En el amplio espectro de
los colores resulta interesante observar como éstos pueden variar de
una tonalidad a otra según la percepción del observador o el foco
de luz que reciben. Y lo mismo pasa en el ámbito moral de las
virtudes y de los vicios, encontrándonos valores que no son
absolutos, sino que su caracterización depende tanto del
protagonista, como del observador, como asimismo del contexto. Este
es el caso de la soberbia.
La soberbia, como bien
sabemos por definición, es la creencia de superioridad que una
persona siente tener sobre el prójimo, ya sea por sus cualidades
personales, o por su posición social o económica, y que manifiesta
una actitud de trato distante o despreciativa hacia los demás. Así
pues, ¿cuándo podemos entenderla como un vicio o como una virtud?.
Para la mayoría de las personas, la soberbia es claramente un vicio,
derivado de la gran influencia moralista católica. Pero realmente no
está tan claro como parece. De hecho, la soberbia en el mundo
medieval se representaba bajo la figura del león, que ya me
explicará alguien qué tipo de soberbia desprende el rey de la
sabana (consciente que no se puede descontextualizar la simbología
de su cultura de origen), mientras que los griegos clásicos -por
poner un ejemplo como contraste ajeno al catolicismo- solo entendían
la soberbia como aquella actitud humana que transgredía los límites
del destino (moira) que los dioses imponían a los hombres,
concepto al que denominaban hibris. Así pues, para dilucidar
cuándo debemos entender la soberbia como una virtud o como un vicio,
en un ejercicio de esterilizarla de determinismos culturales, debemos
separar la idea de la forma.
La soberbia diseccionada
como idea queda reducida al orgullo del ego. Y éste, a priori,
no puede considerarse moralmente reprobable, pues equivale a la
reafirmación de la mismidad de un individuo, a la autoestima del Yo
Soy. Tesis que profundizo en la reflexión sobre el Ego bajo el
título “Reivindico el ego como instinto básico de existencia y supervivencia personal”. Diferente es el caso si dicho orgullo del
ego se presenta, por un trastorno de la personalidad, como
consolidación de una idea personal de egocentrismo y/o narcisismo,
las cuales van ítimamente ligadas a conceptos como el egoísmo, la
falta de empatía y la carencia de consideración ajena.
Mientras que la soberbia
diseccionada como forma queda reducida a dos manifestaciones
conductuales posibles: al distanciamiento o al desprecio respecto a
terceros. En este caso, la línea roja que separa la virtud del vicio
se haya en el respeto como valor por la otra persona. Es evidente que
el desprecio, en cualquiera de sus modalidades (indiferencia,
crítica, acción hiriente, etc), es una carencia de respeto, por lo
que moralmente se debe considerar como un vicio. Por su parte, el
distanciamiento, exento de desprecio, no atenta contra el respeto
ajeno, por lo que moralmente se debe considerar como una virtud.
Si ponemos como ejemplo
el concepto de soberbia de Nietzsche (pensador calificado como
soberbio por excelencia), el cual consideraba que era una virtud
elevada propia de hombres superiores, que conducía a la honestidad
absoluta consigo mismo (donde no cabe la trampa ni la deshonestidad),
así como a la valentía y superación constante siempre buscando
estar por encima de los demás y sin ocultarlo ante nadie en todos
los aspectos y momentos de la vida; con independencia de dicha
concepción virtuosa propia que tenía el filósofo alemán sobre la
soberbia, podemos decir que ésta, en idea y forma, aunque pudiera
parecernos por lo menos irritante, no cabe definirla como vicio
siempre y cuando no atente contra el respeto de terceras personas.
Así pues, a modo de
conclusión, la soberbia podemos considerarla como una virtud si en
idea se presenta como orgullo del ego, y en forma se manifiesta con
una conducta de distanciamiento frente a terceros, sin transgredir el
valor del respeto personal ajeno, pues esta postura es reflejo de un
nivel de autoestima alto consigo mismo, propio de personas
emocionalmente sanas y de una firme autoridad interna. Estaríamos,
pues, ante una soberbia personal con educación y buenos modales.
Contrariamente, consideraremos la soberbia como un vicio si en idea
se presenta como egocentrismo y/o narcicismo, y en forma se
manifiesta con una conducta de desprecio frente a terceros,
trasgrediendo el valor del respeto personal ajeno, pues esta postura
es reflejo de una dudosa seguridad e inestable autoestima, propio de
personas desequilibradas psicoemocionalmente y de una falsa autoridad
interna. En este caso, estaríamos ante una soberbia personal sin
educación y con malos modales.
Expuesto lo cual, solo
cabe acabar la presente reflexión restituyendo las virtuosas
cualidades del león por naturaleza, al que sin venirle a cuento se
le colgó durante siglos el sambenito de la personalización de la
soberbia como envanecimiento y arrogancia. Al hombre, lo que es del
hombre, y al león, lo que es del león.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano