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"El descubrimiento de la lujuria" de El Bronzino |
¡Con el sexo hemos
topado! Lo cierto es que reflexionar sobre la lujuria en plena era de
la revolución sexual, donde el sexo libre es objeto de culto en una
sociedad occidental con una fuerte concepción lícita de la cultura
del deseo carnal exacerbado, es ponerse en camisa de once varas. Pero
si algo caracteriza a la filosofía a lo largo de la historia de la
humanidad, es que es justamente incómoda y muchas veces provocativa.
Por lo que en esta breve reflexión vamos a dilucidar si la lujuria
es un valor humano virtuoso o vicioso, más allá de los valores
sociales de moda imperantes, y sus respectivas connotaciones
sociológicas.
Entendemos como lujuria
un deseo y una actividad sexual desmesurada, desordenada y en muchos
casos incontrolable. Y es justo observar que todas las civilizaciones
antiguas con mitología propia la personalizaban en una deidad
moralmente viciosa: Lilith de origen mesopotámico, Anuket en Egipto,
Afrodita en Grecia (cuyas “siervas sagradas” debían prostituirse
en su rito iniciático), Cupido -hijo de Venus y Marte- en Roma,
Kamadeva en el hinduismo, Tlazoltéotl en la mitología mexicana,
etc. Mientras que contrariamente, la sociedad contemporánea de corte
liberal la considera una manifestación tácita propia de la virtud
de la libertad personal.
La idea de la concepción
actual de la lujuria se constituye, sin lugar a dudas, por la
convergencia de tres líneas de pensamiento sociabilizadas: el
derecho a la libertad personal, la búsqueda lícita del placer
sensorial inmediato como el fin de un bien superior en si mismo, y la
cultura sexual abierta como moral social aceptada. Tres líneas de
pensamiento convergentes fruto, seamos conscientes, de una sociedad
de economía de libre mercado donde lo sustantivo (la experiencia) es
más importante que lo sustancial (la esencia del objeto
experimentado). No en vano el porno es una de las industrias más
lucrativas en nuestros tiempos, la cual está exenta de cualquier
tipo de barrera de acceso en la era de las tecnologías de la
comunicación.
La lujuria, como todos
sabemos, no representa ningún camino de trascendencia para el
hombre, sino que al contrario es una conducta que explota los
instintos sexuales más bajos de la condición humana, allí donde la
ética como disciplina de la razón no tiene cabida. Y una conducta
carente de ética no puede ser bajo ningún concepto considerada como
virtuosa.
Por otro lado, las
consecuencias de una conducta desmesurada, desordenada y desenfrenada
sexualmente tienen claras consecuencias negativas tanto para el
perfil de personalidad del individuo, así como para la naturaleza
moral del conjunto de la sociedad, como pueden ser la imposibilidad
de crear vínculos afectivos duraderos propios de una relación de
pareja comprometida (lo que afecta al concepto de familia), como es
la falta de respeto por el prójimo (lo que afecta al ámbito de la
libertad personal), como es asimismo la carencia de autocontrol sobre
los deseos (lo que afecta a la salud mental del individuo), e incluso
como afección directa sobre la incapacidad de amar (lo que afecta a
la capacidad emocional equilibrada de la persona).
La lujuria, por tanto,
como deseo descontrolado y voraz, es un exceso.Y todos los excesos
son perjudiciales, pues conducen a trastornos psicoemocionales,
pudiendo generar cuadros patológicos e incluso actos contrarios al
ordenamiento jurídico. Por lo que la lujuria no se puede enmarcar
más que en el ámbito de los vicios capitales, por ser contrario a
la moral de los valores humanos.
Pero lo grave de la
lujuria, no es tanto su comportamiento individual moralmente
reprobable, sino su cobertura y promoción social. Una sociedad que
promulga la lujuria, aunque sea a través de eufemismos maestralmente
gestionados por la economía de mercado como instrumento de gestión
de marketing comercial, es una sociedad que no aboga por la libertad
personal sino por el libertinaje que abre las puertas de la
depravación, y donde el respeto por el prójimo queda confinado
dentro del campo de actuación del egoísmo personal como ética de
vida.
La lujuria es propio de
hombres que no controlan los impulsos de sus deseos, sino que éstos
los controlan y subyugan a ellos. Y siendo éste el caso, la pregunta
que debemos hacernos es ¿dónde está el hombre como ser racional?
Seguramente, de vuelta al mundo animal. Quizás ésta sea la
respuesta de la existencia de una cultura sexual lujuriosamente
abierta como moral social aceptada, pues al hombre racional no se le
puede manipular fácilmente, pues en él reside la conciencia del
libre albedrío, pero sí al hombre cautivo de sus propios deseos más
primitivos, que por tener la conciencia nublada (por no decir atada a
la entrepierna) carece de capacidad de razonamiento.