Sobre el felpudo de la
puerta que me adentra a los 47 años, se me antoja escribir la
declaración de principios de mi mismidad por tres motivos bien
definidos: porque tengo suficiente experiencia vital a estas alturas
de la vida para saber quién y cómo soy, porque tengo suficiente
experiencia vital para saber justamente lo que no quiero de la vida
(en mi vida), y porque soy tan olvidadizo que necesito escribirlo
para poder recordármelo a cada nuevo día. Y con la mente preclara,
rezo así en mi mismidad:
1.-No traicionar mi
propia consciencia por irresistible que sea el premio, pues al
hacerlo dejo de ser yo mismo para convertirme en un alter ego
que siempre acaba generándome tensión psicoemocional y me aleja del
inestimable estado de paz interior.
2.-No ser infiel a mis
propias habilidades innatas en favor de habilidades socialmente de
moda más valoradas, pues a través de ellas me reafirmo en la
singular identitaria de mi personalidad, y sin ellas vago sin rumbo
ni dirección dando tumbos en un viaje errático y agotador que
siempre finaliza en el punto de partida.
3.-No hipotecar las
energías de mi vida en una actividad productiva que no me
autorrealiza espiritualmente, aunque de ello dependa la calidad de mi
bienestar material, pues al hacerlo pierdo el sentido personal de la
ilusión por la vida, la enriquecedora y creativa chispa de la fuerza
vital, y comienzo a marchitarme como planta privada de agua y luz.
4.-No renunciar a
disfrutar de la intensidad de los momentos presentes de la vida,
tanto solo como en compañía de los seres queridos, pues la vida no
es más que el cómputo de la suma de pequeños instantes vividos
conscientemente.
5.-No aguantar ni
personas, ni ambientes, o circunstancias de manera forzada o por
obligación, pues el tiempo de vida que se me ha dado es un bien que
desde la madurez considero tan preciado como caduco.
6.-No dejarme encarcelar
en el dramatismo de una vida percibida como seria, pues el reino de
los cielos en la tierra es para las personas de espíritu jovial que
saben desdramatizar la rígida vida de los adultos.
7.-No vivir la
cotidianidad sin la sólida estructura de unos valores sociales
fundamentados sobre los pensamientos lógico-reflexivos de mi propia
individualidad, puesto que no consumo por indigestión ideas
paquetizadas apriorísticamente y menos si están vacías de
contenido o son edulcoradas con argumentos superficiales, ya que es
el aliento natural de mi sentido de libertad personal.
8.-No desistir de una
vida vivida desde la sensibilidad y la estética, pues en la
sensibilidad encuentro la lucidez que me da acceso a la Razón de la
Moral y mediante la estética puedo adentrame en el radiante secreto
de la belleza de la vida, sin las cuales no podría trascender mi
densa naturaleza humana.
9.-No abjurar de la
promesa de un futuro siempre mejor, pues no hay suficientes vidas
para descubrir los infinitos horizontes prometedores que existen, en
cuya mirada alimento la esperanza que me hace permanecer fuerte en el
continuo presente.
10.-Y no abandonar por
nunca jamás el amor de pareja, padre, e hijo, como estado de
conciencia, pues el amor es el alfa y el omega de todo ser humano, es
la fuente de vida que todo lo puede y desde donde todo es posible,
incluido lo aparentemente imposible.
Tarragona, a 28 días de mi
47 aniversario
Nota: Este y otros artículos de reflexión se pueden encontrar recopilados en el glosario de términos del Vademécum del ser humano