Al ser humano, como al
resto de seres vivos, no nos gusta el dolor. Lo contrario forma parte
de indicativos de trastornos mentales más propios del amplio mundo
sadomasoquista. Pero como norma general, las personas evitamos el
dolor por asociación directamente relacionada con el sufrimiento.
Tanto es así que el hombre se ha esforzado, a lo largo de la
historia de la humanidad, por construir una sociedad de no-dolor como
es la contemporánea.
El sistema paliativo del
sufrimiento en las sociedades modernas de no-dolor (que por ser
paliativo lo encubre o disimula, no lo erradica) es complejo por
integral, ya que incide en las diversas dimensiones del cuerpo del
ser humano: la física, la psicoemocional, y la espiritual. A nivel
del cuerpo físico, las sociedades de no-dolor cuentan con los
avances farmacológicos necesarios, en formato de analgésicos,
antiinflamatorios o relajantes musculares, que nos permiten
prácticamente a antojo huir de esa percepción corpórea, más o
menos intensa, molesta o desagradable. A nivel del cuerpo
psicoemocional, las sociedades de no-dolor han creado una dinámica
de interrelación de las personas como individuos con respecto a
nosotros mismos y con el resto del mundo basado en la cultura del
hedonismo, que no es más que la identificación del bien propio y
colectivo con el placer sensorial e inmediato, máxime si cabe con la
sociabilización de la nueva era tecnológica virtual. Y a nivel del
cuerpo espiritual, las sociedades de no-dolor han conseguido derrocar
a los viejos dioses castigadores e intransigentes, algunos más
ancestrales que otros, para sustituirlos por unos nuevos dioses
vitalistas regocijados en los credos de la celebración y el disfrute
existencial, acordes a los valores arquetípicos promulgados por un
omnipotente mercado de libre consumo.
Sí, el hombre moderno ha
creado sociedades de no-dolor con el objetivo de intentar por todos
los medios que el dolor sea desterrado de la vida cotidiana de las
personas. Y al hacerlo, de manera consciente, busca erradicar el
sufrimiento en el ser humano. Con independencia del hecho que no hay
sociedad más manejable políticamente que aquella que vive en la
complacencia, mediante los diversos tipos de opios sociales que
eximen de la amarga experiencia del dolor propio, debemos
preguntarnos qué consecuencias tiene para la naturaleza humana la
erradicación del sentimiento del sufrimiento.
Si entendemos que la
sabiduría personal surge del aprendizaje mediante la experiencia, y
que éste solo se alcanza a través de la mecánica dualista del
éxito-fracaso, siendo el fracaso una experiencia de aprendizaje que
genera sufrimiento. Ergo, podemos afirmar que sin sufrimiento no hay
sabiduría.
Si entendemos que la
resilencia, como capacidad de superación frente a una adversidad
para reinventarnos en una mejor, renovada y actualizada versión de
nosotros mismos, parte como reacción del sufrimiento personal. Ergo,
podemos afirmar que sin sufrimiento no hay resilencia ni reivención.
Si entendemos que la
resistencia, como actitud básica del compromiso y la
responsabilidad, es el comportamiento conductual que nos fortalece
frente las dificultades y que nos permite persistir para lograr un
objetivo sostenible en el tiempo o a largo plazo, lleva implícito
algún grado de sufrimiento en la vida del proceso. Ergo, podemos
afirmar que sin sufrimiento no hay resistencia, y por extensión
compromiso y responsabilidad.
Si entendemos que la
compasión y la empatía es el resultado directo del sufrimiento que
se siente al ver padecer a alguien, y que nos impulsa a aliviar,
remediar o evitar su dolor. Ergo, podemos afirmar que sin sufrimiento
no hay compasión ni empatía.
Si entendemos que somos
seres sensibles en cuanto somos capaces de sentir y expresar
sentimientos, y que una de las capacidades emocionales básicas del
ser humano es sentir y expresar el sufrimiento. Ergo, podemos
afirmar que sin sufrimiento no hay cabida para la sensibilidad como
seres sensibles.
Si entendemos que la
superficialidad y la frivolidad se caracterizan, entre otros factores
determinantes, por la evasiva consciente ante estados propios o
ajenos de sufrimiento. Ergo, podemos afirmar que sin sufrimiento
tiene lugar la superficialidad y la frivolidad.
Si entendemos que la
felicidad es un estado de consciencia, cuyo viaje interior es un
camino de sabiduría personal, y que no hay sabiduría sin el
sufrimiento necesario generado por el fracaso como experiencia del
aprendizaje. Ergo, podemos afirmar que sin sufrimiento no se alcanza
la felicidad personal.
Si entendemos que el
sufrimiento forma parte intrínseca de la realidad natural de los
seres vivos, como ley de vida universal, que nos permite aceptar y
respetar el Principio de Realidad de la vida. Ergo, podemos afirmar
que sin sufrimiento no existe la aceptación y el respeto por la
Realidad.
El hecho que vivamos en
una sociedad de no-dolor, no debe hacernos entender que el
sufrimiento que acompaña al dolor sea taxativamente negativo. Pues
forma parte en gran medida de lo que somos como seres humanos, y es
la base emocional de la filosofía humanista que nos ha llevado hasta
los actuales estados de bienestar social que busca la dignificación
de la vida de las personas. La erradicación del dolor en campos como
la medicina es un logro loable para la humanidad, pero ello no
equivale que su extrapolación a otros campos más propios de las
ciencias sociales relacionadas con la sociedad y el comportamiento
humano (la educación, la psicología, la política, la economía,
etc) sea igual de positivo para el desarrollo de una sociedad como
colectivo. El sufrimiento no deja de ser parte del crecimiento
personal. Para lo demás, ibuprofeno o paracetamol.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano