La búsqueda de la
verdad, como razón última del hombre pensante, se muestra hoy más
que nunca ya no solo como una empresa esquiva sino incluso de alto
riesgo, por incómoda y por virar a contra corriente. Los hombres
siempre habíamos creído que la información, confundiéndola
ingenuamente con el conocimiento, nos haría libres como individuos y
sociedad. Pero lo cierto es que la ecuación social no ha dado el
resultado esperado. En una era en que la tecnología, a través de
las redes sociales, nos provee de información a tiempo real las
veinticuatro horas del día a lo largo de los trescientos sesenta y
cinco días que tiene un año, dicho flujo ingente de información
más que liberarnos ha provocado el efecto contrario al privarnos de
libertad individual y social, por manipulación directa del libre
pensamiento.
Vivimos unos tiempos en
que el uso y la gestión social de la información ha sido viciada de
raíz, en la práctica, por la condición humana, alterando cualquier
resultado esperado y anhelado en un ejercicio teórico de desarrollo
de libertad humana trascendental mediante la sociabilización del
libre acceso a la información. La naturaleza codiciosa del hombre no
se ha podido resistir. Y en lugar de utilizar la libre información
como vía de acceso hacia la libertad individual y social, la hemos
convertido en el medio por excelencia de control y manipulación de
las masas. En otras palabras: he aquí que hemos creado la Sociedad
de la Posverdad, que no es más -y no por ello es menos- que la
distorsión deliberada de la realidad con el fin de modelar la
opinión colectiva e influir en las actitudes sociales, despreciando
cualquier hecho objetivo (fundamento de la razón del Principio de
Realidad) que contradiga un intencionado imaginario construido sobre
falsas creencias y promovido desde la exhortación emocional.
La Sociedad de la
Posverdad es de tal perniciosidad para el ser humano que no solo es
capaz de atentar contra la lógica matemática, pudiendo hacer creer
al individuo que dos más dos tiene cualquier otro resultado a
excepción de cuatro, sino que atenta directamente contra los
procesos básicos de la lógica del razonamiento humano, llegando
incluso a hacer creer a una persona o colectivo, por ejemplo, que una
dictadura es una democracia y a la inversa.
Lo que es evidente es que
la Sociedad de la Posverdad, si bien tiene su origen en las conductas
humanas más reprobables moralmente, ha encontrado en las redes
sociales de base tecnológica su hábitat de crecimiento y desarrollo
óptimo. Pues la libre accesibilidad, la hiperconectividad, la fácil
publicación, el alto volumen de tráfico de datos, y el posible
anonimato en las redes sociales permite la divulgación impune de
cualquier tipo de información que tenga como objetivo influir en el
pensamiento, la conducta y la toma de decisiones de las personas, con
independencia de que la información sea verídica o falsa. Un hecho
que tanto personas a títuo individual como grupos organizados bajo
la apariencia de ciberejércitos (los conocidos como bots y trolls)
lo aprovechan para generar noticias falsas (fake news) o
informaciones imprecisas, incorrectas o exageradas para manipular,
influir y controlar la opinión colectiva sobre un sujeto en
particular o una realidad concreta. De hecho, ya se vislumbra en el
horizonte inmediato el uso de inteligencia artificial, como es el
caso de los algoritmos GPT2, capaces de crear textos informativos
falsos sobre cualquier tema con una apariencia plausible de
veracidad. Y todo ello potenciado y cerrando el círculo por la
industria tecnológica cuyas aplicaciones tecnológicas de redes
sociales se desarrollan, para beneficio comercial propio, sobre la
base de la denominada psicología persuasiva que tiene como objetivo
crear un nivel de adicción a sus miembros equiparable a la
zombificación. Un verdadero atentado directo contra la libertad de
pensamiento (pues se consumen paquetes de estado de opinión
precocinados expresamente) y contra la salud mental de las personas
(por la generación de patologías derivadas del comportamiento
adictivo que afecta directamente a la autoestima individual), además
de representar un peligro real tanto para la sociedad en general (que
es objeto de manipulación), como para la Democracia en particular
(por su afección directa en la influencia partidista sobre los
comicios electorales, entre otros).
Y es que en la Sociedad
de la Posverdad hemos convertido al ciudadano de a pie en un
consumidor compulsivo-obsesivo de datos de información (muchas veces
sin traspasar el umbral de los titulares amañados para mayor
manipulación de los consumidores), incapaz de verificar la veracidad
o falsedad de la información consumida por el alto volumen de datos
bombardeados a los que se ve sometido, en una perfecta y orquestada
operación de control mental colectiva por parte de los hacedores de
las informaciones interesadas que corren por las redes sociales. Por
lo que en la Sociedad de la Posverdad en la que vivimos, no importa
tanto la verdad del hecho como el relato de la mentira que impera por
imposición masiva de recursos comunicativos. Hasta tal punto que la
era de la Posverdad contemporánea, ampliamente explotada hasta la
saciedad por grupos de interés políticos y económicos, se ha
transformado velozmente y sin darnos cuenta en una verdadera era de
la Supramentira.
Malos tiempos corren para
la verdad (como substancia del Principio de Realidad) y sus
partidarios, pues éstos son tachados de radicales e insociables, e
incluso pueden ser perseguidos o sufrir la agónica muerte pública
de su reputación personal en el peor de los casos, cuando se
enfrentan aun por oposición pasiva a la mentira instaurada
socialmente.
La Posverdad es una gran
araña mentirosa cuya trampa para sus víctimas teje con los hilos de
las redes sociales, en la que nadie está a salvo y todo el mundo
queda expuesto, algunos más inconscientes que otros. Pues hoy en día
sociedad y redes sociales son conceptos orgánicos sinónimos, sin
que podamos diferenciar quién tiene mayor ascendencia sobre la otra.
Ante esta tesitura, solo resta esforzarse con empeñado esmero en
mantenerse cuerdo sobre la firme convicción de que es el hombre
como ser racional y libre pensador quien controla las redes sociales,
y no éstas al hombre como individuo, ser social y ciudadano. En ello
nos jugamos nuestra libertad personal, nuestra salud mental, y
nuestro concepto de Democracia como sistema de organización social.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano