Nunca he estado con nada
ni nadie tanto tiempo que con mi pipa. De hecho, si no mal recuerdo,
comencé a fumar en pipa a los dieciséis años, de la boca de una
pieza de madera hecha a mano por un artesano japonés, lo que
significa que llevo dos tercios de mi vida coexistiendo con mi pipa.
Que aunque realmente han sido varias a lo largo de éstas tres
décadas de viaje personal, el relevo sin discontinuidad de las
mismas hacen que la herencia del título de “mi pipa” se preserve
de manera intacto y con plena vigencia a cada última adquisición. El
actual título hereditario lo ostenta una francesa de la casa Butz
Choquin construida con brezo, de tonos cálidos de miel marrón para
el silbato y de mármol marrón y lechosa traslúcida para la
boquilla, regalo de mi mujer Teresa. Una pequeña joya a la que la
mezcla aromática de kentucky, burley y cavendish, endulzado con
sabor a cerezas y un toque de vainilla, de la marca danesa Borkum
Riff, le hace justicia ofreciendo un sabor suave en boca y una agradable nota de aroma ambiental.
Pero la pipa no es fumar,
no nos llevemos a engaños. Entre otras cosas porque los fumadores de
pipa no nos tragamos el humo, no lo inhalamos, por lo que no llega a
los pulmones. El humo del tabaco de pipa se saborea y paladea en la
boca. La pipa, mi pipa, es mucho más.
Mi pipa es intimidad,
porque ella me conecta al momento presente, desde el cual me permito
estar conmigo mismo en medio del mundo, con independencia de si estoy
solo o en compañía.
Mi pipa es relax, porque
el ritual que la acompaña requiere de un estado de tranquilidad, y
su ritmo de exhalación armonioso produce el mismo efecto que el
dulce balanceo de una mecedora, perfecta invitación para deleitarse
con un buen libro, escuchar música, ver un documental o disfrutar de
una tertulia serena.
Mi pipa es mismidad,
porque a través de ella me permito ser conmigo mismo y con el resto
del mundo tal y como Yo Soy.
Mi pipa es reflexión,
porque cuando necesito dilucidar sobre asuntos relevantes para mi
vida me ayuda, con su paciencia y atención, a tomar las decisiones
más correctas posibles de acuerdo a mi capacidad de entendimiento en
cada momento.
Mi pipa es raciocinio,
porque ordena los pensamientos en mi cabeza, permitiéndome analizar,
entender y evaluar los conocimientos que pretendo interpretar y, con
un haz de lúcida inspiración casi intuitiva, representar
intelectualmente el mundo que me rodea.
Mi pipa es emoción,
porque el acto instintivo y prácticamente reflejo de succión de su
boquilla transporta mi subconsciente al estado de seguridad y
felicidad del prenato, lejos de los peligros del mundo.
Mi pipa es existencia,
porque al encenderla la densidad de su humo, que esculpo a antojo,
reafirma mi presencia en el pequeño espacio-tiempo que ocupo.
Mi pipa es desapego,
porque cada vez que reclamo su compañía percibo la liberación de
una vida que se siente desdramatizada, por volátil, como el tabaco
que se consume en el interior de su ovalada cazoleta.
Mi pipa es escritura,
porque ella no solo atrae las musas a mi presencia, sino que también
tiene influencia sobre las palabras que, obedientemente, esperan su
turno en riguroso orden para ser trasladadas del reino de las ideas
al mundo de las formas.
Mi pipa es intimidad,
relax, mismidad, reflexión, raciocinio, emoción, existencia,
desapego, escritura, todo ello junto y mucho más. Y es por este
motivo que, a pesar de que los deleitadores de humo de tabaco no estamos
bien vistos en la actualidad, mi pipa bien se merecía, desde hace
tiempo, ésta pequeña reflexión a modo de oda prosaica para el
glosario de términos de mi Vademécum del Ser Humano. Inquietud
escrita, deuda íntima saldada. Fumus tibia, ergo sum.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano