Siempre he pensado que si
existe algún vicio capital, cogiendo como equivalencia referencial
los sietes pecados capitales católicos, que podría incluirse como
variante de otro vicio capital, éste sería sin lugar a dudas la
gula por tratarse, en definitiva, de una avaricia específica en
materia de comida y de bebida. Al fin y al cabo la gula es un vicio
del deseo desordenado de una persona por el placer de comer y de
beber aun sin necesidad alimenticia alguna, un comportamiento
compulsivo obsesivo íntimamente ligado a la ostentación del lujo y
de la riqueza que se manifiesta de manera externa.
Justamente por la
vinculación de la gula con lo boato, el comportamiento desmedido
frente a la comida y la bebida también puede encajarse dentro de la
actitud propia de la soberbia como manifestación del poder
económico, por lo que en éste sentido han existido culturas que han
considerado la gula no como un vicio sino como una virtud. Tal es el
caso de la Antigua Roma, donde los notables de la época realizaban
ostentosos banquetes interminables en que los comensales, ya hartos
de injerir alimentos, acostumbraban a provocarse el vómito para
poder retomar nuevamente la ingesta de alimentos que les volviese a
llenar a continuación más allá de la saciedad.
Entonces, ¿por qué la
gula se ha considerado en los últimos siglos como un vicio capital?.
La respuesta la debemos encontrar en la filosofía cristiana, y más
especialmente en la relación entre la gula con el egoísmo,
entendiendo éste como la búsqueda exclusiva de la satisfacción
personal en detrimento de las necesidades ajenas. En otras palabras,
la gula se consideraba un vicio al violentar el principio de equidad
social y de redistribución de los bienes bajo la lógica de la
consideración, la solidaridad, y la caridad hacia el prójimo más
necesitado.
No obstante, las
sociedades liberales contemporáneas estructuradas en los preceptos
del capitalismo vuelven a reinvertir el valor moral de la gula
convirtiéndolo en una virtud, recuperando así la filosofía
hedonista que tanto caracterizó a nuestros antepasados romanos: la
satisfacción sensorial como fin del bien superior y fundamento
existencial de la vida. Solo hay que observar la ostentación propia
de la gula que diversos “influencers” publicitan a través de las
diversas redes sociales. En éste punto cabe aclarar que disfrutar de
los alimentos -por caros que sean-, propio de perfiles gourmet, no es
gula, ya que ésta sólo tiene cabida cuando se sobrepasa el umbral
de la cobertura de las necesidades personales y, además, se incurre
en un acto deliberado de desperdiciar los alimentos.
Así pues, ¿cómo
debemos considerar la gula, como un vicio o como una virtud?. Todo
depende del modelo de sociedad que adoptemos. Si nos acogemos a la
cultura de una sociedad egoísta, la gula la concebiremos como una
virtud. Si nos acogemos a la cultura de una sociedad solidaria, la
gula la concebiremos como un vicio. No obstante, el concepto virtuoso
de la gula en sociedades egoístas está viciado a priori, ya
que ninguna conducta derivada del egoísmo puede ser elevada a la
categoría de virtud por esencia. Ya que toda virtud contempla en su
naturaleza, al menos, los siete valores humanos más importantes: la
honestidad, la sensibilidad, la gratitud, la humildad, la prudencia,
el respeto, y la responsabilidad. Es por ello que la gula, al
representar todo lo opuesto a los valores fundamentales del ser
humano, a la luz del humanismo que es la única doctrina que
trasciende al hombre a la categoría de humano, debemos considerarla
no solo como un vicio, sino como un vicio capital.
Al final, cuando nos
referimos a la gula, como igual sucede con el resto de vicios
capitales, siempre nos encontramos frente a un mismo diagnóstico:
distorsión de conductas moralmente aceptables por un determinismo
sociocultural tóxico, que llevan a las personas a padecer trastornos
de la conducta normal o funcional como es la incapacidad de
autocontrol ante los deseos (de consumo), y una mala o nula educación
en gestión emocional. Es por ello que la persona que vive desde la
gula, patologías endógenas a parte, no es más que una víctima de
una sociedad moralmente desordenada, pues la moral no es más que el
conjunto costumbres y normas que se consideran buenas para la
dirección y guía del comportamiento de las personas en una
sociedad. Ergo, si una persona es el producto moral de su sociedad,
dicha sociedad es la autora responsable de la conducta moral de dicha
persona.
La gula es voracidad, y
la voracidad nunca se llena, por lo que es uno de los orígenes de
las mayores atrocidades humanas consigo mismo y con los demás. Es
por ello que solo los hombres desalmados pueden concebir la gula como
una virtud, pues a través de ella excusan, como filosofía de vida,
la falta de respeto que caracterizan el resto de sus actos frente al
mundo.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano