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Escultura de arena de la Ira |
¿Quién no se enfada
alguna vez, verdad? Lo cierto es que el enfado es un sentimiento
normal manifestado por el ser humano como efecto del rechazo ante
algo o alguien que nos disgusta, a veces como reacción lógica,
otras tantas como reacción ilógica -fruto de una mala gestión
emocional de la situación- y, en demasiadas ocasiones, como un mal
hábito conductual de relacionarnos con el mundo. Hasta aquí, solo
podemos hablar de sentimientos y comportamientos. Pero cuando el
enfado es muy grande e incluso violento, nos enfrentamos ante la ira,
y cuando ésta se manifiesta como un estado mental alterado de
carácter demencial estamos frente a la furia. Y es en este caso,
cuando nos situamos ya en la órbita de la ira y la furia, que
entramos en la dimensión de los vicios humanos.
Si tuviéramos que
definir el espectro emocional del rechazo frente a un objeto, sujeto,
circunstancia o hecho que nos disgusta, marcaríamos una línea
gradual de menor a mayor intensidad que sería la siguiente:
enfado-rabia-ira-furia. Hay quién podría pensar también en el
enojo y la cólera, pero ambos están incluidos en los anteriores: el
enojo es una variante del enfado, y la cólera asimismo es una
variante del enojo que raya con la rabia, aunque popularmente se
vincula a la ira. Ramificaciones significantes de los caracteres
sustanciales a parte, lo interesante es observar la línea divisoria
entre sentimientos negativos y comportamientos reprobables moralmente
stricto sensu, y los vicios; frontera que se sitúa en la ira
como sentimiento de enfado muy grande y violento. De hecho, no es
baladí que se considere a la ira como uno de los siete vicios o
pecados capitales.
Por otro lado, en esta
breve reflexión sobre la ira, ésta la entenderemos a su vez como
furia sin distinción conceptual entre ambas, ya que la ira tanto
pasiva como agresiva también se enmarca dentro de cuadros
patológicos de estados mentales demenciales que caracterizan a la
furia, como pueden ser los síntomas de ira propios del
comportamiento obsesivo, del autosacrificio, del destructivismo, del
grandiosismo, de los comportamientos maniáticos, o de la venganza,
por poner algunos ejemplos. Por lo que aquí, lo que nos interesa
entender es el hecho claro que la ira es, pues, una reacción
desmesurada e irracional de violencia, propio de personas que han
perdido el juicio de manera temporal o de manera permanente, frente a
situaciones derivadas del resentimiento, la irritabilidad, la
frustración o la amenaza, principalmente.
El hecho incontestable
que la ira comporta perjuicios moralmente reprobables a terceros, es
por lo que justamente debemos considerarlo un vicio capital. Con
independencia de si la ira es el resultado conductual de una persona
frente a una situación que moralmente consideramos injusta, como por
ejemplo matar a alguien que ha procurado daño a un ser querido, como
pueda ser un asesino, un violador, o un estafador, entre otros. La
ira por tanto, no solo es un acto irrefrenable de tomarnos la
justicia por nuestra mano -independientemente de si la causa es
objetivamente justa o no, y si el acto ejecutorio es consciente o
inconsciente-, sino que representa el deseo irrefrenable de producir
daño a aquello que nos ha producido daño.
Si, contrariamente, no
considerásemos la ira como un vicio, sino incluso como una virtud
propia del ámbito de ejecutar una ley ya sea personal o universal,
el hombre como ser social estaría dinamitando el contrato social por
el que se rigen las reglas de convivencia entre miembros partícipes
de una misma comunidad humana. En otras palabras, desataríamos la
ley de la selva más propio del argumento de la película de terror
“La Purga” dirigida por el estadounidense James DeMonaco.
Es por ello que desde
tiempos históricos, la humanidad ha buscado maneras de protegerse
socialmente de la destructiva ira humana. Ya en la Grecia Clásica,
la ira se dejaba en manos de las divinidades femeninas de la
venganza, denominadas Erinias, que perseguían a los culpables de
ciertos delitos. Mientras que en la Antigua Roma eran las Furias,
asimismo tres divinidades vengadoras, las que acometían el mismo
propósito. Ya más tarde en el mundo occidental católico se
ocupaban los mismos demonios en el infierno, siendo Satanás (ángel
caído en desgracia de Dios) quien encarna la ira. Y en la era
contemporánea, de perfil laico, es el poder judicial -dentro de la
separación de poderes de un estado democrático- quien se encarga de
dicho menester, junto a los cuerpos y fuerzas del orden público.
Lo que está claro es que
la ira es la manifestación de la ausencia de autocontrol que lleva a
una persona a la pérdida de la razón (sobre el bien y el mal), por
lo que por ser la razón una característica de los hombres, la ira
es propia de la condición humana. Es por ello que hay pensadores
quienes, como Aristóteles, consideraban que la ira es necesaria,
pero bajo el dominio de la razón. Pero al situarse la ira siempre
fuera de la razón, está claro que hay que contradecir al viejo
filósofo griego al ser innecesaria por inútil y perjudicial
socialmente al estar exenta de la razón. Es por ello que, se mire
por donde se mire, no se puede considerar la ira como una virtud, ni
en todo caso como un comportamiento positivo excepcional, pues no
solo se sitúa fuera del ámbito de la razón humana sobre la que se
cimientan las sociedades modernas, sino porque incluso está
excesivamente vinculada por contagio de trastorno mental con la
venganza personal.
La ira, en verdad, no es
más que desatar la furia de nuestras carencias psicoemocionales
personales en los demás. Por lo que no puede haber mayor vicio moral
que vengar en los otros nuestras propias debilidades como seres
humanos. Frente a la debilidad de la ira, la fuerza de la razón.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano