El filósofo alemán
Shopenhauer decía que “lo que más odia el rebaño (refiriéndose
a la gente como masa) es aquel que piensa de modo distinto, no tanto
por la opinión en sí, sino por la osadía de querer pensar por sí
mismo, algo que ellos no saben hacer”. Debo reconocer, como ya hice
en mi pequeña obra “Árbol Genealógico Filosófico Personal”,
que Shopenhauer representa un genoma de pensamiento de mi estructura
pensante personal -más concretamente de mi veintidosava línea
generacional heredada- que debo reconocer que ha marcado pasajes de
mi propia y contradictoria existencia humana, profundamente humana,
en cuanto al tránsito entre el ocaso del idealismo y el amanecer del
pesimismo existencial, pero cuya influencia se ha ido desvaneciendo a
lo largo de los años ya entrada la madurez. Una clara influencia que
pervive hasta la actualidad, no obstante, en cuanto a la creencia en
declive de que el hombre es un ser social bueno por naturaleza, a
favor de que en realidad es un ser social malo corrompido por la
propia sociedad (de mercado), como afirmaría Rousseau un siglo
antes.
Una de las
características principales que manifiesta el hombre como ser social
malo, entendiendo malo como aquella persona que actúa de manera
contraria a la moral, es la crítica derivada de la envidia. Pero no
una crítica positiva y constructiva, como ya damos por supuesto,
sino una crítica negativa, correosa e incluso difamadora que busca
perjudicar a la persona objeto de su atención. Puesto que la
envidia, de la que parte la crítica negativa, es un sentimiento o
estado mental en el cual la persona envidiosa manifiesta dolor o
desdicha por no poseer en sí misma lo que tiene el otro, sean
bienes, cualidades superiores u otra clase de cosas tangibles e
intangibles. En definitiva, la envidia no solo representa un estado
de insalubridad emocional, sino a su vez una clara manifestación de
desequilibrio mental. Tanto es así que ya los antiguos griegos la
representaban bajo la horrorosa forma de un viejo espectro femenino
con la cabeza ceñida de culebras, los ojos fieros y hundidos, el
color lívido, una flaqueza horrible, con serpientes en las manos y
otra que le roía el seno, e incluso algunas veces se le colocaba al
lado de una hidra de siete cabezas, y en otras se la pintaba también
despedazando un corazón y con un perro a su lado. Y es que los
clásicos tenían ya muy claro que uno de los principales empleos de
la envidia era el servir de guía a la calumnia, que no es ni más ni
menos -poca broma- que la imputación falsa a una persona a la cual
se culpa de un hecho que la ley califique como delito, a sabiendas de
que éste no existe o de que el imputado no es el que lo cometió.
Sí, la crítica como
manifestación externa de la envidia es propia de mentes retorcidas
por desequilibradas. -¡Oh envidia, raíz de infinitos males y
carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé
qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino
disgustos, rancores y rabias. -dice Don Quijote en la célebre
obra cervantina. Afirmación cuyo colofón lo aporta Unamuno al
describirla como “íntima gangrena española” al referirse al
rasgo de carácter más propio de los españoles. Lo cierto es que no
sé si los españoles somos más envidiosos que otros pueblos, aunque
nos sobra para guardar y repartir. Hasta tal punto que es una
evidencia el hecho que destacar por méritos propios en la milenaria
Hispania resulta una actitud de alto riesgo, rayando la imprudencia y
la insensatez, lo cual no deja de ser contradictorio en una sociedad
moderna de gestión del conocimiento donde el desarrollo del talento
personal es esencial para la innovación y la competitividad social.
Sociología nacional a
parte, lo preocupante de la situación es verificar el uso y
costumbre generalizado de la crítica negativa como hábito
conductual, lo cual denota una sociedad cuyos miembros están
enfermos emocional y mentalmente. Lo cual tiene una afección directa
en todos los resortes sobre los que se cimienta una sociedad:
educación, sanidad, política, justicia, economía y cultura,
elevando la envidia a la categoría de podredumbre de un sistema. Un
fenómeno cuyos efectos son visibles en la devaluación social de
valores positivos como puedan ser el mérito, la generosidad, la
solidaridad, la equidad, la justicia, la aceptación o el
reconocimiento, entre otros.
La crítica, por ser un
hábito de comportamiento, se puede corregir en pos de un hábito más
saludable tanto para la vida personal de un individuo como para el
conjunto de la sociedad. Y asimismo la envidia, que por ser un
sentimiento de carencia y/o impotencia derivado directamente de una
disfuncionalidad de las emociones básicas del miedo, la tristeza y
la rabia, se puede sanar a través de una adecuada educación en
gestión emocional (a excepción de los que padecen patologías
mentales, que requieren de la psiquiatría). De lo que se deduce que
en una sociedad en la que impera la crítica y la envidia, como dos
caras de una misma moneda propias de espíritus mediocres, o bien no
interesa educar en técnicas psicoemocionales de hábitos del cambio
para una mejor y más saludable vida mental y emocional de sus
conciudadanos, o bien no se sabe cómo afrontarlo, lo cual no tiene
disculpa alguna en una era conocedora de la ciencia de la
inteligencia emocional. Seguramente, para la lógica agresiva de una
economía de libre consumo como la actual, la crítica y la envidia
sean dos grandes aliados orgánicos como fuente de energía motriz.
Pues en mar revuelto, ganancias de pescadores.
Como decía Aristóteles,
educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto. Y en
una sociedad en la que no se educa el corazón, resulta inevitable la
presencia de la envidia como desequilibrio emocional, conscientes que
son las emociones quienes determinan la salubridad mental de una
persona y, por extensión, de una sociedad. Alea iacta est.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano