El mañana no existe y
nunca ha existido, pues el mañana como futuro tan solo es una
proyección mental de algo que no es, y si en tiempo y forma llega a
ser solo puede ser presente. Paradógicamente, la mayoría de las
personas solemos vivir en ese mañana inexistente -en muchos casos
sin permitirnos vivir en el presente mismo-, lo que acarrea cuadros
de angustia y de estrés mental, ¿pues, cómo se puede alcanzar un
espejismo que tan solo es un reflejo en el camino cuya aproximación
conduce a nuevos espejismos?.
Cuando hacemos alusión
al mañana como futuro temporal, no nos estamos refiriendo a un
espacio temporal de una o dos semanas vista (que es el presente
inmediato), sino a un espacio futuro que comprende meses e incluso
años por delante respecto a nuestro instante presente. Un mañana
futurible que las personas somos capaces de crear en nuestro
imaginario mental personal a través de dos métodos de raciocinio:
la imaginación y el pronóstico. La diferencia entre ambos radica en
el grado de cumplimiento de las posibilidades reales objeto de las
expectativas creadas, es decir, en sus probabilidades estadísticas.
Mientras la imaginación se fundamenta en una ensoñación fantástica
que transgrede la lógica de la realidad, el pronóstico se cimienta
en la predicción de la evolución de un proceso o de un hecho
posible futuro a partir de criterios potenciales en su cumplimiento
lógico.
Imaginación a parte, pues
pertenece al mundo de los sueños (más propio de la juventud), el
mañana como futuro basado en el pronóstico en un entorno altamente
volátil e incierto por cambiante como es la sociedad actual, deja de
ser una predicción lógica posible para convertirse en pura
adivinación. Y si a ello le sumamos que dicha predicción se
fundamenta sobre la evolución de procesos o hechos con bajo grado de
probabilidad, por escasos o restrictivos -como sucede en un contexto
de crisis socioeconómica-, hacer cualquier pronóstico sobre un
mañana futurible resulta un ejercicio tan imposible como ingenuo.
Por lo que, a la luz (o las sombras) de estas premisas, el mañana
tampoco existe.
No obstante, si alguna
virtud otorga la madurez por la gravedad de los años es, justamente,
el conocimiento por percibido del Principio de Realidad. Y la
realidad dictamina, en estos tiempos opacos que nos ha tocado vivir,
que centrar nuestras energías vitales en un mañana inexistente solo
conduce a estados psicoemocionales de ansiedad frente a la impotencia
de no poder, desde la tranquilidad existencial que da la seguridad y
que en antaño disfrutaron nuestros padres, planificar a medio y
largo plazo nuestras propias vidas personales.
Pero la buena noticia es
que siempre nos queda el presente, que es el tempus en el que
transcurre la vida. Y la esperanza, como esencia motivacional que da
sentido a la existencia humana, no requiere de futuros inexistentes,
pues se despliega allí donde se manifiesta la vida, que no es otro
que el tiempo presente. Siendo la característica mágica principal
del tiempo presente su continuo fluir. Pues la naturaleza del
presente no es estática y finita, sino móvil y perenne, pues
impermanente y eterna es la vida en su continuo fluir desde el
presente.
Sí, el mañana no
existe. Pero tampoco lo necesitamos para vivir. Por lo cual, ¿qué
sentido tiene obcecarse, hasta la extenuación personal, en proyectar
la idea de una vida propia sobre un tiempo futuro inexistente y por
tanto inplanificable?. Si la vida transcurre a través del viaje del
presente continuo, que no es más que el resultado de la suma de
“ahoras” infinitos, podemos perfectamente prescindir del adictivo
ilusorio del mañana. Pues el presente contiene en sí mismo no solo
la esperanza por la vida, sino todos los ingredientes necesarios para
experimentar la curiosidad y la ilusión por la misma. Solo hace
falta readaptar la mirada, reeducar el enfoque, y amansar una mente
desbocada acostumbrada a correr fuera de tiempo.
Frente a un mañana
inexistente, vivamos la vida a conciencia desde el momento presente
existente. Ya que no encontraremos mayor estado de paz y felicidad
personal que armonizándonos con el flujo continuo de la vida, que es
lo mismo que desapegarse tanto de un pasado vivido como de un futuro
por vivir. Respiro, luego existo.
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano