Ni el hombre más cuerdo
está salvo de la locura, por muy de baja intensidad que sea. En un
mundo donde la cordura se relaciona con la salud y la locura con la
enfermedad, nadie escapa de la enfermedad de la locura por muy
racional que uno se aprecie. Aunque, paradógicamente, en este mundo
loco que nos toca vivir, la cordura puede representar un síntoma de
enfermedad, pues no hay mayor enfermo que aquel que vive normalizado
en un entorno de locura sociabilizada. Es decir, somos cuerdos locos
o locos cuerdos, según como se quiera mirar.
La razón, como cimiento
y anclaje de la cordura, tiene sus límites. La razón no lo puede
todo. Tanto es así que el ser humano siente irremediablemente -a
veces de manera más manifiesta, a veces de manera más disimulada-,
miedos intensos, desproporcionados, y ciertamente irracionales que no
puede llegar a controlar. Una manifestación humana que escapa al
control de la razón adentrándose en las tierras movedizas de las
fobias. Fobias a objetos, fobias a animales, fobias a circunstancias,
fobias a personas. La irracionalidad se viste de fobia en la persona
cuerda. Y cada cual convive con su fobia como mejor puede mediante
pequeños trucos a modo de muletillas que le permiten sobrellevar con
digna cordura su cotidianidad. Aquella persona que diga que no padece
ninguna fobia miente, quizás aun sin saberlo. Todo es cuestión de
buscar para encontrarla, o al menos para hacerla emerger a la
superficie consciente. Sabiendo que no hay fobia pequeña, pues éstas
tienen la capacidad, por muy ridícula que se manifieste, de crecerse
hasta alcanzar tal tamaño capaz de engullirnos. Y es entonces que la
racionalidad se tiñe de irracionalidad, y el cuerdo loco acaba
despojándose de su frágil patina de cordura. La diferencia, al fin
y al cabo, entre un cuerdo loco y un loco cuerdo es que el primero
controla el crecimiento de su fobia irracional para no dejarse
arrastrar por ella, como entregado vigía que impide que la bestia
asome la cabeza por su cueva, mientras que el segundo ha perdido toda
batalla de control contra su fobia dejándose fagocitar por ésta.
Personalmente no me
preocupan mucho las fobias como trastornos de salud mental, pues
forman parte de la imperfecta naturaleza del ser humano en calidad de
máquinas biológicas individuales, asunto que la medicina ya se
ocupa, quizás con un exceso de celo por corregir nuestras
imperfecciones en una cultura que exalza el comportamiento robótico.
Más bien me interesan las fobias sociales como sentimientos
colectivos de rechazo, antipatía intensa, e incluso odio hacia
alguien o algo en concreto. Un tipo de fobias que en la actualidad
están muy de moda por sus continuas tensiones sociales objeto de
dramatización por unos, los detractores, y de desdramatización por
otros, los defensores.
Sin entrar en dichas
fobias sociales en concreto de rabiosa actualidad (xenofobia,
homofobia, carnifobia, masculinofobia, etc), pues la presente
reflexión solo pretende tratar la fobia como concepto, lo cierto es
que dicho sentimiento de miedo intenso colectivo se caracteriza por
dos factores transversales: es común a todas las culturas humanas,
con independencia de la época y nivel de desarrollo de las
diferentes sociedades; y no es un valor universal, por lo que genera
discrepancias de opinión encontradas en el seno de una misma
sociedad.
No en vano la fobia
procede, etimológicamente y conforme a nuestra tradición clásica,
del mítico Fobo, hijo de Ares, dios de la guerra, y de Afrodita,
diosa del amor y la belleza. Por lo que la fobia social es un claro
reflejo del instinto ancestral de la naturaleza del ser humano en su
lucha eterna personal entre la guerra y el amor. Que no deja de ser
una variante manifiesta de la eterna lucha que mantiene el hombre,
como animal social, entre el bien y el mal. No obstante, si bien la
fobia no es un valor universal, así como tampoco lo es la guerra
como acción (ni las emociones derivadas de ella), sí que lo son el
amor y la belleza. Ergo podemos afirmar que la fobia social es la
forma imperfecta del ser humano por intentar alcanzar un valor
supremo, como es un estado colectivo de belleza y amor, desde la
descontrolada irracionalidad de la violencia manifestada como
palabra, sentimiento y acción por proteger un bien común. Lo cual
pone en evidencia las limitaciones que tenemos los seres humanos en
manifestar en el mundo de las formas conceptos no-formales, como son
las ideas arquetípicas -y por tanto apriorísticas- más propias del
universo de los dioses. Pues los conceptos singulares de los valores
universales, aun siendo una guía y un anhelo para el comportamiento
de la naturaleza de la especie humana, traspasan los límites de
nuestra razón cognoscente. Admitámoslo. Y allí donde acaba la
razón solo cabe el peso determinista de la cultura -humana,
profundamente humana- como último centro de gravedad para la cordura
de las personas que conforman una misma comunidad social.
Sí, la irracionalidad se
viste de fobia en la persona cuerda, pero en un mundo imperfecto y
dual donde los extremos se tocan y retroalimentan, las fobias
sociales ayudan a preservar la racionalidad de los cuerdos locos, que
somos casi todos. El resto o son locos stricto sensu, o son
aquellos minoritarios que, excepcionalmente, accedieron al
conocimiento directo de los valores universales más allá del mundo
de las formas, por lo que hace tiempo que dejaron de pertenecer a la
dimensión de los humanos, y que por tanto no cuentan -para interés
colectivo- más que para inspirar películas de ficción desde una
visión tan etnocentrista como subjetiva, pero nada práctica y
realista.
Mientras el hombre sea
hombre continuará sintiendo fobias cada vez que se asome al abismo
del límite de la razón humana.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano