La mayoría de las
personas desean una vida en paz, como contraste opuesto en un mundo
dual a una vida de violencia. Respecto de la violencia, muchas son
las ocasiones que reflexionamos sobre el por qué de sus causas, las
diferencias de tipologías y percepciones de la misma, e incluso las
razones de su adicción en consumibles de ocio como puedan ser
películas o libros. Pero, ¿por qué existe la violencia?.
La respuesta sencilla es
por nuestra condición de seres animales, ya que observamos la
presencia de conductas violentas en todos los animales del planeta,
con independencia de la amplia clasificación de grupos existentes
según su biología y morfología. Y si algo nos caracteriza a los
seres animales es nuestra necesidad de comer (más allá del hábito
alimentario), en primera instancia, y de reproducirnos, en segunda
instancia, como instintos básicos de supervivencia individual y de
especie.
Imaginemos por un
instante que los animales, ser humano incluido, no necesitásemos
comer para sobrevivir, sino tan sólo nutrirnos de la energía del
planeta en formato elemental como es la luz, el agua, el nitrógeno,
el potasio, el calcio, el manganeso, o el hierro, entre otros, al
igual que hacen los seres vegetales. Entonces las diversas familias
animales seguramente conviviríamos armónicamente en un ambiente lo
más parecido al Edén, y por extensión viviríamos exentos de
violencia. Pero como todos sabemos, no es el caso. Para vivir los
seres animales debemos comer, que no es más que la actividad de
ingerir alimentos, comunmente otros animales y plantas, para
transformarlos en nutrientes mediante la digestión. Esta necesidad
biológica de transferencia de sustancias nutritivas a través de las
diferentes especies animales, en el que cada uno se alimenta del
precedente y es alimento del siguiente, a excepción del caso del ser
humano por situarse en lo alto de la pirámide, es la razón esencial
de la naturaleza de la cadena alimenticia. Una cadena
interrelacionada que por ser limitada en recursos, pues el número de
especies ni es infinito ni está repartido equitativamente por todo
el globo terráqueo, genera competitividad entre los diversos
miembros que participan de la misma. Y la carrera de la
competitividad por conseguir los recursos para alimentarse se
posibilita, entre otros medios, a través del uso individual o en
grupo de la acción violenta. Ergo, podemos afirmar que la razón de
la existencia de la violencia del ser humano en particular, y del
resto de seres animales en general, parte de nuestra necesidad de
comer.
La necesidad de comer es
tan primitiva en su acción, como ancestral en su origen. Por lo que
la violencia, emanada de éste instinto básico -por biológico- de
supervivencia, la tenemos instaurada en lo más profundo de nuestra
estructura neurológica como seres humanos. No obstante, por
evolución natural del hombre como ser social en su complejidad,
distanciados millones de años de la famosa australopiteca Lucy como
ancestro de nuestra especie de
homo sapiens, resulta evidente que tanto el concepto y la
manifestación de la acción por conseguir el alimento necesario para
comer, como el propio concepto derivado de la violencia, han
evolucionado a la par con el consiguiente desarrollo de la psiqué
humana. Pero al final, es justamente la competitividad animal por
conseguir recursos (ya sean tangibles o intangibles, intelectuales o
emocionales, racionales o irracionales), el nexo de unión entre los
conceptos interrelacionados entre sí del comer y de la violencia.
Hoy en día, por ejemplo,
comer significa tener un buen trabajo o gozar de una adecuada
posición social, lo cual implica una competitividad con el entorno
ejerciendo una mayor o menor violencia, según las circunstancias y
el perfil psicológico de cada persona. Un rasgo común que podemos
extrapolar tanto a otros ámbitos de la vida humana, como pueda ser
la política o la economía, como a otros ámbitos de la dimensión
privada y pública de una persona, como pueda ser la sexualidad o las
relaciones sociales, entre otros supuestos.
Que la violencia forma
parte intrínseca de la naturaleza humana, por condición animal,
está meridianamente claro; cuadros patológicos excepcionales de
manifestación violenta a parte, cuyas anomalías mentales estudia la
neurología y que son objeto del escarnio público. No obstante, el
hombre tiene la capacidad de trascender, en circunstancias normales,
su naturaleza violenta a través de una adecuada y sana gestión
emocional. Para la cual tanto la educación, en el ámbito personal,
como la legalidad, en el ámbito social, resultan imprescindibles.
Pues aunque el ser humano consiga prescindir de la competitividad
para comer, e incluso de la necesidad de comer en substitución de
una capacidad superior de nutrirse sin ingerir alimentos, harían
falta siglos de evolución cerebral para neutralizar las estructuras
neuronales propias de la violencia animal que se remonta al origen de
los tiempos. Aunque, quién sabe, la ciencia avanza a velocidad de
ficción en materia biónica y epigenética. Pero quizás, entonces,
estemos hablando de otra especie de ser humano.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano