportamiento. ¿Podemos decir, asimismo, que con el Big Data podemos conocernos a nosotros mismos?. Categóricamente, no. Pues todo proceso de conocimiento personal requiere de un trabajo de introspección donde el Hacer (inteligencia interpersonal), propio del ámbito del comportamiento externo, queda relegado por el Ser (inteligencia intrapersonal), que es donde reside la esencia de nuestro Yo singular más allá de determinismos ambientales y culturales.

Por otro lado, los perfiles de comportamiento que crea el Big Data sobre las personas -como su primera y última finalidad no es otra que la fidelización de los consumidores a una marca comercial-, buscan generar un estado continuo de bienestar en el individuo a través de cubrir sus necesidades psicoemocionales puntuales. Un bienestar que podemos calificar como de felicidad superficial por ser efímera (en contraposición con la Felicidad verdadera como estado de consciencia personal sostenible), ya que toda oferta comercial es obsolescente por antonomasia: Primera ley de la economía productiva de mercado. Lo cual es el germen para posibles trastornos adictivos de personalidad, caracterizados básicamente por entusiasmarse con la misma facilidad volátil con la que se pierde el interés por el objeto deseado, no atender al principio de la realidad, y vivir desde una filosofía hedonista que choca de frente con actitudes emocionalmente sanas como son el compromiso y la responsabilidad. Todo un campo abonado para la angustia y la ansiedad personal. Vamos, una joya de perfiles conductuales.

Pero lo realmente significativo del tutelaje inmersivo e invasivo del Big Data en la intimidad de las personas, causalidades evidentes a parte, es la progresiva socialización de una metodología de autoconocimiento contemporánea que toma como referente epistemológico de nuestra propia individualidad los ímputs del Big Data. Es decir, de manera genérica nos estamos acostumbrando a creer que somos aquello que nos pauta el Big Data. O, dicho en otras palabras, no existe el Yo fuera de la lógica en la que el Big Data se manifiesta con nosotros. Que no es otra que la lógica del Mercado, y su sentido de identidad y comportamiento como consciencia colectiva regulada.

Así pues, nos encontramos en un contexto social en el que la actitud activa y comprometida del “Conócete a ti mismo” la ejerce el Mercado por nosotros, lo que significa que hemos adquirido una postura tan pasiva e indiferente en nuestro camino de autoconocimiento, como irresponsable por inconsciente. Y no hay mayor voluntad moldeable que aquella que no sabe quién es en consciencia (despierta). Tuneando a Ortega y Gasset: Yo soy Yo, porque me lo dice el Big Data.


Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano