En plenos días de
celebración de las fiestas navideñas, donde se adora por igual a
dos dioses antagónicos y en continuo litigio en los tiempos que
corren (Jesús, el dios cristiano de la humildad y la solidaridad; y
Don Dinero, el dios capitalista de la soberbia y del egoísmo), debo
reconocer que personalmente convivo, desde hace años, con tres
figuras de Jesús de Nazaret diferentes y en clara contradicción
entre sí: el Jesús humano, el Jesús religioso, y el Jesús
arquetipo.
Hacer referencia al Jesús
humano es aludir a mi dimensión ilustrada-racional, donde la figura
de Jesús se circunscribe a un personaje humano, profundamente humano
y datado históricamente, de nombre Yeshua ben Yosef y ciudadano de
la Galilea del siglo I, que profesó una rama de la religión judía,
y cuya personalidad tan delirante como rebelde si bien le llevó a
ser condenado a la pena de muerte por sedición contra el poder
imperante de la Roma de la época, ni se consideraba hijo de Dios
-aunque en sus últimos días jugó burda y peligrosamente a la
política haciéndose llamar Rey de los Judíos-, ni tenía intención
alguna de fundar ninguna religión nueva.
Hacer referencia al Jesús
religioso, por su parte, es aludir a mi dimensión cultural
irracional, donde el Jesús humano es (re)inventado en un ser de
naturaleza divina mediante un corte y pega de pedazos al uso cogidos
y adaptados de diversas tradiciones religiosas multiculturales,
amplificado por una gran dosis de imaginación creativa -y de
oportunismo político- por parte de los propios evangelistas y
posteriores padres de la Iglesia, que da origen a un cuento tan
fantasioso como dogmático que siembra la semilla de un pensamiento
fundamentalista. Personalmente me produce un pavor escalofriante
cuando un creyente, profeso de cualquier religión pero en este caso
particular cristiano católico, protestante, ortodoxo o evangelista,
entre otros, levanta la Biblia y justifica su discurso a la vez que
grita taxativamente: -¡porque lo pone en éstos textos sagrados!.
Mientras que hacer
referencia al Jesús arquetipo, es aludir a mi dimensión espiritual
y filosófica, pues el Jesús que describe el Nuevo Testamento, así
como los evangelios apócrifos que conocemos, es la personalización
de la idea arquetípica del amor, ya descrita conceptualmente siglos
atrás por Platón. Un amor esencial en su manifestación que, por
ser arquetípico, es a su vez trascendental. Una idea de amor
universal germen del humanismo sobre el que se ha desarrollado, a lo
largo de siglos de evolución, el actual sistema de organización
socio-política de la civilización occidental.
Sí, reconozco que en mi
madurez convivo con las diferentes facetas de Jesús de Nazaret en
continua contradicción, pues si bien el hombre es contradictorio por
naturaleza, vive en el pulso de una búsqueda perpetua por armonizar
sus opuestos. Y sobre la base que el ser humano es un producto
cultural desde el momento incluso anterior a su propia concepción,
me considero culturalmente de tradición cristiana, lo que significa
que trascendentalmente busco la espiritualidad a través del amor
como arquetipo de valor superior, y mundanamente discierno la
filosofía de vida a través del humanismo como sistema de
organización social. En todo caso, lo que sí que no me considero a
estas alturas de la vida es un creyente religioso, pero sí un
creyente cultural. La diferencia radica en que si bien el primero
participa de los dogmas de fe, el segundo tan solo participa de sus
tradiciones culturales como elemento identitario diferenciador frente
a terceras culturas.
Por todo ello, puedo
concluir que el Jesús humano me aporta la tranquilidad de una mente
racional inquieta que busca la verdad del mundo en su origen, el
Jesús religioso me aporta el sentimiento de pertenencia a una
cultura propia, y el Jesús espiritual me aporta una guía de
crecimiento personal y la base de unos valores filosóficos sobre los
que construir la realidad humana. Una triple aportación de luces no
exenta de sombras en un mundo que, por esencia, es dual. Y todo ello
desde la ironía de llamarme Jesús :-)
Así pues, desde un
personal Jesús tetradimensional, solo me cabe finalizar esta
reflexión declarativa deseando felices fiestas a todas las personas
de buena voluntad. A las de mala voluntad, que no esperen la otra
mejilla.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano