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DiCaprio como Belfort en "El lobo de Wall Street" |
Es curioso observar el
hecho de que cuando hacemos alusión a la avaricia en seguida nos
viene a la mente el señor Scrooge, el avaro arquetípico por
excelencia que protagoniza el famoso cuento de navidad de Charles
Dickens, popularizado en la actual era -dos siglos después- gracias
a las diversas películas realizadas de corte más o menos infantil.
Y, como segundo recurso memorístico, siempre solemos contar con
Belfort, el protagonista de la hollywoodiana película contemporánea
“El lobo de Wall Street”, interpretado por el actor Leonardo
DiCaprio y dirigida por Scorsese. Pero, contrariamente, prácticamente
en ninguna ocasión relacionamos la avaricia como un comportamiento
característico por parte de alguna persona de nuestro entorno social
conocido. Cuando, realmente, vivimos en un mundo rodeados y dirigido
por avaros.
Pero, ¿qué es la
avaricia?. Podemos sintetizarlo en una conducta humana que practica
activamente el deseo excesivo, incluso insaciable en muchos casos,
por la búsqueda de riquezas, estatus o poder, más allá de las
necesidades básicas requeridas para una vida cómoda y digna como
ser humano. Justamente en la descripción de dicha naturaleza
conductual es donde se esconde, a los ojos de la gran mayoría, el
vicio de la avaricia. Ya que ésta se confunde con un valor social
elevado a virtud en las sociedades capitalistas de libre mercado: la
consecución del éxito personal. En otras palabras, el vicio de la
avaricia desde un punto de vista humanista, ha sido transmutado en
virtud de éxito personal y social desde un punto de vista
capitalista. Y ya sabemos que, en estos casos como en muchos otros,
no hay más ciego que el que no quiere ver, y más si nos referimos a
una conducta personal aceptada socialmente.
La avaricia, que va
íntimamente relacionada con la codicia (tanto que ambas se confunden
por su estrecha interrelación), por manifestarse diáfanamente
normalizada -casi de manera insultante por su descarada exposición
pública- en la realidad sociológica de nuestros tiempos, tiene una
clara incidencia tanto en la psicología del ser humano
contemporáneo, como en la continua revisión de los valores sociales
que el conjunto de individuos como comunidad promulgan en su
actualización.
Desde un punto de vista
psicoemocional, la avaricia transformada en virtud de éxito personal
genera personas desequilibradas por su insaciable deseo de
satisfacción, ya que no solo nada nunca es suficiente, puesto que
tras cubrir una necesidad de manera casi ipso facta y por una
clara tendencia impulsiva-compulsiva, pierden el interés por el
deseo cumplido para focalizar su motivación en una necesidad de
nueva creación objeto de un reciente deseo anhelado. Lo cual
demuestra una alteración mental tanto en la incapacidad de controlar
los deseos, como en la incapacidad de satisfacer las necesidades,
como asimismo en la incapacidad de dirimir prioridades existenciales.
Un lujo de perfil conductual para la cultura del consumismo, y un
éxito social de la filosofía capitalista al conseguir relacionar la
felicidad con lo material y la apariencia. Nada más lejos de la
verdad de la naturaleza de la felicidad, que no es una búsqueda
continua por la acaparación de deseos exteriores cuyo hábito
provoca cuadros de inestabilidad mental y emocional en los
individuos, sino un estado de consciencia personal que aporta un
estado psicoemocional de paz y autorealización interior. (En este
punto recomiendo las diversas reflexiones sobre la felicidad
recopiladas en el glosario del Vademécum del Ser Humano).
Mientras que desde un
punto de vista de los valores sociales, el hecho de que la avaricia
se aprecie como medio que justifica el éxito personal como fin,
permite transmutar valores tradicionalmente humanistas negativos,
como pueden ser el egoísmo, la desigualdad social, la corrupción, la
estafa, la mentira, la traición, la deslealtad, el robo, o incluso
la violencia, como valores positivos con mayor o menor grado de
aceptación o permisividad social. Es decir, los valores inmorales
se convierten en morales, y los valores morales clásicos se
destierran de la sociedad contemporánea por ineficacia social,
recuperando la picaresca del Lazarillo de Tormes como manual de
conducta estándar en los diferentes estratos de la sociedad. Todo un
despropósito de desvirtuación consciente del conjunto de valores
reconocidos como parte del comportamiento social que se espera de los
individuos que forman parte de dicha comunidad. Y es que, no en vano,
la avaricia se simboliza con la figura de un lobo hambriento. No
habiendo peor sociedad que aquella compuesta de lobos que comen
lobos, reafirmando así la famosa cita de Hobbes “homo homini
lupus” (el hombre es un lobo para el hombre).
Sí, aunque no queramos
reconocerlo, vivimos en una sociedad donde la avaricia prácticamente
es ley. La avaricia, como impulso de un deseo descontrolado propio de
un trastorno mental y emocional que solo genera personas inestables
por desequilibradas, puede convertirse en un hábito de conducta,
incluso normalizado como podemos observar en la actualidad. Pero la
grandeza del hombre está justamente en su capacidad de trascenderse,
a través de reflexionar sobre su comportamiento y las consecuencias
del mismo con su realidad más inmediata, y de modificarlo si así lo
considera necesario a la luz de la razón del bien común. De
nosotros depende qué tipo de sociedad queremos desarrollar, y así
mismo qué tipo de valores sociales deseamos como guía e inspiración
en la vida personal de sus miembros. Sin reflexión no hay
conciencia, y sin éstos no existe el pensamiento crítico capaz de
hacer emerger una mente colectiva lúcida. Personalmente abogo por
luchar contra la desnaturalización del humanismo, pues fuera del
humanismo involucionamos hacia sociedades más propias del mundo de
las bestias, donde no hay mayor moral que la que se impone por la
fuerza de la violencia, ya sea física o intelectual, como lo es la
avaricia. Pues aunque pueda parecer utópico, anhelo una sociedad en
la que el hombre sea un ser humano para el hombre. Fiat lux!
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano