No podía dejar de
reírme. Casi por casualidad hoy he visto en redes sociales un par de
referencias directas a un artículo mío de hace unas semanas, una a
favor y otra en contra. La gracia de la cuestión es que la voz que
me critica es, justamente, alguien que defiende públicamente el
mismo postulado sobre el que se sustenta mi reflexión argumental
(por lo que estoy de acuerdo con él o ella), mientras que quien me
defiende, por contra, es alguien que critica públicamente mi discurso
argumental (por lo que estoy en desacuerdo con él o ella). Una
escena propia de “El contrato” de los hermanos Marx de la comedia
musical “Una noche en la opera”.
Deduzco rápidamente, por
no ser la primera vez que me ocurre, que ambos opinadores
opuestamente polarizados no se han leído, ni de ojeada, mi artículo
de reflexión en cuestión al que hacen referencia. Pues el mismo no
es ambiguo o dado a erróneas interpretaciones, sino que resulta una
exposición argumental meridianamente clara y explícita sobre mi
posición como pensador sobre la temática que abordo. En su lugar,
los opinadores tan solo se han fijado en el título del artículo
(“¿Normalizar la violencia política es Democracia?”),
seguramente también en los tags relacionados (#cataluña,
#democracia, #estado, #independencia, #jóvenes, #legítimo,
#manifestación, #política, #violencia), y quizás asimismo en la
imagen seleccionada para ilustrar el texto (instantánea periodística
de un enfrentamiento callejero entre jóvenes radicales
independentistas y la policía), y a partir de estos limitados
parámetros han sacado sus respectivas conclusiones. Cada cual
barriendo para su casa, claro está.
Este hecho, que aun
siendo circunstancial resulta ser tristemente una pauta general de
manifestación intelectual en el entorno actual de las redes
sociales, nos ofrece tres mensajes diáfanos: Uno, que los opinadores
son unos vagos, por no dedicar ni un minuto y medio de esfuerzo
(tiempo máximo que requiere la lectura) a leerse aquello sobre lo
que opinan; Dos, y derivado del primero, que los opinadores son unos
fundamentalistas que no les interesa abrir un debate para contrastar
ideas sino tan solo iniciar una batalla ideológica con la única
finalidad de imponer sus credos; y Tres, derivado a su vez de los
anteriores, que los opinadores son unos imbéciles (dícese de las
personas poco inteligentes o que se comportan con poca inteligencia)
por el hecho de mantener un diálogo de besugos propio de dos sordos
que se hablan entre sí.
Lo cierto es que de
diálogos de besugos, cogiendo como excusa alguno de mis artículos
divulgados en redes sociales, me voy encontrando con mayor asiduidad
de la que me gustaría, para mi siempre renovada perplejidad. El
perfil siempre acaba siendo el mismo: tristes imbéciles -muchos de
los cuales no tengo relación personal ni virtual alguno- que
amparados en el derecho de expresión aparecen, como surgidos de la
nada por generación espontánea, para vomitar sus bilis dogmáticas
de corto recorrido intelectual sobre un artículo mio concreto, con
la misma proximidad discursiva con mis reflexiones que el hecho de que
éstas las escribo con la Times New Roman como tipografía.
Que un pensador reflexione
sobre temas de sociedad y política es tan viejo y común desde los
tiempos en que Platón los elevó a temas relevantes para la
Filosofía (“La naturaleza social del ser humano”, “Las clases
sociales en la República”, y “La educación y el gobierno en la
República”), hace ya más de 25 siglos. Y que un humilde filósofo
como servidor los divulgue en las redes sociales es tan habitual, en
plena actualidad, por uso común y normalizado socialmente de uno de
los pocos medios que quedan para la difusión del libre pensamiento.
Sabedor que al campo de las redes sociales no se le pueden poner
puertas, al menos en occidente, por lo que resulta irremediable
presenciar o ser protagonista pasivo de escenas de diálogos de
besugos. Es por ello que frente a los monólogos de sordos hace ya
tiempo que decidí no intervenir, pues solo me interesa aquella
comunicación donde se genera un diálogo ortodoxo para el
enriquecimiento del mundo de las ideas que nos permite crecer a las
personas, desde el conocimiento y el continuo aprendizaje, como seres
racionales. Para lo demás, ni un segundo de dedicación vital, que
la vida es tan corta como maravillosa para malgastarla en memeces.
No obstante, debo
reconocer que lo único que me preocupa de los diálogos de besugos
contemporáneos, desde un enfoque de la filosofía política, es
justamente la proliferación de los imbéciles. Pues no hay mayor
peligro que un imbécil con poder, y si además tiene licencia de uso
de violencia, ¡la Democracia no lo quiera!, ya es para temblar y
ponerse a correr.
Los besugos, mejor al
horno, con aceite de oliva y sal, unas patatas en rodajas, pimiento
en juliana fina y una guindilla troceada, acompañados de una
generosa copa de vino y en buena compañía para abrir tertulia.
Salud!.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano