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"El Cejas", influencer español |
Si de algo sirven las
redes sociales, además de zombificar al ciudadano de a pie para
mayor manipulación de los grupos de opinión, es para disponer de
una radiografía a tiempo real de las pulsaciones vitales de la
sociedad. Y de entre los diversos indicadores sociales de las redes
sociales, si tuviéramos que elegir uno como polígrafo del nivel
cultural -y por extensión intelectual- de la sociedad, éste no
sería otro que los llamados influencers (también
conocidos como youtubers
o instagramers, entre
otros, según el medio de internet al uso): personas
referentes de un comportamiento conductual de moda que cuentan con un
volumen ingente de ciberseguidores. Un fenómeno social equiparable a
los nuevos héroes del pueblo elegidos por sufragio universal y
mediante un sistema de democracia directa en un entorno digital,
móvil en mano.
Lo interesante del
fenómeno es observar el perfil conductual de la mayoría de éstos
nuevos héroes sociales que, salvando alguna notable excepción, se
caracterizan por personificar un arquetipo común: bajo nivel
cultural y carencia de valores sociales elevados. Por decirlo de
alguna manera, éstos héroes contemporáneos representan el
antiUlises, renegando de cualquier Odisea que les requiera esfuerzo
de superación alguno para alcanzar la meritoria inmortalidad de la
fama, limitándose a exponer sus sandeces entre postureos sin
ni siquiera despeinarse frente a una cámara con conexión a internet.
Si Homero viviera en la actualidad concluiría su epopeya en un solo
canto, en lugar de los 24 que componen su obra de referencia junto
con la Ilíada.
Lo cierto es que el
fenómeno de los influencers como reflejo de los valores que
priman en nuestra sociedad, por laureados, resulta desalentador. Pero
no nos debe extrañar en un tiempo en que el contraste de
pensamientos -ya que no me atrevo ni a mencionar el debate (como arte
mayor) o la tertulia (como arte menor)-, destaca por su ausencia. Los
ambientes sociales para el intercambio de ideas que enriquecen el
conocimiento es un lujo escaso en nuestra sociedad. Y la causa no es
otra que el hecho contrastado de que el hombre contemporáneo ha
dejado de pensar, para simplemente consumir datos a modo de
informaciones prepaquetizadas (mayoritariamente visuales). Es decir,
los cajones de las opiniones y de los criterios propios del ciudadano
medio están vacíos, así como los destinados a la cultura general.
En su lugar, solo hay cabida para relatos de experiencias emocionales
efímeras, que solo tienen como objetivo entretener a propios y
ajenos, y para vociferar eslóganes publicitarios, más o menos
dogmáticos, en un diálogo de sordos en el que el Yo individual se
regocija como un narciso frente al reflejo de su propia imagen en el
espejo de su monólogo. La opinión de contraste del otro ni se la
espera, ni importa.
Las causas sociológicas
tanto del nuevo arquetipo de héroe contemporáneo, como del hombre
medio no pensante actual como promotor activo del primero, son
variadas, si bien cabe destacar tres claramente identificadas: la
promoción de la cultura hedonista en las sociedades de libre consumo,
la hegemonía de las redes sociales como medio de comunicación
normalizado, y el enaltecimiento de la tecnología como materia
educativa en detrimento de las humanidades. De ésta trilogía
podemos extraer sin mayor dificultad la visión diáfana de que la
primera incide sobre los valores sociales, la segunda incide sobre
las relaciones interpersonales, y la tercera incide sobre los
cimientos de la cultura. Tres factores, como elementos estructurales
de nuestra sociedad, que se retroalimentan entre sí.
Pero la reflexión sobre
los influencers, como revelado en negativo de la sociedad,
pasa a castaño oscuro cuando nos referimos a los valores sociales
que representan y promulgan, pues a nadie se le escapa que dicho
fenómeno sociológico representa la normalización de alcanzar el
éxito social sin necesidad de talento alguno. Lo cual atenta contra
los principios básicos de cualquier sociedad saludable que se precie
como son la meritocracia, la cultura del esfuerzo, la preparación
académica y/o el nivel intelectual, e incluso la corrección de
modales propio de una buena educación. ¡Todo unas joyas, vamos!. Un
despropósito que, por otro lado, no tendría ascendencia alguna
sobre el conjunto de la sociedad si no gozaran de cobertura por parte
de marcas comerciales multisectoriales, entre ellos programas
televisivos de entretenimiento, que pautan con plena impunidad las
tendencias de moda y por extensión los hábitos de comportamiento
-para beneficio exclusivo de sus balances económicos- en nuestra
sociedad de consumo cada vez más capitalista y menos humanista.
Sí, enséñame qué
influencers destacan y te diré qué sociedad estás
construyendo. Un escenario cuyo punto de fuga señala un horizonte
social nada atractivo por su presumible futura mala calidad. Pues
todo futuro se crea a partir del presente, incluido los pilares
fundamentales de los Estados Sociales y Democráticos de Derecho del
mañana. ¿O a caso nos creemos que los resortes de un Estado, como
estructura organizativa de una sociedad, son impermeables a los
valores sociales que imperan dentro de la misma?. Así pues, más
vale que comencemos a cambiar el modelo de héroe. Y ya puestos, no
estaría de más volver la mirada hacia la buena influencia de los
clásicos como fuente inspiradora de nuestra civilización humanista.
Más Ulises, por favor, y menos influencers de medio pelo.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano