La mayoría de los
mortales tenemos en nuestro haber algún tipo de vicio entendido como
adicción, sin entrar en materia moral. Los más comunes se refieren
al ámbito del juego, la bebida y el tabaco, aunque también los hay
tan antiguos como la humanidad como es el caso de la adicción al
sexo, o de reciente incorporación sociológica como son los
comportamientos viciados con respecto a la televisión, al tabajo
(trabajólico), a la estética (dismorfofobia), al deporte
(vigorexia), a las nuevas tecnologías (tecnofilia), a los móviles
(nomofobia), o al omnipresente internet, entre tantos otros de una
lista interminable.
El vicio surge del
capricho personal en adquirir, aunque sea inconscientemente, un
hábito insalubre. Pero una vez que el vicio se convierte en
dependencia (de la persona con respecto al objeto del vicio), éste
deja de ser un capricho para transformarse en una alteración mental
más propia de la órbita de las patologías. No obstante, sobre el
vicio distingo tres estadios bien diferentes: la raíz del vicio, la
esencia del vicio, y la substancia del vicio.
1.-Raíz del vicio
Es curioso observar como
el vicio, en su estado natural de capricho personal en adquirir un
mal hábito (por perjudicial para el equilibrio psicoemocional de la
persona), surge como efecto directo de un refuerzo social que empuja
a entregarse a dicho vicio, en su amplio espectro fenomenológico. Un
refuerzo o fomento social hacia la tendencia viciosa que puede ser
tanto de carácter positivo como negativo en sí mismo (desde la
percepción de la misma sociedad). En este sentido, entenderemos como
refuerzo social positivo al vicio todo aquel que precede de
tendencias conductuales de moda, como es el uso indiscriminado del
móvil en la vida diaria, el uso desmesurado de la cirugía estética
vinculado a los cánones de belleza principalmente femeninos, o el
hábito de fumar y beber como comportamiento cultural de reafirmación
del género masculino. Mientras que entenderemos como refuerzo social
negativo al vicio toda aquella tendencia normalizada socialmente que
permite a la persona empujarse hacia un vicio como fuga de escape de
una penosa carga existencial propia, tal como es la conducta de
entregarse sin medida a la televisión para no pensar, o de
entregarse a la bebida desmesurada para olvidar, entre otros malos
hábitos.
2.-Esencia del vicio
Pero, determinismos
socioculturales a parte, si tuviéramos que caracterizar la esencia
del vicio en su naturaleza pura podríamos definirla perfectamente
como un comportamiento generalmente persistente en la búsqueda de la
sensación del placer (como estado de recompensa), y el confort
personal (como estado de alivio) a inmediato y corto plazo. Un
comportamiento que, por otro lado, nos resulta humano, profundamente
humano.
3.-Substancia del
vicio
El problema, como todos
sabemos, es cuando el vicio implica una incapacidad personal de
controlar la conducta propia. Que es justamente cuando la esencia se
materializa en substancia, siendo ésta caracterizada por generar
dependencia y, en cuadros más agravados, estados de ansiedad propios
del conocido síndrome de abstinencia. Llegados a éste punto, la
persona pierde el control racional sobre su voluntad, siendo los
deseos derivados de la adicción quien controla la vida del individuo
y no al revés, y donde vicio y adicción se retroalimentan en un
bucle sin fin aparente. En este caso se puede afirmar que la persona
ha perdido su estatus de libertad personal, al encontrarse bajo los
efectos de una alteración de conciencia, producido por
desequilibrios tanto fisiológicos como psicoemocionales.
A la luz de la breve
exposición de los tres estadios del vicio (raíz, esencia y
substancia), podemos observar de manera clara y diáfana que el
hombre, por ser un animal social, es un ser abocado al vicio, pues es
la propia sociedad en la que se desarrolla el ser humano como
individuo la que fomenta las conductas adictivas entre sus miembros a
través de la cultura social imperante. Y aun más, si cabe, en una
sociedad hedonista e hipercompetitiva como la contemporánea.
Intentar separar el vicio del hombre es como intentar disociar a éste
de su sociedad. Por lo que la pregunta no es si tenemos vicios o no,
sino si éstos nos dominan o, por el contrario, nosotros los
dominamos a ellos. Este es el quid de la cuestión, pues dependiendo
de la respuesta podremos determinar el alcance de nuestra libertad
individual como seres racionales con autocontrol sobre la voluntad
propia. Pues no existe libertad personal en la voluntad del hombre
que actúa sólo desde el impulso de los deseos, sino en la voluntad
del hombre que actúa con lúcida consciencia racional más allá de
los deseos. El hombre que tiene control sobre su voluntad no solo es
libre, sino también fuerte, siendo la fortaleza de nuestra voluntad
el único camino para la trascendencia personal del hombre libre.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano