Que la robótica, que no
las máquinas en sentido decimonónico, van a copar la economía
productiva, monopolizando por selección negativa el mercado laboral
tal y como lo conocemos hoy en día, es una predicción que se cumple
a cada nuevo día que pasa y que ya nadie pone en duda a estas
alturas de la película. Pues la perfección productiva de los seres
con inteligencia artificial ha llegado para solventar y mejorar la
imperfección productiva de los seres humanos.
En este sentido, no deja
de resultar paradójico el hecho que si bien las máquinas entraron
en nuestras sociedades de la mano de la primera revolución
industrial a mediados del siglo XVIII para mejorar las condiciones
laborales y de vida de los seres humanos, sean las mismas máquinas
quienes, ya evolucionadas y en menos de tres siglos, sean ahora y en
gran parte las responsables de la exclusión del mercado laboral y
por extensión de la precariedad del nivel de calidad de vida -en
términos de renta- de los seres humanos del siglo XXI. De hecho, si
bien nos encontramos en la cuarta era de la revolución industrial
desde 2011, es de prever que en los próximos años venideros
entremos en la quinta era de la revolución industrial marcada por
los cambios disruptivos en la sociedad que nos traerá ya no la
inteligencia artificial, sino la consciencia artificial. (Recomiendo
en este punto la lectura del artículo “La consciencia artificial cuestiona la consciencia humana”).
Así pues, si vamos hacia
un modelo económico en el que los robots van a sustituir a las
personas en sus puestos de trabajo, ¿qué tipo de sociedad nos
depara?. En primera instancia podemos deducir una sociedad tipo en la
que el estrato social de población activa no productiva sea muy
amplio, lo que equivale a altas tasas de desempleo y por tanto al
repunte de elevados índices de empobrecimiento familiar. Y en segunda
instancia, a un menguamiento del Estado de Bienestar Social derivado
de un aumento de la masa social no contributiva. Por lo que la
pregunta obligada no es otra que, ¿cómo vamos a solucionar dicho
desequilibrio para la estabilidad social y económica de nuestras
sociedades?.
El escenario de respuesta
posible más sencillo, por lógico, ante el doble reto planteado que
se nos presenta es el caso del mantenimiento del Estado de Bienestar
Social, a través de una obligación contributiva por parte de los
robots al sistema de servicios sociales (dentro de la praxis de una
economía de mercado). Es decir, que las cotizaciones a las arcas del
Estado, en vez de venir vía la fuerza laboral humana (los
sustituidos), provengan de manera directa por parte del trabajo de
los robots (los sustitutos). Pues alguien debe pagar el coste de los
Estados Sociales, en un mundo que aunque imperen los robots es por
derecho natural de los seres humanos, al menos mientras no se diga lo
contrario. Un razonamiento que ya planea de manera más o menos seria
sobre los órganos de gobierno de la comunidad internacional.
Otro cantar es el
relativo a cómo aseguramos una vida digna a las millones de personas
que se van a quedar sin trabajo por la imposición del imperio
laboral de la robotización. Pues por todos es conocido que, hasta la
fecha y desde que el hombre tiene consciencia como ser racional, la
fórmula clásica milenaria de ganarse la vida por parte de una
familia no es otra que a través de las rentas del trabajo, y que sin
ésta fuente de ingresos solo cabe un escenario posible: la condena a
la pobreza. Una alternativa que, si bien podría considerarse como un
efecto colateral aceptable en épocas pasadas de la historia de la
evolución humana, resulta totalmente inaceptable para el nivel de
madurez de la consciencia colectiva alcanzado por las sociedades
contemporáneas. No teniendo cabida dicha proposición ni en el
imaginario de la política económica capitalista más ultraliberal
del siglo XXI, bien sea por sensibilidad moral integrada, bien sea
por pragmatismo ante la necesidad de una masa crítica consumista
capaz de retroalimentar de manera sostenible la economía de mercado.
Una de las soluciones que
la sociedad occidental plantea, cada vez con mayor fuerza y número
de voces coincidentes, al reto de asegurar una vida digna para el
amplio espectro de personas no productivas, y por tanto no
contributivas, es la renta básica universal. Una propuesta que, si
bien en la actualidad genera controversia por su novedad y por chocar
de frente contra prejuicios morales y estereotipos sociales
instaurados, es claramente viable desde un enfoque económico
mediante la reformulación de las políticas físcales de los
mercados, como pueda ser la instauración de un ínfimo impuesto
directo a las millones de transacciones bancarias que se realizan
diariamente en los mercados financieros. Ya que, tan solo con una
tasa de 20 céntimos por cada 100 dólares se podría financiar en la
actualidad todo el gasto público del mundo, como apuntan varios
economistas, entre los que destaca el español Juan Torres,
catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla.
No obstante, con
independencia de la medida sociopolítica a aplicar para solventar la
carencia de las rentas del trabajo tanto creciente como ingente que
se auguran en el horizonte laboral próximo (y que la apuesta en
exclusiva por capacitaciones profesionales cualificadas no va ha
solventar), lo que parece una evidencia es que los Estados Sociales y
Democráticos de Derecho deberán buscar una solución real para la
dignificación de la vida de las personas no productivas en estado
civil de población activa. Lo cual nos genera una nueva pregunta:
aun pudiendo vivir dichas personas por una redefinición de la
política del Estado en materia de Bienestar Social vía prestaciones
sociales directas, ¿a qué se dedicarán dichas personas?. La
respuesta es obvia: a actividades básicamente no productivas; es
decir: al ocio y a la cultura. En este punto, quiero creer, dada la
naturaleza inquieta y curiosa del ser humano, que si bien el ocio
será una actividad que sin lugar a dudas contará con su particular
cuota de porcentaje social, la mayoría de la masa social no
productiva provocará un renacimiento de las humanidades, cuyas
disciplinas han sido denostadas hasta la fecha por situarse fuera de
la lógica de la competitiva economía productiva en contraposición
con las áreas de conocimiento técnico-científico.
Así pues, no resulta
difícil imaginar una sociedad dividida en dos grandes grupos, donde
mayormente unos, los robots, se dediquen a la actividad productiva en
términos económicos, y donde otros, más de la mitad de la
población humana del mundo desarrollado, se dedique a la actividad
no productiva, haciendo florecer el conjunto de disciplinas
relacionadas con la cultura humana como son el arte, la música, la
filosofía, la filología, la antropología, la historia, la
geografía, la ciencia política, la sociología, o los estudios de
religión, principalmente.
Sí, el camino imparable
de la robotización de manera tanto transversal como integral en
nuestras vidas no solo va a conllevar un profundo cambio de paradigma
en la economía y por ende en el mercado laboral, sino también va a
representar un revolucionario cambio de modelo de sociedad sin
parangón en la historia de la humanidad. Quizás éste sea el
principio de una nueva era dorada del ser humano, en cuanto a equidad
y bienestar social, y en materia de ilustración colectiva. No
obstante, todo cambio social conlleva una transición, y no existe
transición alguna sin tensiones sociales, políticas y económicas.
El tiempo evaluará si estamos a la altura necesaria para paliar los
grandes retos que nos depara ya no el futuro, sino el presente mismo.
Pues el vertiginoso proceso de la robotización social no espera a
que el resto de los mortales estemos preparados.
… Mientras tanto, ya
hace tres años que los robots doctores hacen diagnósticos médicos,
y que el primer robot cirujano operó el corazón de un joven
italiano sin intervención humana, por coger el sector sanitario como
ejemplo de la imparable robotización social. Amigos, como dijo el
César: alea iacta est!.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano