Hay diversos tipos de
dependencias en la vida de los hombres. Hay dependencias materiales,
propias de un mundo desigual y en muchas ocasiones injusto, pues
existen personas que carecen de los recursos necesarios para
disfrutar de una vida digna, mientras los hay quienes viven en la
abundancia e incluso la sobreabundancia. La dependencia material de
un ser humano respecto a otro no es reprobable moralmente (aunque sí
en política de equidad social y/o de igualdad de oportunidades),
pues manifiesta generosidad y solidaridad por parte del que comparte,
y humildad por parte del que recibe. Siendo conscientes que la
humildad no es una actitud de debilidad, sino de fortaleza de
espíritu propio de personas que se han trabajado en la actitud de la
aceptación del principio de realidad de una circunstancia, situación
o hecho, como resultado de una lucha íntima previa con el orgullo
propio y natural de un ego alimentado por los prejuicios sociales
estándares (más si cabe en el caso de los hombres como género de
estereotipo ancestral de provisión y cobertura de las necesidades
familiares). Una aceptación real manifestada como humildad que,
elevada a la categoría de gratitud sincera, engrandece al individuo
como ser humano, pues lo libera de sentimientos autocorrosivos y
ambientalmente tóxicos como son la rabia, el resentimiento, la culpa
o la envidia, permitiéndole continuar el camino de su crecimiento
personal de manera positiva y constructiva desde el punto de partida
existencial en el que se encuentra dentro de la cronohistoria de su
vida.
Hay, asimismo y por otro
lado, dependencias emocionales, propias de un mundo sembrado de
personas llenas de carencias psicoemocionales. La dependencia
emocional de un ser humano respecto a otro sí que es objeto de
reprobación moral y social.
Moralmente, porque el
individuo atenta en primera persona contra uno de los valores morales
más importantes: el respeto por sí mismo. Un ser humano que no se
respeta, es una persona que cede su poder personal a terceros, lo que
implica que la reafirmación de su propia identidad como individuo
dependiente del estado de opinión y enjuiciamiento ajeno. Lo cual
equivale a que su debilidad como ser pensante y sintiente, derivado
de un cuadro psicológico de carencia emocional, representa la
fortaleza del prójimo. Una falta de capacidad de respetarse a sí
mismo cuyas consecuencias directas son el autosabotaje de su libertad
personal, y por extensión de su libre albedrío -pues su consciencia
está condicionada por la conciencia de la mentalidad externa de la
que es dependiente-; y por una clara manifestación de carencia en
materia de Autoridad Interna, que no es más que la valentía
personal de mostrarse consigo mismo y ante el mundo tal y como Es,
pues dicha autoridad ha sido cedida a terceros. Es decir, la persona no vive la vida por sí
misma, sino que contrariamente la vive los demás en su lugar. Un
postulado absolutamente inaceptable para la dignidad de la vida
humana.
Y, socialmente, porque el
hombre es un ser social por naturaleza, y como tal es asimismo un
producto cultural desde el momento incluso anterior a su concepción.
Por lo que un sistema social, educación mediante, es autor,
partícipe y cómplice necesario a la vez del acto moralmente
reprobable de permitir la existencia de personas con dependencia
emocional. Lo cual es un efecto directo de atentar contra uno de los
valores sociales más importantes: el respeto por el prójimo, que a
su vez no es más que la culminación de la violación social del
resto del paquete moral que constituyen los valores sociales básicos
como son la tolerancia, la generosidad, la solidaridad, la lealtad,
la sensibilidad, la honestidad, la prudencia o la bondad,
principalmente. Puesto que toda sociedad tiene la responsabilidad,
como valor social fundamental, de educar a sus miembros en la
libertad y la dignidad personal, objetivo que solo puede alcanzarse
mediante una diligente formación sociológica transversal en materia
de gestión emocional.
Es por ello que podemos
afirmar que la dependencia material no es reprobable desde el enfoque
de la moral individual, pero no así la dependencia emocional, que
tanto es reprobable desde la moral personal como desde la moral
social. Asimismo, no podemos caer en el reduccionismo de la
dependencia emocional como una consecuencia directa de la dependencia
material, pues la una no es condición sine qua non para
la otra. Desde la dependencia material puede existir la libertad
individual y el respeto por uno mismo, pero no así desde la
dependencia emocional. Ya que si bien la dependencia material afecta
al mundo exterior de la persona, con todas las limitaciones que ello
puede representar, la dependencia emocional afecta a su mundo
interior.
En
un mundo desigual por antonomasia, no hay mayor vida digna que aquella
que se vive desde la libertad y el respeto individual de la Autoridad Interna.
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Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano